(Columna publicada en Diario La Nación) Hay consultores y analistas que ya están comparando a Alberto Fernández con el fallecido expresidente Fernando de la Rúa, y a Cristina Fernández, con el fallecido expresidente Carlos Menem. El primero y que mejor explica la comparación es Jorge Giacobbe. El representante de Giacobbe y Asociados sostiene que Alberto, igual que De la Rúa, empezó a sufrir una especie de descomposición temprana de su imagen positiva, hasta quedar prácticamente sin ningún apoyo.

También afirma que Cristina, después de haber gobernado 8 años y haber sido responsable de varias crisis económicas y, ahora mismo, bajo “sospecha moral”, todavía conserva entre un 25 y un 30% de intención de voto, el mismo récord de Menem, cuando le ganó en primera vuelta, en abril de 2003, a Néstor Kirchner. Es decir: una porción de electorado que le sirve para hacer “daño”, pero no para ganar una presidencial.

¿Es posible trazar un paralelo entre Alberto y De la Rúa? De la Rúa, igual que Fernández, había ganado en primera vuelta, con el 48,5% de los votos, contra el 37,9% obtenido por Eduardo Duhalde y el 10,2% de Domingo Felipe Cavallo. Apenas asumido, en diciembre de 1999, su figura generó una gran expectativa, luego de 10 años de hegemonía de Carlos Menem y el Partido Justicialista. En ese momento, su imagen positiva superaba los 70 puntos, un poco menos de lo que logró Alberto Fernández en el inicio de la pandemia, con más del 80%. Sin embargo, la idealización de De la Rúa terminó rápido, al mismo ritmo que se empezaba a deshilachar el plan de convertibilidad. Su primer ministro de Economía, José Luis Machinea, se mantuvo en el cargo un año y dos meses. Fue reemplazado por Ricardo López Murphy, que apenas duró un mes, para ser sustituido por Cavallo, el autor de la ley de convertibilidad.

De la Rúa recibió una herencia a la que no pudo o no supo hacer frente. Con una caída del PBI del 3,5%, una desocupación del 14% y un nivel de pobreza cercano al 30%, pronto sumó a la crisis económica y social otra de índole política, con la dañina renuncia de su vicepresidente, Carlos “Chacho” Álvarez, gesto que lo terminó de desautorizar. La decisión de Álvarez, producida el 6 de octubre de 2000, después de haber acompañado la denuncia de sobornos en el Senado y con el argumento de que no quería integrar un gobierno de corruptos, lo dejó con apenas 15% de imagen positiva, casi sin ningún apoyo político. El dirigente radical tuvo que abandonar la presidencia anticipadamente, en diciembre de 2001. Todavía se recuerda la imagen del jefe de Estado subiendo al helicóptero desde la terraza de la Casa de Gobierno. ¿Terminará siendo Cristina Fernández la “Chacho Álvarez” del actual presidente?

Aunque a ninguno de los dos le guste la comparación, Chacho y Cristina parecen igual de egocéntricos. Además, ambos demostraron que les importa más su propia imagen que las instituciones. Cerca del jefe de Estado todavía no terminan de asimilar el golpe bajo de la carta pública escrita por Cristina y que hizo volar a parte del gabinete por los aires. Ahora analizan el camino a seguir a partir del lunes 15 de noviembre si, como temen, Juntos por el Cambio le propina al Frente de Todos una derrota parecida o mayor que la de las PASO. Por otra parte, la trayectoria política de Cristina, si se la observa con detenimiento, bien se puede comparar con la de Menem, en más de un sentido. Excesivamente ambiciosa, vinculada a decenas de hechos de corrupción, durante muchos años pareció imbatible, hasta que perdió el invicto electoral en octubre de 2017, contra el actual senador Esteban Bullrich. ¿Está llegando, en efecto, la vicepresidenta al ocaso de su trayectoria política? Por más estrépito que haya querido provocar con el amago de renuncias masivas y los cambios en el gabinete, la mayoría de las encuestas la señalan como la mala de la película.

