(Columna publicada en Diario La Nación) La idea de que este gobierno puede seguir administrando los asuntos del país con normalidad mientras el Presidente y la vice se atacan mutuamente, de manera más o menos solapada, es inconcebible, ingenua y no resiste el menor análisis.
Mi opinión es que, con el creciente aumento y aceleración de la inflación, y la grave e inocultable fractura de la coalición oficialista, la Argentina podría sufrir un nuevo cimbronazo, incluso antes de las próximas elecciones presidenciales de 2023.
Repasemos los últimos hechos relevantes, porque reflejan el vértigo de la crisis. El sábado pasado, en medio del aniversario número cuarenta por el intento fallido de recuperar las Malvinas, Cristina Fernández reveló en público, en un tono pretendidamente gracioso, que le había regalado a Alberto, para su cumpleaños número 61, la crónica de Juan Carlos Torre Una temporada en el quinto piso. En ese libro, el sociólogo Torre, hombre de confianza del fallecido ministro de Economía Juan Sourrouille –creador del Plan Austral y uno de los principales asesores del presidente Raúl Alfonsín–, cuenta la historia secreta de la renuncia anticipada del líder radical, y las razones por las que no pudo evitarla. La alusión de la vice no solo fue descomedida y fuera de contexto. Demuestra que percibe al Presidente que ella ungió como el peor Alfonsín, o al más impotente, o como una especie de Fernando de la Rúa en su hora más crítica. Tiene que ser Cristina muy hipócrita o estar muy desconectada de la realidad para colocarse fuera del desastre que ella misma estaba describiendo.
Avancemos. Unos días atrás, la portavoz del Presidente, Gabriela Cerruti, había confirmado, a regañadientes, que Alberto y Cristina no se dirigen la palabra. Cerruti no tuvo más remedio que admitirlo después de que se filtró la información de que la vice estaba fuera de sí luego del ataque a su despacho con piedras que, dicho sea de paso, trató de presentar como un intento de magnicidio. Cuando la piedra rompió el ventanal, su hijo, Máximo Kirchner, permanecía en la misma oficina, y la tensión era insoportable. El presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Massa, corrió hasta el despacho de la vice para saber cómo se encontraba. Allí fue testigo de varios insultos contra el presidente de la Nación. Cuando salió, Massa llamó a Alberto dos veces y le pidió que se comunicara con Cristina, de manera urgente. Entonces el jefe del Estado la llamó, primero, al número con el que se comunican sin intermediarios. Pero ella no lo atendió. De inmediato Alberto trató de conectar con Mariano Cabral, un abogado de 33 años que hace las veces de secretario privado de la vicepresidenta. Pero Mariano tampoco lo atendió ni le devolvió al llamado. Más humillación no se consigue.
Al otro día, de madrugada, Máximo Kirchner, quien ya había renunciado a la presidencia del bloque de diputados del Frente de Todos, hizo su entrada triunfal al recinto, solo para que quedara registrado que él, junto a una decena de legisladores, votaría en contra del préstamo del Fondo Monetario Internacional. Es decir: en contra de la más relevante decisión del gobierno desde que asumió, en diciembre de 2019.
Lo que sucedió durante esas horas no fue solo grave, sino también patético. ¿Y qué pasó? Como Alberto y Máximo tampoco se hablan, el Presidente tomó de nuevo su celular. En este caso lo hizo para comunicarse con el segundo “comandante” de La Cámpora, el ministro de Desarrollo de la provincia de Buenos Aires, Andrés Larroque. Fue poco después de que Larroque escribió en un tuit en el que, una vez más, como Cristina y Máximo, se autopercibía un dirigente de la oposición. Decía: “Aturden el silencio y la parsimonia del Gobierno frente al ataque al despacho de la vicepresidenta”. El primer mandatario le espetó: “No me podés hacer esto”. Pero Larroque insistió: desde del Poder Ejecutivo nadie había salido a repudiar el ataque a Cristina. Entonces Alberto, por teléfono, le explicó que su tuit le hacía mucho daño no solo al Gobierno, sino también al Frente de Todos. Pero Larroque dobló le apuesta y le trasladó un pedido de Cristina, pero sobre todo de Máximo, que bien podría ser entendido como una exigencia. El pedido: que dejara de usar la memoria de Néstor Kirchner para justificar el acuerdo con el FMI. La amable respuesta del ministro de Seguridad, Aníbal Fernández, sugiriendo que la memoria del expresidente no puede tener propietarios, no hizo más que echar nafta al fuego y poner todavía más distancia entre los componentes de la fórmula presidencial contra natura.
