Todo el mundo le pide a Daniel Scioli que rompa con Cristina Fernández o que por lo menos demuestre que está dispuesto a dar pelea. Pero nadie le asegura ni le garantiza al gobernador de la provincia que eso lo llevará a buen puerto. “Son todos muy valientes de la boca para afuera, pero ninguno de los que me aconsejan romper perdería tanto como perdería yo”, le dijo esta semana Scioli a un amigo de la vida. El problema que tiene el ex motonauta es grave y real, porque su estrategia de no responder a los ataques está empezando a revelar sus límites. “A los argentinos no les gusta que la Presidenta los rete todo el tiempo, pero tampoco confían en alguien que no muestra fortaleza o capacidad de reacción cuando es atacado de manera tan grosera. Se preguntan, con cierta lógica: Si no es capaz de defender su propio pellejo, ¿por qué sería capaz de defenderme a mí?”, me explicó un sociólogo que analiza la imagen de Scioli, entre otros presidenciales.  El opina que la estrategia de la Presidenta es muy clara y que es la misma que utilizó contra Mauricio Macri, con cierto éxito. “Es verdad que, cuando agrede o ataca a Scioli o a Macri, Ella pierde algunos puntos de su imagen positiva y su intención de voto. Pero como su porcentaje de apoyo efectivo es más alto que el de Daniel o Mauricio la que termina obteniendo ventajas es Cristina”, explica.  El consultor va más allá. Afirma que la jefa de Estado siempre llevará las de ganar, porque para la mayoría, incluso para quienes no la quieren, posee una virtud que sus “enemigos” no tienen: es vista como alguien capaz de resolver los problemas; incluso, los que provoca o genera el mismo gobierno. En simultáneo, la imagen de Scioli o de Macri se deteriora, porque la mayoría emparenta su “incapacidad” para ponerle límites con “ineficacia” o “falta de coraje” para enfrentar los dos o tres problemas que preocupan más a los argentinos: la inseguridad, la inflación y la desocupación.

Si se la mira bien, la estrategia de Cristina Fernández no es tan distinta a la que usó Néstor Kirchner después de la derrota del 28 de junio de 2009. El ex presidente se dedicó a pulverizar, uno por uno y por separado, a los dirigentes de la oposición que mostraban mejor imagen y más intención de voto. Y al mismo tiempo inició una maratón de leyes positivas que sirvieron para demostrar capacidad de gestión. Es verdad que la gran levantada de Cristina Fernández se produjo inmediatamente después de la muerte de su marido, en octubre de 2010. Pero también es cierto que ya estaba mucho mejor parada que Macri, que Eduardo Duhalde, que Julio Cobos o Ricardo Alfonsín. En un escenario de simulación que Jaime Durán Barba le preparó a Macri a principio de 2011, mucho antes de las primarias  que sirvieron de ensayo para las presidenciales de octubre, el jefe de Gobierno de la Ciudad parecía tener posibilidades de ir a una segunda vuelta, pero no había manera de no perder ante Cristina Fernández en el ballotage. Esa fue la principal razón por la que Macri fue por la reelección en la Ciudad, y ninguna de las tantas que se dijeron o escribieron. Los hombres de Mauricio creen que ahora las cosas son diferentes, porque Ella no puede ser reelecta y porque están seguros de que no tiene la más mínima posibilidad para plantear una reforma constitucional que le permita acceder a un nuevo mandato. “Lo mejor que nos podría pasar es que se blanqueara la campaña Cristina Eterna, porque Mauricio sería el más importante y creíble abanderado del no, muy por encima de cualquier dirigente de la oposición”, interpretó un miembro del gabinete del jefe de gobierno. Si la jefa de Estado permitiera a sus incondicionales lanzar el proyecto para la reforma y la rerreelección, Scioli quedaría atrapado en su promesa de apoyarla y la Unión Cívica Radical (UCR) y el Frente Amplio Progresista (FAP) deberían utilizar mucho tiempo para convencer a sus seguidores de por qué militarían a favor del no. En cambio el jefe de Gobierno de la Ciudad no se vería obligado a impostar ninguna de sus posiciones tradicionales. Los hombres de Scioli también consideran casi imposible que la Presidenta se lance ahora mismo a pelear por su reelección. Por eso calculan que, de alguna manera, el tiempo les está jugando a favor. “Daniel no va a renunciar a la gobernación. Tampoco va a irse del Frente para la Victoria. Si lo quieren echar o lo quieren destituir, nos encargaremos de que quede bien en claro que se trató de un golpe de Estado o de un capricho de la Presidenta, y no de un problema de gestión, como lo quiere presentar el aparato de comunicación oficial”, aseguró un integrante del gabinete de Scioli.

Por encima del dilema del gobernador, existen dos problemas más graves todavía. Uno es que el gobierno nacional, y la Presidenta en particular, no parecen tener límites para tomar decisiones extravagantes y autoritarias. Los retos públicos a Scioli, la persecución presidencial al agente inmobiliario que se atrevió a denunciar la caída de la actividad y el uso y abuso de la cadena nacional deberían merecer algo más que las críticas tibias y aisladas de algunos líderes de la oposición. El otro es la creciente desaceleración de la economía con el impacto social que está empezando a generar en la ocupación. Un grupo de dirigentes peronistas no kirchneristas, de PRO, del radicalismo y del FAP organizan encuentros informales para poner un límite a tanta desmesura oficial. Lo sueñan como el germen de una alternativa capaz de superar la crisis de liderazgo de la que se aprovecha Cristina Fernández para hacer lo que se le da la gana.

 

Publicado en El Cronista