En el último informe del mismo Giacobbe, ante la pregunta “¿quién tiene mayor responsabilidad en la derrota del Frente de Todos en las elecciones?”, el 35,3% se la adjudica al Presidente; el 16,7%, a “la pandemia”, y el 47,5%, a Cristina Kirchner. En otro trabajo de la consultora Zuban Córdoba, ante la pregunta “¿qué tanto influyeron en la derrota del Frente de Todos a nivel nacional los siguientes ítems o aspectos?”, aparecen, en este orden: “la gestión económica de Alberto Fernández y Martín Guzmán”, con el 81,5%; “la pobreza por 10 años consecutivos”, con el 76,6%; “la credibilidad del Presidente”, con el 76%; “el mal manejo de la pandemia y las políticas de cuidado”, con el 74,3%; “los problemas de la comunicación del gobierno nacional”, con un 65,4%; “la falta de unidad y coherencia dentro del Frente de Todos para gobernar”, con 64,4%, y “la gestión de Sergio Massa como presidente de la Cámara de Diputados”, con el 63,7%. Más abajo, “que haya ido menos gente a votar”, con el 42,9%, y “Juntos por el Cambio trabajó mejor” con el 36,7%. Pero lo más notable es que, entre las dos causas principales, aparecen, también, muy arriba, “las políticas de Máximo Kirchner y La Cámpora”, con el 70,8%, y “el estilo político de Cristina Fernández”, con el 70,7%.

Si, como sostiene Antoni Gutiérrez Rubí –el consultor catalán que asesoró a Cristina en 2017, luego a Massa y ahora estaría haciendo lo propio con Alberto–, el voto es, antes que nada, un acto de “emoción”, debería prestar atención a la nube de palabras que aparecen como respuesta en el mismo estudio de Giacobbe ante la pregunta “¿qué emoción le produjeron los resultados de las elecciones PASO?”. Allí se lee, primero, y bien grande, la palabra “esperanza”, seguida por las de “alegría” y “felicidad”.

No parece necesario repetir que la derrota fue multicausal y que la necesidad de cambiar de rumbo abarca a entre el 65 y el 70% de los argentinos en condiciones de votar. Sí se debería prestar atención a lo que esperan muchos argentinos a partir del 15 de noviembre. Para empezar a analizarlo, hay otro cuadro, perteneciente al mismo informe de Giacobbe, que podría dar una idea aproximada. La pregunta que se hace es “respecto de la crisis por el gabinete nacional, ¿cuál de estas frases se acerca más a su opinión?”. “No me importa lo que suceda” fue elegida por el 35% de los consultados. “Alberto debería aceptar las sugerencias de Cristina porque es la líder del espacio” fue la opción del 20,4%. Pero “Alberto debería echar a todo el kirchnerismo del poder y gobernar solo con el peronismo” fue elegida por el 43,3% de los preguntados. ¿Esto significa que el Presidente, intervenido, golpeado y desgastado como está, podría tener una última oportunidad, si se decidiera a romper con Cristina, apoyarse en los gobernadores del peronismo y los intendentes del conurbano, y empezar a hacer lo que quiere hacer, sin la interferencia de la vicepresidenta? Alguien que lo conoce como pocos recordó que la idea de “independizarse” se le pasó ya por la cabeza dos veces. Una fue en marzo de 2020, cuando sus niveles de aceptación social alcanzaron a los de Francisco cuando fue ungido papa, y los de Raúl Alfonsín, como el primer presidente de la restauración democrática. La otra, cuando Eduardo “Wado” de Pedro encabezó el tsunami de renuncias masivas y Cristina publicó la carta que le pegó en el hígado.

Dicen quienes lo quieren bien que no van a dar un paso en falso si primero él no se planta. Pero que lo van a apoyar sin disimulo, a favor de una salida racional. Dicen que ya le advirtieron que, si se vuelve a someter al maltrato de Cristina, su destino será parecido al de De la Rúa. También lo entusiasmaron y le recordaron lo que hizo Néstor Kirchner como presidente, con apenas el 22% de los votos de la primera vuelta, ante la negativa de Menem de presentarse al ballottage. “El poder se construye a través de su ejercicio”, le recordó un ministro que se considera “albertista”.