El Gobierno "reza" para que la Franciscomanía, esa ola enorme y profunda que lo inunda todo, se detenga cuanto antes. Cada minuto que pasa, golpea más y más a Cristina Fernández y al estilo de gobierno K, y aleja más a la Presidenta de la empatía con la gente. La empequeñece. La ahoga. Hace caer sus acciones. Lo que está pasando ahora se parece un poco al impacto de la sorpresiva muerte de Néstor Kirchner en la oposición, sólo que en sentido inverso. Fue tanta la empatía que generó hacia su viuda la desaparición del expresidente que no sólo la buena imagen e intención de voto de Ella empezaron a crecer con prisa y sin pausa. Además, los dirigentes de la oposición se quedaron sin instrumentos para plantearse como alternativa y ser bien recibidos por la sociedad. Entonces, la confusión y la impotencia se apoderaron de quienes pretendían transformarse en una alternativa. ¿Cómo iban a hacer Mauricio Macri, Raúl Alfonsín, Hermes Binner o Eduardo Duhalde para denostar las prácticas corruptas y la prepotencia de alguien que se acaba de morir? ¿Cómo competir desde la política con una presidenta de luto que compartía su duelo, casi todos los días, de manera pública, con los cuarenta millones de argentinos? "Basta, Mauricio. Es imposible ganarle a una viuda", diagnosticó Jaime Durán Barba frente a Macri, el día que el jefe de gobierno porteño decidió bajarse de la candidatura presidencial. Con otros gestos y otras palabras, Guillermo Moreno y Gabriel Mariotto se lo hicieron saber a la primera mandataria. "Es imposible ganarle a este papa", debió de haber sido el razonamiento.
El problema del gobierno nacional y de Cristina Fernández ahora es todavía más profundo y más grave. Ella, contra Francisco, al que en su momento eligió de enemigo, pierde en todos los frentes. Y pierde por goleada. Bergoglio es humilde de verdad. No necesita iniciar un operativo de marketing para demostrárselo al mundo. La Presidenta tiene algunas virtudes, pero la humildad no es una de ellas. Francisco es un hombre de diálogo y tiene, entre otros, el don de la escucha real. Ella, en cambio, es prepotente, soberbia, habla todo el tiempo de sí misma y no escucha a nadie ni responde preguntas de nadie. Para colmo, todo lo que diga y haga el Papa, más lo que no diga o lo que no haga, acá, en la Argentina, va a ser interpretado como un mensaje para la Presidenta. Y no de los más superficiales. Será difícil para el cristinismo negar que cuando Francisco sentenció que "el odio, la envidia y la soberbia ensucian la vida", no se lo estaba diciendo a Ella. En realidad, será casi imposible, si se admite que después de aquellas palabras el director de cámaras del Vaticano enfocó a la presidenta de la Argentina, como si fuera el responsable de Canal 7, pero al revés. La misma interpretación se puede hacer de la primera visita que le hizo Cristina Fernández a Francisco, antes del almuerzo a solas. El Papa le regaló un documento del Celam. Le pidió que lo leyera con detenimiento. Allí los obispos latinoamericanos hablaron de pobreza y de corrupción. ¿Se lo estaba reprochando a ella, en la cara, con sutileza y buenos modales? Lo que es seguro es que la jefa del Estado no se enteró. Y, en cambio, dijo: "Es la primera vez que me besa un papa". Estaba un poco nerviosa y quiso hacer una broma. Pero enseguida una buena parte de los argentinos leyó esas palabras como una muestra más de su egocentrismo.
Para colmo, en el medio de semejante desbarranque, Cristina Fernández ordenó a quienes hablan por ella que dieran un giro de 180 grados sobre su mirada hacia Francisco. Y la propia Presidenta, que el mismo día en que fue ungido papa se permitió sugerirle cómo debía gobernar el planeta, horas después intentó aparecer frente a Francisco como una mujer amigable y hasta sumisa, en una súbita metamorfosis que todavía mantiene confundida a una buena parte de la militancia. La evolución de los tuits de Luis D'Elía y los volantazos de las tapas de Página 12 son sólo las evidencias superficiales del verdadero cisma que se está produciendo entre los seguidores de la jefa del Estado. Porque hay algo más profundo todavía que amenaza con socavar la salud del proyecto "nacional y popular". ¿Era en verdad Jorge Mario Bergoglio un cómplice de la dictadura, un entregador de jesuitas, un enemigo de todo lo que dice que representa el cristinismo, o no lo era y sólo lo presentaban así por pura conveniencia política? ¿Dejó de serlo porque ahora se transformó en uno de los hombres más poderosos de la Tierra y por lo tanto Cristina Fernández debe hacerse amiga, por más que piense que el Papa es un personaje de terror? ¿La de la Presidenta es una conversión sincera o estamos ante un grave caso de sometimiento ante alguien a quien ya no se puede someter? ¿Sería entonces la foto de las manos de la Presidenta entregando el mate al Papa una imagen de concordia o la escena más brutal de hipocresía política de la que se tenga memoria en los últimos años?
Los denominados gurkas o talibanes del proyecto deberían estar preguntándose qué va a ser de ellos. Porque si de la noche a la mañana Cristina Fernández es capaz de emocionarse frente a la inmensidad de uno de los que hasta la semana pasada era considerado un "líder de la oposición" o un "cómplice de la dictadura", ¿qué pasará ahora con Horacio Verbitsky, Víctor Hugo Morales, Diego Gvirtz, Horacio González y José Pablo Feinmann, por ejemplo? ¿Cuál será su verdadero rol dentro de las usinas ideológicas del Gobierno? ¿La reina sacrificará a sus alfiles porque la política grande se empezó a jugar en otro tablero? Para colmo, todas las operaciones de los últimos días se les están volviendo en contra. Es como si alguien desde el cielo estuviera castigando a los miserables que se encargan de las pequeñeces de la política de cabotaje. El Papa jamás hablará del supuesto dossier en su contra que habrían querido filtrar en el cónclave para evitar su coronación, pero se necesitará un milagro para evitar que muchos piensen que se trató de una maniobra paraoficial. Los hombres de la Presidenta se vanagloriaban de haber "bajado" al jefe de gobierno de la ciudad de la comitiva oficial que fue a saludar al Papa. Pero Francisco, que está en todos los detalles, lo mandó a llamar, lo abrazó frente al mundo y le quitó a ese gesto toda connotación política partidaria cuando le preguntó por qué no le había traído a su hija Antonia. En este tipo de asuntos, también, la Presidenta está empezando a perder mucho de su poder. La caja, las amenazas y los aprietes de los funcionarios K todavía no pueden llegar hasta el Vaticano.
Publicado en La Nación