Dos semanas después, La Cámpora, encabezada por Máximo Kirchner, se gastó 80 millones de pesos solo para demostrarle al jefe del Estado su poder de movilización. Así como su mamá no le importó meterse en otra internita de morondanga en el acto de celebración de Malvinas, a su hijo tampoco le hizo ruido enviar un mensaje al Presidente en el Día de la Justicia, la Verdad y la Memoria. Ellos van por la libre. Repudian todo lo que no pueden controlar. Establecieron un canal de comunicación alternativo y paralelo, de espaldas a los medios críticos. Y durante los días anteriores, fogonearon un estado de situación destituyente, para utilizar el lenguaje que más les gusta, o funcional a los que prefieren el caos y que se rompa todo.
Tres días antes del 24 de marzo, Roberto Navarro, el empresario del portal El Destape, a quien le acaban de entregar una radio, pareció saltar hacia los botes y dijo: “El Presidente se está convirtiendo en un meme”. Y el domingo 20 Horacio Verbitsky, otro periodista que habla por boca de la vice, citó un diálogo entre “un colaborador de Cristina” y “un legislador”. El legislador habría comentado: “No quiero ser responsable de que todo salte por los aires dentro de cinco meses”. Y, según Verbitsky, ella le habría respondido: “Con el Fondo o sin el Fondo, todo va a saltar dentro de un mes”. ¿Está preparando Cristina el “yo te avisé” o el “ah, pero Alberto”? ¿Le está pagando “con la misma moneda” el Presidente cuando manda a decir, a través de sus voceros, que cuando Cristina le envía de regalo el libro de Torre está poniendo en peligro su “guerra” contra la inflación?
El actual funcionamiento del Gobierno es, por lo menos, curioso. Parecen dos adolescentes jugando a la mancha al borde de un precipicio. Ahora Alberto sostiene que se siente más aliviado, porque no la tiene a Cristina todo el tiempo machacándole el oído. Incluso dio aire a sus amigos para que empiecen a imaginar la posibilidad de una reelección. Cristina ya le dijo a su pequeñísimo círculo que no se sentaría a hablar con el Presidente hasta que no le pida la renuncia a Martín Guzmán. En su lista de funcionarios que no funcionan también incluye a Matías Kulfas. Alberto piensa que el que no funciona para nada es Roberto Feletti. Y parece tener razón. Desde que el secretario de Comercio cristinista asumió, la inflación acumulada ya superó el 120 por ciento. El día a día de la administración nacional es un verdadero galimatías. Parece que hay dos niveles de comunicación. Uno sucede entre las segundas líneas que responden a las tres fuerzas que componen el Frente de Todos. Otro es el vínculo indirecto que mantendrían Alberto y Cristina a través del presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Massa. El exjefe de Gabinete haría las veces de mensajero y, en ese trajín, habría recibido la recomendación de Cristina de mantenerse a la expectativa, por si todo se derrumba.
“Preparate”, le habría dicho ella a su socio electoral. ¿Preparate para qué?, se pregunta parte del círculo rojo. Las versiones aquí empiezan a bifurcarse. “Preparate para hablar con la oposición para mantener el orden constitucional”, especulan algunos que le habría dicho. “Preparate para hacerte cargo de la economía”, suponen otros. Este sería un viejo anhelo de Massa: manejar un superministerio de Economía, con un poder parecido al que ostentaba Domingo Cavallo mientras duró la convertibilidad. Y otros piensan, directamente, en la línea de sucesión presidencial. Aunque parezca mentira. ¿Pueden estar poniendo la energía en semejante tironeo, en vez de ocuparse de los problemas más urgentes y que más preocupan a los argentinos? La respuesta es sí. Y sirve para explicar por qué todos los días crecen en la Argentina opciones electorales como las de Javier Milei o la de la izquierda que apoya los piquetes y los acampes para pedir más planes sociales y mejores pagos.