Ayer, altos funcionarios como el jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, y el gobernador que no gobierna pero grita, Axel Kicillof, se sumaron al hashtag #acáestálavacuna, como si hubiera algo para celebrar, y con la clara intención de apropiarse del beneficio que implica inocularse. Habrá que recordarles, entonces, todos los días, que tu vacuna es tu derecho, que conseguirlas y aplicarlas es su obligación, y que no hay nada que agradecer a nadie. A nadie ¿eh? de ningún color político.
Habrá que aclararles que la vacuna no es de Alberto, no de Cristina, ni de Axel, ni de Vizotti ni de nadie. Habrá que denunciar, así como fueron denunciados Horacio Verbitsky y Carlos Zannini, el uso del voto vacuna, cada vez que algún político se saque una foto al lado de una jeringa, por decirlo así. Insistimos: hay que poner las cosas en su lugar: llegaron, según los datos, hasta este momento, 15.483.345 vacunas. Sin embargo, se aplicaron 11.459.824. Hay 8.960.291 vacunados con una sola dosis. Esto significa que no alcanza al 20 por ciento de la población. Hay apenas 2 millones y medio de vacunados con las dos dosis, y esto representa el 5.40 por ciento del total de habitantes. Los epidemiólogos dicen que, para que la cosa empiece a funcionar más o menos bien, habría que empezar a vacunar a 300 mil argentinos por día, y todavía, nunca llegamos, ni siquiera, a los 150 mil. A los que se sumaron al hashtag acá están las vacunas, una suerte de la tenés adentro de los campeones de la improvisación, habría que preguntarles: ¿que festejan? ¿los 75.588 fallecidos que supimos conseguir? ¿que celebran? ¿los más de 3.600.000 de covid positivos que tenemos desde que empezó la pandemia? ¿de qué se ríen? ¿acaso quieren tapar, con una frase para las redes, la vergüenza del vacunatorio vip? ¿la oportunidad perdida con pzifer? ¿las muertes que se hubieran evitado si en vez de perder el tiempo en echarle la culpa al otro hubiesen hecho lo que debían?
Si fuera parte del gobierno, me sumiría en un prudente silencio. por el respeto a los enfermos y fallecidos y sus familiares, muchos de los cuáles ni siquiera pudieron despedirlos. Por la tristeza que se percibe en las calles de mi ciudad. Por los miles y miles de negocios y empresas que cerraron. Porque los nuevos desocupados y los nuevos pobres tampoco tienen nada para festejar. Por lo menos, hasta que la pandemia termine.
Columna de Luis Majul en Radio Rivadavia