(texto de la columna presentada por Luis Majul en el programa +Voces por LN+ del 9 de noviembre 2022) La estrella de Cristina se estaría apagando. Como la frescura de esos viejos magos que, de tanto repetir los trucos, se les empieza a notar la trampa. La tramoya que genera la falsa ilusión.
Quizá no parezca tan evidente, porque algunos de sus fanáticos, casi religiosos, viven de la nostalgia. Y porque ella, atrapada sin salida, sigue prometiendo algo que no puede cumplir: alguna otra jugarreta para ver si ganan en 2023. O si pierden por poco.
Porque si tuviera dos dedos se frente, se daría cuenta de que no le queda otra que esperar malas noticias.
La más reciente, el fallo de la Corte Suprema de justicia, revirtiendo el nombramiento de un miembro del Consejo de la Magistratura, y calificando a la maniobra de ardid, la colocó en el peor lugar de todos: la de una dirigente que hace trampa.
La de una persona que miente.
Y si miente en cuestiones tan delicadas como la conformación del organismo que designa y sanciona a los jueces ¿por qué no mentiría en otras no están a la vista de todo el mundo? ¿Por qué no seguiría interpretando el papel de política infalible?
La estrella de Cristina se estaría apagando, porque cada vez genera menos confianza. Incluso en la gente que antes creía ciegamente en ella.
Hoy Joaquín Morales Solá lo dejó sentado por escrito. Aunque hizo lo imposible por disimularlo, ella perdió cinco elecciones en 13 años.
Las de 2009, las de 2013, las de 2015, las de 2017 y las últimas legislativas de 2021.
Aún más.
Todas las iniciativas que impulsó, desde que puso a dedo a Alberto Fernández como presidente, fracasaron sin pena ni gloria.
· La eliminación de las PASO.
· El reemplazo del procurador general Eduardo Casal.
· La ampliación de la Corte a 15 miembros.
· El nombramiento de jueces kirchneristas y el reemplazo de jueces críticos e independientes.
Pero quizá el mayor cimbronazo político y personal que Cristina recibió haya tenido que con el fallido atentado contra su persona.
Por varias razones:
1. Ni siquiera se dio cuenta que le estaban disparando a centímetros de su cabeza.
2. Ni su custodia ni la militancia pudieron evitar que Sabag Montiel se acercara hasta donde llegó.
3. Ni bien intentó, junto a casi todo el peronismo, hacer un aprovechamiento político del atentado, la maniobra se le volvió en contra. Y sus niveles de rechazo social, en vez de disminuir, aumentaron.
Es lógico que después de semejante choque con la realidad, su autoestima haya bajado hasta niveles inéditos.
Es lógico que se haya percatado de que hay mucha más gente que no la soporta, comparada con los miembros de la secta que siguen enceguecidos por ella.
Lo mismo se puede decir sobre el torpe intento de hacernos creer a los argentinos que ella no tuvo la culpa de nada de lo que hizo Alberto Fernández, considerado el presidente del peor gobierno de la historia reciente.
Que Cristina, la misma que pone y saca diputados y senadores en las listas, ministros y ministras, y maneja las cajas de la mayoría de las empresas del estado, es ajena al desastre que estemos viviendo.
Que el hombre es un loco suelto, un error del sistema o un aventurero, al que siempre quisieron ayudar, pero nunca se dejó.
Un hombre al que desprecian, pero, al que, cuando se discuten los asuntos que les importan, no le pueden torcer el brazo.
Un hombre al que ella empoderó, pero a los cinco minutos estaban destrozando, como hace el kirchnerismo con quienes no se someten a sus designios.
Ahora mismo están intentando un nuevo truco. El método stalinista de hacer desaparecer lo que te pueda perjudicar.
En efecto: así como Stalin borraba de l as fotos a quienes consideraba desleales, Cristina y sus soviet quieren hacernos creer que los días más felices ocurrieron entre 2003 y 2015.
Y que entre 2015 y 2022 no pasó nada.
Que hubo un salto en el tiempo.
Como si nos hubiéramos dormido en diciembre de 2019 y nos hubiésemos despertado hoy.
Y sino, escuchen y miren a la intendenta de Quilmes Mayra Mendoza, quien para justificar un bono de 50 mil pesos para los trabajadores municipales borró de la historia a los últimos tres años de gobierno de Alberto y Cristina.
Pero hablando de borrarse:
¿Dónde está Cristina ahora, con una inflación del 100 por ciento anual, y una pobreza mayor y una indigencia peor que la que dejó Ah pero Macri en diciembre de 2015?
¿Dónde estuvo durante toda la pandemia, cuando se robaban las vacunas o se nos colaban en la fila?
Porque en la trinchera, con semejante poder acumulado, nunca se la vio.
Aunque dejó sus huellas marcadas en las vacunas que recibieron antes de tiempo su empleada, María Zazo Gómez, y su esposo, el jardinero Ramón Díaz Díaz.
Tampoco la vimos haciendo lo imposible para contratar las vacunas de Pfizer que pudieron evitar miles de muertes.
Sí vimos su foto con el embajador de Rusia, en su despacho del senado.
Si leímos su tuit cuando la revista The Lancet ratificó la eficacia de la vacuna rusa contra el COVID, que, dicho sea de paso, nosotros jamás pusimos en duda.
Sí escuchamos a su hijo, militando contra la Pfizer, haciendo una ensalada con el FMI.
Y ahora estamos en el peor de los mundos.
Entre una devaluación en cuotas y una super inflación que no nos deja vivir en paz.
Entre un ajustazo fuerte (más fuerte que el que no le dejaron hacer a Martín Guzmán) y la necesidad de bancar a un aliado de derecha, al que ahora justifican porque no tienen plan B, y se le acabaron las excusas.
Esperando una inflación de casi el 7 por ciento.
Y rezando para que llueva, porque la sequía y falta de dólares nos podría llevar a una situación todavía peor.
Escrito por Luis Majul