Con su sesgado discurso de ayer, Cristina se convirtió en la jefa de la campaña electoral, que ya empezó, y nueva dueña de la vacunas. Tardó demasiado en involucrarse: casi 86 mil muertos después. Y tuvo el toupé de pedir a la clase dirigente y a los medios que no hagan política con la vacuna y la pandemia. Para ser más precisos: instaló un supuesto movimiento antivacuna donde no lo hay.
En efecto, en la Argentina se considera que apenas el 7 por ciento no se quiere vacunar. Suena tan impostado el pedido, tan fuera de tiempo, que mas útil y beneficioso hubiese sido que repudiara a los vacunados VIP, o intentara dar vuelta el fracaso del contrato con Pfizer. Dicen que Cristina se vio obligada a salir porque algunas encuestas en la provincia de Buenos Aires la están empezando a preocupar. A pesar de que el oficialismo maneja un aceitado aparato de propaganda y recursos como para reventar las urnas, parece que se registra una incipiente rebeldía entre los sectores que antes representaban un voto cautivo: los jóvenes de menos de 30 años y los más empobrecidos. Los principales dirigentes de Juntos por el Cambio no se confían. Por eso salieron a pedir fiscales en distritos donde el voto les es más esquivo, como la Matanza. En las elecciones que vienen, ella se juega todo por el todo: u obtiene la mayoría y empieza a forzar un nuevo orden, o deberá comparecer ante los jueces una y otra vez, por la media docena de causas de corrupción y lavado de dinero que la atormentan. Para impedir eso no hay vacuna que valga.
Columna de Luis Majul en Radio Rivadavia