(Columna de Luis Majul publicada en Diario La Nación) El Presidente, sus ministros de más peso, los gobernadores del peronismo, la mayoría de los dirigentes de la CGT y buena parte de los intendentes de la provincia que pertenecen al Partido Justicialista y aspiran a la reelección tienen un diagnóstico parecido sobre cómo quedó Cristina Kirchner después de la derrota del 14 de noviembre. Lo único que la vice parece mantener intacto, sostienen, palabras más, palabras menos, es su capacidad de daño. Mejor dicho: “algo” de su capacidad de hacer daño. Daño al propio gobierno en general y al jefe del Estado en particular, como lo demostró, afirman, horas después de las PASO, al enviar su “carta bomba” acompañada del amago de renuncia de los ministros que le responden, como el del Interior, Eduardo “Wado” de Pedro.
El racconto que hacen quienes le cuentan las costillas a la vice es minucioso. Dicen, para empezar: fracasó su ambigua estrategia de acaparar, junto a los chicos grandes de La Cámpora, los ministerios, las empresas del Estado y entidades públicas con las cajas políticas más “jugosas”, como YPF, PAMI y la Anses, al mismo tiempo que entornaba a Alberto Fernández y se mostraba prescindente de las decisiones del Gobierno. Agregan: su estrambótica estrategia ni siquiera fue entendida, acatada o asumida, en su totalidad, por el núcleo duro, algunos de cuyos miembros no la perciben ni tan perfecta ni tan sólida. Mucho menos la equívoca postura fue aceptada por los votantes, en general: alcanza con recordar que más del 70% de los argentinos la perciben egoísta, despreocupada por el destino del país y obsesionada, siempre, por sus intereses particulares. De sus causas judiciales a las dos jubilaciones de privilegio a las que bien podría haber elegido renunciar.
También, repasan estos peronistas no cristinistas, fracasaron la mayoría de las candidatas y los candidatos que ella bendijo, al tope de las listas y en los lugares más expectantes. La nómina parece interminable: Anabel Fernández Sagasti, en Mendoza; María Luz Alonso, en La Pampa; Oscar Parrilli, en Neuquén; Carlos Alberto Caserio, en Córdoba; María de los Ángeles Sacnun, en Santa Fe; Daniel “Platita” Gollán, en la provincia de Buenos Aires, y quienes quedaron terceros nada más y nada menos que en la provincia kirchnerista de Santa Cruz, por citar a los más rutilantes. Como si esto fuera poco, indican, fracasó la apuesta de ella y su hijo, Máximo Kirchner, de impedir a los llamados “barones del conurbano” y también a Sergio Berni abrir las listas y habilitar unas PASO para lograr más volumen político y, eventualmente, más votos, como sí consiguió Juntos por el Cambio.
Y va de suyo que la opción original de Cristina de empoderar a Máximo o al gobernador Axel Kicillof para reemplazar a Alberto Fernández ha quedado, después de estos resultados, herida de muerte. Aunque, para ser más justos, aquí los diagnósticos empiezan a bifurcarse. Cerca de Kicillof, por ejemplo, sienten que el achique de la diferencia de las generales con respecto a las PASO le va a permitir trabajar para su eventual reelección. “Si después de la pandemia, la caída de la economía, la pésima campaña que hicimos y los casos de inseguridad en Ramos Mejía nos ganaron por tan poco, cómo van a hacer para derrotarnos dentro de dos años si levantamos un poquito la cabeza”, simplifican quienes trabajan para el gobernador de la provincia.
Los que se referencian en el jefe de Gabinete del gobierno provincial, Martín Insaurralde, piensan otra cosa. Afirman que si no entiende que lo que permitió al peronismo “perder por menos” fue la reacción, en el territorio, de los intendentes, Kicillof “habrá perdido la oportunidad, una vez más”, de aprender de una derrota. El ministro de Desarrollo Social, y ex intendente de Hurlingham, Juan Zabaleta, por ejemplo, es uno de los que entienden el resultado electoral como una oportunidad para enfrentar al kirchnerismo en la provincia, porque el mito de que Cristina era invencible y Máximo se contagiaba de su fuerza parece cada vez más lejos de la realidad.
