La contracara de Miguel Lifschitz, quien murió en Rosario, a los 65 años, sin colarse en la fila de los vacunados, no es Mauricio Macri, quien se acaba de inocular en Miami, sino Carlos Zannini. El procurador del Tesoro, jefe de todos los abogados del estado, no solo se robó una dosis para él y otra para su esposa. Además se hizo pasar por médico, pretende que las escuelas porteñas cierren sus puertas y trabaja para el mal. O mejor dicho: para complacer a su jefa, Cristina Fernández, que no es lo mismo, pero es igual.
Zannini no tiene ningún escrúpulo, como experto es bastante flojito, y no le importa lo que piensen los demás. Ni los fiscales, ni los jueces, ni la gente de bien. En las últimas semanas, usó un criterio mentiroso para permitir que Cristóbal López pueda recuperar su empresa Oil Combustibles, a pesar de la condena por evasión fraudulenta. Pero no tuvo empacho de rechazar la oferta de la familia Macri de pagar el 100 por ciento de la deuda, con intereses y en una sola cuota, a sus acreedores del Correo. Lo que pretende Zannini no es que el estado cobre, sino que se le decrete la quiebra a la empresa del ex presidente, y que, eventualmente, un juez amigo meta preso a sus hijos. Inmoral, mentiroso, bruto y vengativo, Zannini es una vergüenza por donde se lo mire, y funciona como casi todos los que pululan alrededor de Cristina. Meten la cola entre las piernas cuando ella levanta la voz, y maltratan a sus subalternos, porque contra alguien se tienen que desquitar.
Columna de Luis Majul en Radio Rivadavia