Después de las elecciones que vienen, ni el cristinismo ni Cristina van a desaparecer, como suponen algunos analistas tradicionales. Sin embargo, lo que ya el proyecto perdió, y por goleada, es el capital simbólico que, al principio, Néstor Kirchner supo construir. Desde ahora, ningún seguidor del Frente para la Victoria (FpV) podrá afirmar, sin miedo a que lo tilden de loco, necio o mentiroso serial, que en este gobierno no hay corrupción, más allá de cuatro o cinco chorritos que se la llevaron a la casa sin que nadie se diera cuenta. Tampoco podrá esgrimir, como una bandera sin manchas, su política de defensa de los derechos humanos, y la "limpieza" que había impulsado para evitar que ni un solo sospechoso de crímenes de lesa humanidad formara parte de su administración. Y menos tendrá autoridad para señalar con el dedo, como lo suele hacer, a los gobiernos que "transan con las multinacionales, las corporaciones, las mineras y las petroleras que se llevan la riqueza de nuestra tierra".

 

Que Ricardo Jaime haya estado prófugo casi una semana entera y la Presidenta no haya abierto la boca no solo constituye una situación inédita. También demuestra el miedo del gobierno de que el hombre que solo respondía a Kirchner y depositaba sospechosos bolsos en su despacho a última hora del día, al final, prenda el ventilador y cuente todo lo que sabe. Que la jefa de Estado insista en enviar el pliego al Senado para el ascenso del general César Milani no constituye solo un acto de soberbia política. También demuestra la improvisación y carencia de información que tiene la presidenta sobre funcionarios tan sensibles como el hombre que maneja la inteligencia militar. ¿Podía Cristina ignorar su dudoso pasado en las unidades militares de La Rioja y Tucumán? ¿Podía ignorar lo floja de papeles que estaba su declaración jurada? Hoy, en la cámara alta, cuando se empiece a discutir el asunto, es probable que el número de senadores sea suficiente para conseguir el objetivo, pero el desgaste político que sufrirá la Presidenta en el medio de las elecciones será enorme, y el impacto en la base electoral que coincidía con su política de derechos humanos será peor.

 

El acuerdo de YPF con Chevron tiene la misma lógica. Desde las meras intenciones, no habría nada que objetar. Pero si de verdad es algo para defender y sostener, ¿por qué no se envió el proyecto al Parlamento? ¿Por qué no se le explicó, a los argentinos, porqué solo Chevron, y casi ninguna otra empresa, podrá retirar los dividendos y enviarlos al exterior si esa era, precisamente, una de las razones por las que se echó a Repsol de YPF? Los ciber-k, que durante muchos años fueron los amos y señores de las redes sociales, ahora está confundidos, y los más inteligentes y prudentes eligieron el silencio. Hacen bien. ¿Con qué argumentos más o menos creíbles van a defender al gobierno y presentar a este como un proyecto nacional, popular y progresista después de los hechos de las últimas semanas? Si por un momento nos olvidáramos de las palabras huecas, los anuncios rimbombantes y el barniz ideológico con que se presenta a sí mismo el FpV nos daríamos cuenta los parecidos que hay entre el cristinismo y el menemismo, cuyo jefe, dicho sea de paso, ahora es un senador aliado del gobierno nacional.

 

Hace cuatro o cinco años, en un rapto de genialidad, el humorista Diego Capusotto definió al kirchnerismo como "menemismo con derechos humanos". Sin embargo, ahora, ni los derechos humanos quedan. Ni la inmaculada transparencia de las organizaciones humanitarias como las Madres de Plaza de Mayo que preside Hebe de Bonafini. Ni la admirable coherencia y sentido común de la presidenta de Abuelas, Estela de Carlotto. Hebe algún día tendrá que explicar frente a la historia qué pasó de verdad en Sueños Compartidos y porqué se asoció con Sergio Schoklender. Y Estela deberá hacer lo mismo después de haber sostenido, durante tanto tiempo, sin pruebas fehacientes, que Ernestina Herrera de Noble era una apropiadora y que sus hijos fueron sustraídos a víctimas de la dictadura militar. Los que mandan a hacer encuestas todos los días y también quienes las consumen todavía discuten si a esto que pasa se le debe llamar fin de ciclo o poskirchnerismo. También tratan de ponerse de acuerdo sobre qué pasará con Cristina Fernández y su proyecto político en los próximos años. Está claro que el Frente para la Victoria perderá muchos millones de votos respecto a la última elección de octubre de 2011. Todavía no se sabe si el alcance de "la derrota" será igual, peor o superior a los números del año 2009. Pero más allá de los porcentajes, puede asegurarse que Ella ya perdió. Porque casi todas las banderas que transformaron al sueño del proyecto en algo parecido a la realidad, están cayendo una a una, y ya no hay relato que las pueda sostener.

 

Publicado en El Cronista