Alguien debería decirle al presidente que nos deje de gritar, como nos gritó ayer, desde la Matanza, la capital de la pobreza que el peronismo viene construyendo desde 1983. Y lo debería hacer cuanto antes. Porque a la destrucción de su propia palabra y de su propia imagen, le estaría agregando más combustible al hartazgo y la tristeza que vienen sintiendo millones de argentinos.
Alguien debería decirle también al asesor presidencial, Ricardo Forster, que si no tiene nada interesante para decir, mejor calle. Porque ayer, este funcionario público al que le pagamos todos, afirmó que en la marcha de las piedras de ayer no “había duelo, sino odio y bronca”.
Más bien, Forster, que además es filósofo, debería tratar de averiguar por qué nos grita, todo el tiempo, no solo Alberto Fernández, sino también la vice presidenta contra natura, Cristina Fernández, el gobernador que no gobierna, Axel Kicillof y hasta Máximo Kirchner, que no tiene la menor idea de cómo se mueve el mundo pero habla y se maneja como un verdadero emperador, por obra y gracias de su documento de identidad y del apellido que heredó. Forster, quien supo ostentar el pomposo título de secretario de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional de Argentina, debería saber ya de memoria lo que significan esos gritos. Por lo pronto, revelan impotencia. La impotencia de no saber qué hacer con un gobierno que fue parido entre gallos y medianoche, y que no da pie con bola desde el mismísimo instante en que asumió.
Columna de Luis Majul en Radio Rivadavia (17 - 8 - 2021)