Desde la misma noche del domingo de la derrota, Cristina teme que su situación personal, y la de sus hijos Máximo y Florencia, vuelva a convertirse en una pesadilla sin retorno. Es decir: que la pérdida de votos en el Senado y Diputados coloque a los tres a tiro de una decisión judicial que incluya la posibilidad de ir presos. Esta es la verdadera razón que explica por qué la vice presidenta pretende que Alberto Fernández cambie a medio gabinete. Ella venía pidiendo las cabezas de Santiago Cafiero, Martín Guzmán, pero también las de Claudio Morori, Matías Kulfas, Felipe Solá, Vilma Ibarra, Julio Vitobello y Matías Lammens, entre otros.
Débil, y desesperada, cansada de que Alberto haga caso omiso a sus exigencias, ideó el montaje de las renuncias masivas. Así no solo puso en vilo a todo el gobierno. También produjo un golpe de palacio con final incierto. Hasta la medianoche, el presidente tenía la idea de rechazar la renuncia del ministro del Interior, Eduardo Wado de Pedro, aceptar las de Fernanda Raverta y Luana Volnovich, entre otras, y recostarse en los gobernadores e intendentes peronistas que lo apoyaron en público, igual que la cúpula de la CGT y Hugo Moyano, el sindicalista ejemplar a quien le está ayudando a zafar de sus causas judiciales. Tan complicada es la situación, que ayer se la comparaba con la renuncia de Carlos Chacho Alvarez a la vicepresidencia de la Nación. La dimisión de Alvarez terminó disparando la caída del entonces presidente Fernando de la Rúa, epicentro de la crisis de diciembre de 2001, la más grave desde la restauración democrática de 1983. Como lo hizo una y otra vez Néstor Kirchner para consolidar su poder en la provincia de Santa Cruz, Cristina ahora está jugando con fuego. La diferencia entre las anteriores situaciones y la actual es que esta no puede ser más grave: en el medio de una pandemia que sigue provocando muertos todos los días, una crisis económica, social y cultural sin precedentes, y sin expectativas de una salida a corto plazo.
Tan dañina, egoísta y ajena a los intereses de la mayoría se manifiesta Cristina Fernández, que urge ponerle un freno ahora mismo, antes de que sea demasiado tarde. Faltan todavía dos meses para las elecciones generales, y dos años más para la entrega del poder. Los principales dirigentes de la oposición acordaron mantenerse lo más lejos que se pueda de la porquería que montaron Cristina, el Instituto Patria y los chicos grandes de la Cámpora. Horacio Rodríguez Larreta no tiene pensado decir ni una palabra al respecto. Por su parte, Sergio Massa se fue a dormir con una notable sensación de impotencia. Se lo había mencionado como un futuro súper jefe de gabinete cuya nominación podría renovar las expectativas de cara a las próximas elecciones. Pero enseguida se lo descartó, porque Alberto y Cristina tienen un conflicto previo que resolver. Tanta es la bronca acumulada, que los hombres del presidente aluden a Cristina como “la dañina” y los incondicionales de la vice aluden a Alberto como “el gordo”. Así de deteriorado está el vínculo de la fórmula contra natura que tanto mal le está haciendo al país.
Columna de Luis Majul en Radio Rivadavia del 16 de septiembre de 2021