Elisa Carrió tiene razón. En una Argentina donde predomina lo peor del kirchnerismo, para hacer oposición, y también para hacer periodismo crítico, tenés que estar dispuesto, incluso, a que te metan preso, sin ninguna razón verdadera que lo justifique. El ex asesor del ex presidente, Fabián Pepín Rodríguez Simón, entendió que lo iban a meter preso a él, como efecto de la presión de los empresarios Cristóbal López y Fabián de Sousa. Rodríguez Simón cree que el fiscal Guillermo Marijuán y la jueza María Servini fueron cooptados por Cristina, los chicos grandes de La Cámpora, y hombres de negocios como López, de Sousa y Daniel Vila.
Por eso pidió refugio político en Uruguay, aunque es difícil que se lo concedan de manera inmediata. A Pepín, Cristóbal lo acusa de integrar la mesa judicial de ex funcionarios que, según él, lo apretaron para que vendiera sus empresas, con la señal de noticias C5N incluida. Pero el abogado sostiene que su único pecado fue insistir para cobrarle a López el impuesto a los ingresos brutos que se resistía a pagar por la explotación de los casinos de Palermo y el flotante de la Costanera Sur. Se puede estar de acuerdo o no con la decisión de Rodríguez Simón, pero su argumento para pedir refugio parte de un razonamiento lógico. Si López y de Sousa tienen tanto poder para conseguir una moratoria con su nombre y apellido, aún después de haber sido condenados por el delito de evasión fraudulenta ¿por qué no lo van a tener para lograr, aunque sea por unas horas, la detención de una figura “perfecta” vinculada al ex presidente Macri? Nadie en su sano juicio puede argumentar que Rodríguez Simón cometió ningún grave delito. Pero si lo detienen, Cristina tendrá más y mejores argumentos para sostener su delirio de que ella es víctima del lawfare. El procesamiento del periodista Daniel Santoro, bajo una acusación inverosímil, la de la presunta extorsión a un empresario, va en la misma dirección. Y también apuntaba a lo mismo el burdo intento de meterme preso aunque sea por una horas, en una causa en la que ni siquiera fui imputado ni me llamaron a declarar, la del presunto espionaje ilegal, que ahora pasó de Lomas de Zamora a Comodoro Py. Fogonearon la idea gente impresentable como Daniel Llermanos, Rodolfo Tailhade y Oscar Parrilli, pero también abogados de trajes caros como el mismo Carlos Beraldi, y por supuesto, la vicepresidenta Cristina Fernández.
Por suerte, son tan brutos que, para forzar mi involucramiento, me confundieron con un tal Pirincho, sobrenombre de un productor de América Tv que había tenido contactos con ex espías de la AFI. Las opiniones, en Juntos por el Cambio, están divididas. Unos piensan que hizo bien en pedir asilo, porque a nadie le debe resultar grato que lo detengan sin motivos que lo justifiquen. Otros afirman que siempre hay que estar sometido a derecho. Cristina, por ejemplo, reivindica esa idea: ella nunca dejó de presentarse, cada vez que la llamaron. Pero la verdad es que la ex presidenta está procesada en varias causas de corrupción y lavado y que las pruebas judiciales para condenarla son abrumadoras. A veces, la vida, te pone frente a opciones dramáticas, que van más allá de lo que es justo. Cómo y dónde vacunarse, en el medio de la pandemia, viviendo en un país como la Argentina, es una opción dramática. Aceptar que te metan preso aunque sea una locura la decisión, o pedir refugio político en otro país, es otra. Cuando todo parecía indicar que allanarían mi casa y me detendrían, tomé la decisión de no resistirme. Como tomé hace tiempo la decisión de esperar la vacuna cuando me toque, aunque tengo muy en claro que el desastre del plan de vacunación argentino justifica la elección de ir a vacunarse donde la vacuna se encuentre, si se tienen los recursos y no se la quita a nadie. Cristina podrá escribir muchas cartas como las de ayer. Pero eso no la dejará libre de culpa y cargo. Ni ante la justicia ni ante su propia conciencia.
Columna de Luis Majul en Radio Rivadavia