(texto de la columna presentada por Luis Majul el viernes 22 de julio en el programa +Voces) En nuestra “sesión” de los viernes, donde usamos escenas o títulos de películas para ilustrar los desaguisados de este gobierno, hoy presentamos “La trampa”.
Por supuesto, hay una decena de películas que tienen ese nombre o uno parecido.
Vamos a tomar una más o menos reciente: la que protagonizaron Sean Connery y Catherine Zeta Jones y que fue estrenada, en Buenos Aires, en mayo de 1999. También traducida como “La emboscada”, la podés encontrar si googleas las categorías “crimen, suspenso y romántica”.
Te cuento rápido la sinopsis, y, si la viste, te la vas a acordar: una pintura de Rembrandt desaparece de una galería de arte de la ciudad de Nueva York. Todo parece indicar que la robó Robert MacDougal, el ladrón más reputado de la época. Virginia Baker, una agente de seguros con vocación de Gatúbela, decide atraparlo, haciendo que colabora con él en otro golpe millonario.
El resultado fue horrible.
Un fracaso parecido a la fórmula contra natura, de Alberto “Sean Connery” Fernández con Cristina “Catherine Zeta Jones” Fernández de Kirchner.
No te quiero agotar con las comparaciones, pero, en todo caso, la película, esa gran decepción, le costó, a la Century Fox, unos 66 millones de dólares, y fueron recuperados con creces.
Los intérpretes se ganaron una nominación a los premios Razzie: peor actriz y peor pareja en pantalla.
Sin embargo, después, siguieron con sus vidas.
Es decir: el fiasco no tuvo graves consecuencias.
En cambio, la verdadera “trampa”, la de Alberto y Cristina, la del Frente de Todos, la de Máximo, Kicillof, Juan Grabois, la de Hebe de Bonafini, y todos los nombres y apellidos que se te ocurran, sí.
Porque nos está destruyendo, mal.
Empobreciendo a todos.
Día tras día, hora tras hora.
Minuto a minuto.
Solo unos datos para ubicarnos en tiempo y espacio, en el medio de la caída.
En el último mes, la moneda argentina perdió el 40 por ciento de su valor.
No hay precios ni presupuesto de nada.
El dólar paralelo, que hoy llegó a 341 pesos, no tiene techo.
Y el costo de vida tampoco: la inflación anual se dirige a la peligrosa cifra de los tres dígitos.
Hay una recesión galopante, y empiezan a aparecer fenómenos típicos de la hiperinflación y la necesidad extrema: como el fraccionamiento de las compras de los alimentos.
Como si esto fuera poco, el humor social está en el peor momento de los últimos 20 años. Según una encuesta de Poliarquía, el denominado Índice de Optimismo Ciudadano, no puede ser más bajo.
La consultora lo divide en seis categorías
1)Optimismo Extremo
2)Optimismo fuerte
3) Optimismo leve
4) Pesimismo leve
5) Pesimismo fuerte y
6) Pesimismo extremo.
Por supuesto, el gráfico está dominado por el pesimismo extremo.
Pero ahora hay algo más grave, todavía.
Porque el gobierno no acierta con el diagnóstico, ni piensa cambiar.
Al contrario: nos quiere seguir convenciendo de que la culpa, siempre, la tiene el otro.
Hoy, viernes 22 de julio, se la volvió a echar campo, al que acusa de retener liquidaciones por 20 mil millones de dólares, cuando la responsabilidad es exclusivamente de ellos.
No registran, o no admiten, que ni siquiera pueden poner en marcha ni una sola medida. Ni la más inocua.
Porque, a lo largo de 2 años y medio, ya perdieron hasta la mínima cuota de credibilidad.
Lo que nos da pie para hablar de otra trampa.
La trampa del sistema de poder político, que incluye la realización de elecciones cada dos años, los años impares.
Un sistema del que el resto de la sociedad termina siendo rehén, como se está evidenciando ahora mismo.
¿Y ahora, antes este panorama de catástrofe, que vamos a hacer?
Porque nosotros tampoco queremos que el gobierno se vaya antes de tiempo.
No tenemos ningún interés en que Alberto y Cristina se saquen la papa caliente de encima, le arrojen la bomba al que sigue y vuelvan a su casa muy tranquilos.
¿Pero cuál sería la alternativa? ¿Esperar que lo resuelva la calle?
¿Rezar, como sugiere el jefe de gabinete que, dicho sea de paso, hasta hace poco, no se hablaba con el presidente?
¿Quedarnos de brazos cruzados, esperando que Cristina un día se levante, sea atacada por un abrupto cambio de personalidad y convalide un programa de ajuste, antes de explotar por los aires?
¿Imaginar que Alberto, acorralado, terminará echando a la Cámpora del gobierno, para impulsar un programa de estabilización y liberación del cepo al dólar?
No estamos proponiendo la destitución de nadie.
Estamos exponiendo la naturaleza del problema.
Vamos de nuevo.
El oficialismo y la oposición hacen la plancha en los años pares y se preparan, durante los años impares, para ganar la elección que los lleve al poder.
Eso es lo que dice la biblia del marketing político.
La que siguen desde siempre Jaime Durán Barba hasta Antony Gutiérrez Rubí, para poner dos nombres y apellidos conocidos…hasta que la realidad se los lleva puestos.
Veamos:
En 2019, un año impar, de elecciones presidenciales, Macri creía que ganaría, pero el mal manejo de la economía en 2018 y la feroz campaña del peronismo y su personal rentado, no solo lo hizo perder las PASO y la reelección. También produjo, de un día para el otro, una devaluación del peso del 25 por ciento, que no pudo revertir más.
En marzo de 2020 se declaró la pandemia y el nuevo gobierno se empezó a sumergir en una interna salvaje, más a menos solapada, mientras la oposición se preparaba para las legislativas del año siguiente.
En 2021 Juntos ganó las elecciones, mientras la brutal pelea del Frente de Todos se celebraba a cielo abierto.
Este año, 2022, debería haber transcurrido sin grandes sobresaltos. Se suponía que las principales fuerzas políticas terminarían de dirimir a los candidatos a presidente, a gobernador, a intendentes y a legisladores nacionales.
Pero la crisis se aceleró y ahora el calendario del sistema de poder está roto.
Para que se entienda bien: a este gobierno le sobra por lo menos un año, hasta que aparezca la expectativa de un nuevo.
Hasta que surja una nueva esperanza.
¿Y cómo vamos a evitar la piña, el choque, la mega devaluación, la hiper, el nuevo rodrigazo o cómo se llame?
Esta es la verdadera trampa. La única pregunta que debemos responder.
Por Luis Majul