En la inesperada y estrepitosa derrota del Frente de Todos, son más responsables unos que otros. La más responsable es Cristina Fernández.
Idolatrada por un grupo de fanáticos que cada vez parecen menos, percibida por la mayoría de la sociedad como la que de verdad manda en el gobierno, siempre apareció más preocupada por sus causas judiciales que por la pandemia. Encima se dedicó a esmerilar al presidente que ella misma ungió ni bien asumió su mandato. Millones de argentinos tardaron muy poco en darse cuenta que la fórmula contra natura que pergueñó para ganarle a Macri tenía como único objetivo la salvación de ella misma. El último discurso antes de las PASO fue el peor de toda su carrera. Su manotazo de ahogada para tratar de recuperar el voto joven con la mención de Ele-gante la terminó de mostrar tal cual es. ¿Qué será capaz de hacer para recuperar en dos meses la credibilidad perdida? ¿Hasta dónde dará rienda suelta el resentimiento que tiene acumulado?
El segundo gran responsable es el presidente.
No hay antecedentes históricos de la velocidad con la fue devaluando el principal capital de cualquier presidente: la palabra. Tampoco hay antecedentes de semejante pérdida de imagen positiva: del 85 por ciento al 30 en menos de dos años. Todavía sus amigos no se explica para qué cornos de cristinizó, si le iba tan bien la careta de moderado. Es verdad que la foto del cumpleaños de Fabiola Yañez lo terminó de hundir, pero ya venía cometiendo graves errores desde al intento de estatizar Vicentín, y no se detuvo nunca. Antes de volver a poner energía en las elecciones de noviembre, debería concentrarse en terminar su mandato más o menos entero. Es que, a pesar de la derrota, Cristina, los chicos grandes de la Cámpora y Sergio Massa siguen al acecho, y si no se recompone cuanto antes el costo lo vamos a seguir pagando los argentinos.
Massa, como la tercera pata de esta alianza forzada y antinatural, es otro de los grandes responsables. Quizá se haya empezado a deshilachar después de aliarse con los ñoquis de La Cámpora, a los que amenazó con meter presos, a cambio de una porción de poder. ¿Por qué los votantes no se lo facturaron antes? Porque en aquel momento estaban demasiado enojados con Mauricio Macri, y lo usaron como un instrumento para evitar su reelección. El presidente de la Cámara de Diputados va a tener que pensar mucho sobre qué hacer de acá a noviembre y después también: cualquier paso en falso lo puede afectar todavía más, y hay muchos que lo están esperando para vengarse.
Después de la “santísima trinidad”, los grandes responsables de la paliza electoral son, en este orden, Axel Kicillof, el gobernador que no gobierna, Máximo Kirchner y sus chicos grandes de la Cámpora. Tan ambiciosos como ineficientes, con una enorme chequera del Estado que los hace disponer de recursos casi sin ningún límite, confundieron la administración de la pandemia y la banca en diputados con una asamblea universitaria. Supusieron que ladrándole un poco a Pfizer y otro poco a “pero Macri” podían avanzar sin inconvenientes en su egocéntrico proyecto de poder.
Fue tan fuerte el mensaje de las urnas que cada uno de ellos, casi sin excepción, perdió en su propio distrito, en sus barrios y en la manzana de las casas en donde viven.
El desprecio con el que Cristina saludó a Victoria Tolosa Paz en el escenario de la derrota habla peor de la vicepresidenta que de la candidata a diputada. A Tolosa se la puede ver como una persona audaz, poco preparada, oportunista e impulsiva. Pero la vicepresidenta parece haber perdido todo rasgo de humanidad: incluso el mínimo e indispensable para volver a presentarse y competir en las próximas elecciones presidenciales de 2023.