La sorpresiva conversión del ultracristinismo al cristianismo que dio la Presidenta alrededor de la figura del Papa, ¿le servirá para aumentar su imagen positiva y evitar una fuga de votos segura, después de la entronización de Francisco? ¿Podrá el gobierno sacar provecho de semejante voltereta, a pocos meses de las primarias de agosto y de cara a las elecciones legislativas de octubre próximo? ¿Será capaz de poner a Francisco del lado del Frente para la Victoria igual que la muerte de Néstor Kirchner hizo invencible a la presidenta y le ayudó a conseguir un triunfo histórico, con el 54 por ciento de los votos? Todavía ninguno de los encuestadores se atreve a pronosticarlo. Se lo pregunté ayer a Mariel Fornoni, de Management & Fit. Ella me respondió: “Es una posibilidad. Hay un 40 por ciento de la gente que no es antikirchnerista acérrima, que no tiene posición política tomada sino que va oscilando de acuerdo a la percepción que le genera determinadas cosas. Lo del Papa fue un aire fresco al malhumor social y se podría reflejar en una suba de imagen. Hoy no te puedo decir si son 10 puntos. Ya lo mediremos. No obstante eso, la imagen negativa (de Cristina Fernández) sigue superando la positiva”.

 

Esa enorme masa de personas volátiles y oscilantes es la que los expertos de marketing de la Presidenta intentan seducir, ante la pasividad y la falta de reflejos de los líderes de la oposición. A ellos les importa poco que Jorge Bergoglio haya sido comparado con el diablo por Néstor Kirchner. Tampoco repararon en las gravísimas acusaciones de cómplice de la dictadura que le endilgó al Papa Horacio Verbitsky y que fueron suscritas, entre otros, por Luis D’Elía, Estela Carlotto, Hebe de Bonafini y convalidadas con el silencio por Ella misma durante las primeras horas de desconcierto después de la noticia bomba. No tienen pruritos ni escrúpulos. Forman parte de la línea cínica y politiquera cuyo mayor exponente público fue el filósofo K José Pablo Feinmann, quien sugirió a la militancia, sin ponerse colorado, que se trata de una brillante jugada de Cristina para apropiarse de la figura de Francisco. Feinmann se enteró de que había sido designado Bergoglio mientras estaba siendo entrevistado en un programa de la tarde, en Radio La Red (AM 910). Allí lo definió como uno de los más perversos exponentes de la derecha reaccionaria y sugirió que su entronización sería un atraso para el mundo. La coherencia y la palabra no es algo que cotiza muy alto, por estos días, en el convulsionado mundo de la alcahuetería presidencial.

 

Sin embargo, el operativo Conversa marcha viento en popa y se acelera. En eso, supera con amplitud a cualquier dirigente dispuesto a utilizar el mismo atajo. El jefe de gobierno de la Ciudad, Mauricio Macri, bien pudo haber utilizado el aparato de difusión del gobierno de la Ciudad para amplificar el gesto del Papa. Francisco lo mandó a llamar cuando chequeó el dato de que el gobierno nacional no lo había sumado a la comitiva oficial. Hizo que se lo pusieran enfrente incluso antes de recibir a todos los jefes de Estado, incluida Cristina Fernández de Kirchner. Podría haber empapelado la Ciudad de Buenos Aires y muchos de los distritos donde está haciendo campaña para que esa imagen se repitiera en casi toda la Argentina. Podría haber aceptado la invitación de un programa de televisión que le propuso asistir con su esposa, Juliana Awada y su hija Antonia, cuya ausencia le había reprochado el Papa, con una sonrisa, después de que lo abrazó y le agradeció su presencia. Pero así como Macri, Francisco de Narváez, Ricardo Alfonsín y Eduardo Duhalde se quedaron paralizados frente a la avalancha de votos que se desviaron a favor de Cristina después de su inesperada viudez, ahora la oposición tampoco parece encontrarle la vuelta a este nuevo y sorpresivo dato. Sólo la disparada del dólar paralelo, el creciente aumento de los precios a pesar del congelamiento y los errores propios del descoordinado equipo económico de la jefa de Estado parecieron devolverle el alma a los pies, aunque ninguno sabe cómo continuar la competencia por prevalecer.

 

Sergio Berensztein, de Poliarquía, se lo mandó a decir con todas las letras en una charla a la que fue invitado por la Asociación de Diarios Argentinos (ADEPA), hace pocas horas. Berensztein explicó que en las próximas elecciones legislativas se juega no solo la posibilidad de la nueva reelección de la Presidenta sino la configuración institucional de la Argentina. Dio a entender que si la oposición se presenta dispersa y fragmentada, como sucedió en octubre de 2011, las posibilidades de que se instale en el país un régimen cada vez más autoritario capaz de llevarse por delante la Constitución y unas cuántas cosas más podrán crecer hasta no tener retorno. El intento de modificar la integración de la Corte Suprema de Justicia que denunció ayer en La Nación, Joaquín Morales Solá, marcha en esa misma dirección. La pretensión de llevarse puesto al Grupo Clarín, con cautelar o sin cautelar, con Papa o sin Papa argentino, sigue todavía intacta. Si los marketineros de la Presidenta logran que una buena parte del 40 por ciento de los argentinos interpreten el llanto de Cristina como un nuevo tiempo de diálogo y reconciliación, es posible que al “proyecto nacional y popular” le sobre cuerda para rato. Si ese conjunto de argentinos de pensamiento volátil es capaz de olvidar que después de ofrecer la imagen descarnada de una mujer que necesitaba ayuda, a horas de su último triunfo electoral, la Presidenta dijo “ahora vamos por todo”, la culpa no será de Dios sino de los hombres. Y los periodistas tendremos que seguir haciendo lo de siempre hacemos. Informar, investigar y recordar, aunque resulte antipático.

 

Publicado en El Cronista