Hay que desbaratar ya mismo la falsa idea de que la Presidenta está del lado del Bien y que es una víctima de algo tan inasible como "las corporaciones", representadas por el Grupo Clarín, los periodistas críticos y los jueces independientes. Hay que salir a aclarar una vez más que Ella y los dirigentes de organismos de derechos humanos y los artistas que estuvieron el domingo en la Plaza de Mayo no son quienes están del lado heroico de la historia y todos los demás son la derecha, los malos, los poderosos, los conservadores, los golpistas y los que tratan de impedir que desde la Casa Rosada se consume algo parecido a una revolución.

Quizá muchos de los que participaron del festejo no espontáneo y estaban en el escenario desde donde Cristina Fernández habló se encontraban allí por convicción, pero estoy seguro de que muchos otros lo hicieron por interés, por conveniencia o porque estaban sumidos en la intrascendencia y un buen día Él y Ella les dieron la posibilidad de ingresar en los libros de historia que ya mismo están escribiendo para la posteridad. Se sabe que algunas organizaciones humanitarias y ciertos dirigentes fueron beneficiados o prostituidos con dinero del Estado. Los fallidos proyectos de Sergio Schoklender y el desmesurado apoyo a Milagro Sala en Jujuy, sin control ni auditoría, son sólo dos ejemplos de una política sistemática de cooptación de referentes sociales y de derechos humanos. También es evidente que muchos de los artistas que bailaron y cantaron junto a Cristina Fernández se sienten agradecidos por decisiones oficiales que favorecieron el ejercicio de su actividad. Pero al mismo tiempo muchos de los que estuvieron allí tienen como su principal ingreso contratos y subsidios pagados con el dinero del Estado, lo que no hace tan genuina, militante ni heroica su participación en semejante manifestación.

La estruendosa posición de Fito Páez sería más digerible si no cobrara el cachet que embolsa por cantar en otros actos como el del domingo. Él desmintió que lo haya hecho durante el último, pero en otros sí lo hizo, y él mismo lo admitió. La grandilocuencia de Víctor Hugo Morales sería más creíble si no recibiera por sus charlas dinero público de intendentes cristinistas o renunciara de manera explícita a cualquier ingreso por publicidad oficial, algo que sería muy acorde con el discurso épico que tiene sobre sí mismo. Quizá ahora luzca más simpático, cool y aceptable tocar una canción mientras la actual jefa de Estado se mueve al compás de la música, pero cuando el tiempo pase y el sentido común se termine por imponer, muchas "personalidades de la cultura" serán ubicadas entre aquellos "que rondan los siniestros ministerios, haciendo la parodia del artista", como escribió Páez cuando pensaba que la música o el arte debían estar contra el poder de turno o no serían nada.

Pero eso no es todo

Hay que repetir, todas las veces que sea necesario, que Néstor Kirchner no murió en combate contra las fuerzas del Mal Absoluto, sino en la cama de su casa de El Calafate y de un infarto
, porque se le tapó el stent y el profesional de la Unidad Médica Presidencial que descansaba a unos metros de allí no tuvo tiempo de reanimarlo. Hay que poner en el haber, cuando se habla de Néstor Kirchner y Cristina Fernández, la decisión de implementar la Asignación por Hijo (ApH) y la de aumentar los haberes jubilatorios, aunque mucho menos que la inflación. Pero hay que decir de inmediato que el proyecto de ApH fue "arrebatado" a dirigentes de la oposición que lo venían exigiendo hace tiempo. Y que la decisión oficial de implementarlo por decreto y no a través de una ley esconde un cálculo político propio del clientelismo más amarrete, y no la grandeza de quienes quieren pasar a la historia del lado de los buenos.

Hay que recordarles, a quienes se sienten parte del proyecto Robin Hood, que reconocer el 82% móvil por lo menos a una parte de los jubilados es posible si se toma la decisión política. Pero que para eso habría que dejar de financiar, por ejemplo, el Fútbol para Todos y otros proyectos igual o más demagógicos que se encuentran activados porque generan un voto más fácil, más urgente y menos trabajoso del que se puede obtener con decisiones que le sirvan a la próxima generación.

Hay que decirle a la Presidenta y sus aplaudidores de siempre que no se puede acusar con tanta liviandad de golpistas a quienes no piensan como el Gobierno o están en contra de que se hagan las cosas de prepo, como en la interminable e insoportable guerra que emprendieron contra el Grupo Clarín. Lo que nos dejó el Golpe fue demasiado doloroso como para agitar semejante fantasma y poner a todos en una misma bolsa. Para empezar, se debería tener mejor memoria y recordar, una vez más, que ni Néstor ni Cristina fueron mártires ni víctimas de la dictadura. Que ni Él ni Ella padecieron las aberraciones de la mayoría de sus compañeros durante la etapa más sangrienta de la historia reciente. Que mientras otros abogados defendían a presos políticos y presentaban hábeas corpus para intentar salvar la vida de muchos militantes, ellos cobraban hipotecas en Río Gallegos, lo que no era un delito, pero estaba muy lejos del antecedente heroico que pretenden presentar, por ejemplo, en Néstor Kirchner, la película .

Y para terminar, y respetar los hechos de la historia reciente, hay que recordar, por enésima vez, que esta cruzada prepotente contra Clarín y el periodismo crítico, con aires de justicia romántica y pura, tiene como antecedente directo la aprobación de la fusión entre Cablevisión y Multicanal, que fue firmada por el presidente Kirchner cuando terminaba su mandato, en diciembre de 2007. Esto, por supuesto, no significa que el Estado no tenga derecho a pedir la adecuación de un multimedios privado cuyo tamaño podría romper el equilibrio del mapa de una parte de la información. Pero en este caso también habría que llamar a las cosas por su nombre. Cuando la ley de medios se aprobó, todavía nadie tenía claro cuál era el nuevo mapa nacional de la información. Ahora se sabe que ya no es más Clarín sino el Estado el multimedios más poderoso, más desequilibrante y más agresivo. Lo saben los líderes de la oposición que son insultados cuando les empieza a ir bien en las encuestas. Lo saben los empresarios que callan para que no ataquen a sus compañías. Lo saben los medios críticos que dejaron de recibir publicidad oficial. Lo saben los artistas, deportistas y periodistas que no dicen lo que piensan porque temen una inmediata visita de los inspectores de la AFIP con cobertura periodística oficial o paraoficial garantizada.

Sería mejor, en todo caso, que el Gobierno dejara actuar a los jueces en paz. Sin tanta presión, sin tanta prepotencia. Sin ponerse en el lugar del mártir que busca justicia frente al supuesto gigante voraz e insaciable que pone en riesgo a la democracia. Este cuentito no resiste el menor análisis. Jamás un gobierno tuvo más poder político y económico que éste. Quizá tendría que empezar a gestionar y ocuparse de los temas urgentes en vez de distraer la atención con un nuevo capítulo de la novela de "Los buenos versus los malos".

 

Publicado en La Nación