La perspectiva es compartida entre los que todavía tienen la esperanza de que el Presidente se le plante a la vice, agarre la lapicera, la tinta, el papel y firme todo lo que tiene que firmar, aunque eso signifique profundizar la enorme grieta que existe entre los compañeros de la fórmula contra natura. Me dijo un ministro que apoya al titular del Poder Ejecutivo: “Ustedes, los periodistas, no comprenden, de verdad, lo que está pasando dentro del Frente de Todos. Alberto, en efecto, nunca va a romper con Cristina, pero después de (la penúltima) carta y el amago de renuncia de Wado, algo, muy profundo, pareció cambiar en él”. ¿Y qué fue lo que cambió?, preguntamos, para tratar de entender más. “Se le plantó a Máximo. Él no quería que se hiciera el acto después de las elecciones. Se distanció de Wadito, porque sintió su renuncia como una traición. Además tomó nota, bastante más aliviado, de la última cartita de Cristina. Sabe que no implica un apoyo irrestricto al Gobierno, pero entiende que el juego de ella se achicó a la mínima expresión después del resultado electoral”.
Otro ministro que responde al primer mandatario, igual de pragmático, fue más allá. “Alberto dijo bien clarito que el dedo de Cristina, (‘sí, el mismo dedo que lo ungió a él’, reconoció) se acabó. Que serán las PASO las que van a definir quién lo va a suceder”. El alto funcionario entiende que después de la derrota muchos se sentirán con derecho a jugar, aunque pierdan. Desde el propio Presidente, pasando por gobernadores como el de San Juan, Sergio Uñac, hasta el actual jefe de Gabinete, Juan Manzur, quien, no bien asumió, adquirió un protagonismo y una dinámica que, dicen quienes lo conocen, no abandonó ni quisiera ante los “celos” de su antecesor, Santiago Cafiero. Cafiero se habría quejado de la hiperactividad de Manzur por entender que dejaba mal parado, como si fuera un haragán, incluso, al primer mandatario. Y habría protestado ante propios y extraños ante la marketinera idea de asociar al gobernador de Tucumán en uso de licencia y su futuro con el papa Juan XXIII.
Todos los que hablan en contra de Cristina, a quienes la expresidenta califica como “los machos del off”, opinan que cayeron muy mal su no comparecencia en el comando electoral que se montó en Chacarita y su silencio frente a lo que consideran una “remontada” en la provincia y en algunos distritos que se daban por perdidos. No la tratan como si fuese una opositora, pero no les disgusta la lectura que sostiene que a la mayoría de la sociedad le molesta que “desaparezca” en los momentos difíciles o trágicos, como las derrotas electorales, la tragedia/masacre de Once o la pandemia de Covid. Sí le reconocen su capacidad, ahora un tanto limitada, para hacer daño. Y dan dos ejemplos de las últimas horas. El primero, su influencia, ideológica y política, sobre jueces como Daniel Obligado y Adrián Grünberg, quienes le permitieron, por ahora, ser sobreseída e incluso no comparecer en el juicio oral y público de la causa Los Sauces y Hotesur. El último: el procesamiento contra Mauricio Macri decidido por el juez de Dolores Martín Baba, a quien perciben como un magistrado que respondería a su antecesor, Alejo Ramos Padilla, el juez que se prestó, de manera diligente, al denominado operativo Puf contra su par el fallecido Claudio Bonadio y el fiscal federal Carlos Stornelli.
Ninguno de los peronistas consultados cree de verdad que Cristina un día se vaya a levantar distinta y vaya a renunciar a la política para dedicar más tiempo a sus nietos. Tampoco la ven bombardeando, de manera explícita, el eventual acuerdo con el FMI. “Nadie la subestima. Solo que algunos estamos empezando a comprender que el tiempo pasa para todos. Incluso para ella”. ¿Y por qué no la confrontan públicamente?, preguntamos. “Porque el que lo debe y lo tiene que hacer, primero, es Alberto”, respondieron, todos, palabras más, palabras menos. También dicen que, entonces ellos sí, se alinearán detrás del Presidente, de manera inmediata. Animémonos y vayan, podría ser la síntesis de este análisis poselectoral.