(Columna de Luis Majul en +Voces del 13 de agosto de 2021) Culpable. Mentiroso. Sinverguenza. “Garca”. Una persona que le echa la culpa a su mujer sin asumir la responsabilidad política que le toca. Todo eso y mucho más le dijeron al presidente, después de haber calificado la organización de la fiesta de cumpleaños de su pareja, Fabiola Yañez, como un error. El adjetivo “Garca”, por ejemplo, lo usó alguien bastante medido, Andrés Malamud, un sociólogo perteneciente al radicalismo. Un analista que vive en Portugal y parece siempre más preocupado por la grieta que por el daño que Alberto Fernández y Cristina le están haciendo al país.

Y no dijo la palabra “garca” al pasar. Explicó que hasta el día de hoy, el presidente podía ser considerado un “chanta simpático”. Pero que ahora, después de su mea culpa, deberá soportar en su mochila con el mote de “garca”, en su peor acepción. En su significado “argentino”. Es decir: el de la persona insensible al dolor de los demás. Egoista, dispuesta a avasallar los derechos del otro. Ese que te deja pagando. Que te hace daño. Al mismo tiempo, Luis Delía, un cristinista poco sutil, le dio al presidente un empujoncito. Y hasta el infectólogo Pedro Cahn se golpeó el pecho diciendo que esto no ayuda. Y, como si todo esto fuera poco, Víctor Hugo se volvió a golpear la cabeza y agregó: “en este caso la oposición tiene razón”. Cuidado. Porque la última vez que al relator del relato le pasó lo mismo sacó a Néstor Kirchner de la categoría de corrupto a la de salvador de la patria. Quiero decir: algo muy grave debe estar pasando para que tantos defensores del proyecto de repente, se abran de piernas. Aprovecho para recordar una vez más: que nadie se confunda. Cristina no parece ni es mejor que Alberto. Convirtió a su jardinero y su empleada doméstica de El Calafate en vacunados VIP. Anduvo sin barbijo por la vida y no le importó nada. Empezó a hablar de la pandemia hace un ratito, cuando sus asesores le dijeron que hasta los más fieles ya la estaban empezando a ver como Cruela De Ville. Pero más allá de los calificativos, lo que importa aquí es si hubo o no un presunto delito. Un delito contra la salud pública, que contempla de seis meses a dos años de prisión. Lo que importa aquí es si es pasible de un juicio político. Un juicio al Jefe de Estado que podría terminar en su apartamiento o remoción. Y también importa no ya el costo político para el Frente de Todos, sino para el país. Porque la devaluación de la palabra del presidente tiene termina afectando a los habitantes del país que gobierna. Y esto vale para pedir un crédito al FMI como para abrir un quiosco. Y ni que hablar de una gran empresa. Nacional o multinacional. Pero que nadie se confunda: aunque desde el Instituto Patria manden a decir a través de sus periodistas amigos que Alberto tiene que hacerse cargo piensen que, si lo sacan de la presidencia a Fernández la que asume es Cristina. De nuevo: Cris-ti-na. Y entonces sí habrá que agarrarse más fuerte todavía. Porque al desastre que vivimos hoy habrá que agregarle la búsqueda de impunidad y de venganza. Porque Alberto puede ser culpable. Y tendrá que pagar por lo que hizo. Pero Cristina es peor: y todavía no pagó por la cantidad y gravedad de los delitos que se le imputan.