¿Hasta dónde se puede llegar para conseguir más votos en campaña? Me hice esta pregunta después de escuchar la entrevista que María O'Donnell y Diego Schurman le hicieron, el lunes, por Radio Continental, a Gabriela Michetti, candidata a senadora nacional por Pro. Los periodistas no fueron complacientes, pero antes de despedirla tuvieron la deferencia de reconocer que Michetti jamás había hecho "uso electoral" de su silla de ruedas. Le habían preguntado, antes, por qué vivía su discapacidad con tanta naturalidad. Y Michetti respondió: "No me parece bien hacer política con eso. Yo no soy la única que tiene este tipo de discapacidad. Hay dolores de la vida que son más profundos que los físicos y, tarde o temprano, nos tocan a todos". La candidata también usó una palabra muy gastada entre la militancia kirchnerista: la palabra victimización. Dijo: "No me gustan los dirigentes que se victimizan". El Gobierno suele usar el término victimización para descalificar a los adversarios o a los periodistas que denuncian persecución oficial. "Que no se victimicen. Persecución era la de la dictadura, cuando te mataban y te desaparecían", le gusta argumentar a la Presidenta, como si el baño de sangre de los gobiernos militares sirviera para justificar el uso del aparato del Estado para hostigar a quienes no piensan como Ella.

 

Pero Michetti no es la única que demuestra cierto pudor ante este tipo de asuntos personalísimos. También lo hace Ricardo Alfonsín, quien, me consta, siempre se cuidó de dejar fuera del marketing político el accidente mortal que tuvo su hija Amparo, de 15 años, después de que el vidrio roto de una puerta de la escuela donde estudiaba le perforó la arteria femoral. Igual de prudente y silencioso fue el gobernador de Córdoba, José Manuel de la Sota, quien, en noviembre de 1987, perdió a su hija Agustina, y él, atravesado por el dolor, estuvo a punto de abandonar la política para siempre. Hasta donde llega mi memoria, tampoco Daniel Scioli usa la pérdida de su brazo como una ventaja de campaña. A veces, alguno de sus asesores destaca que el gobernador puede hacerse la corbata con una sola mano o vincula su manera de gestionar con el hecho de haber superado la peor escena de su existencia, aquel accidente que lo arrojó de la lancha, lo hizo perder el brazo y lo colocó entre la vida y la muerte durante varias horas.

 

El caso de Martín Insaurralde, sin embargo, parece distinto. Y es digno de ser puesto en cuestión. Porque la Presidenta, sus asesores y él mismo recuerdan todo el tiempo que, para llegar a ser candidato a diputado nacional por el FPV, el intendente de Lomas de Zamora tuvo que superar un cáncer de testículos que casi lo mata. Escuché al propio Insaurralde introducir el tema en varios reportajes sin que nadie se lo preguntara. Leí unos cuantos tuits de Cristina Fernández en los que hizo alusión explícita a su enfermedad. Registré que en algunas de esas oraciones de 140 caracteres se mezclaron su dolencia con la visita que hicieron la Presidenta y el intendente al papa Francisco en Brasil . También leí que Insaurralde justificó haber ido acompañado por su hijo en ese viaje porque había rezado junto a él para soportar el tratamiento y superar el cáncer. El dato que completa la falta de prurito del equipo de campaña del FPV es la pegatina de afiches con la foto de Francisco, Cristina y Martín en las paredes de la ciudad y la provincia de Buenos Aires.

 

Por supuesto, nadie es dueño de determinar cómo se debe procesar el dolor, la enfermedad o la muerte. Se supone que cada uno lo hace como puede o como mejor le sale. Pero una cosa es la mirada personal y otra la inclusión de una experiencia tan conmocionante -haber sufrido cáncer- en medio de una campaña. A mí me parece que apelar cada cinco minutos a un recurso así se parece mucho a un golpe bajo. Incluso tras la impecable factura del spot en el que el propio Insaurralde vuelve a mencionar su enfermedad se puede ver con claridad la intención de afectar los sentimientos del público. No tengo ninguna duda sobre la eficacia de semejante intervención mediática. Como tampoco la tengo sobre la presentación de un chico con síndrome de Down al que ya mostraron dos veces en actos oficiales. En el caso de Insaurralde, la recurrente mención del problema de salud que superó cumpliría un triple propósito. Uno: generaría curiosidad sobre una figura política con muy bajo nivel de conocimiento público. Dos: provocaría empatía, porque el dolor o la pérdida del otro siempre la despierta. Y tres: comunicaría potencia y futuro, porque se trata de la historia personal de un "militante" que peleó contra el cáncer y ganó.

 

¿Sucedió -sucede- lo mismo con Cristina Fernández, la Presidenta que triunfó, en octubre de 2011, con el 54% de los votos? Ella jamás dejó de mencionar a su compañero, Néstor Kirchner, en ninguno de los cientos de discursos públicos que dio desde el día en que murió su marido hasta el cierre de aquella campaña. Incluso lo hizo más omnipresente sin aludirlo por el nombre y el apellido. Hasta se podría insinuar que lo colocó, de manera ¿inconsciente?, a la altura de Dios, al llamarlo, simplemente, Él. Sin ir más lejos, hace un par de días, lo comparó con el papa Francisco. En aquel entonces, fue tal la conmoción que produjo la repentina muerte del ex presidente que paralizó a todos los dirigentes de la oposición, quienes demoraron meses en volver a criticar al Gobierno como lo venían haciendo. En realidad, casi toda la sociedad acompañó en el duelo a la Presidenta. Y Ella prolongó con sus palabras y con el luto completo la sensación de que necesitaba la ayuda de todos. Dos semanas después del fallecimiento del ex presidente, un secretario de Estado que ahora ocupa un cargo electivo en la provincia de Buenos Aires pronosticó: "Ahora sí, ganamos por afano". Y el consultor Jaime Durán Barba le dijo a Mauricio Macri: "No se puede competir con una viuda. Y menos si la economía sigue funcionando más o menos bien". Todavía politólogos, sociólogos y encuestadores siguen discutiendo si el histórico triunfo de Cristina Fernández fue producto de lo bien que andaba la economía, de la parálisis y fragmentación de la oposición o del uso que hizo la Presidenta en campaña de su condición de viuda. Es probable que las tres razones hayan influido en el resultado. Es evidente que no a todo el mundo le molesta la apelación a un accidente, una enfermedad o la muerte de un ser querido para conseguir más votos. De esto se habla poco. Para demostrar que no es espontáneo sino que forma parte de la estrategia de campaña estamos los periodistas.

 

Publicado en La Nación