Si no pasa nada raro, el domingo que viene, el sueño de Cristina Eterna podría terminar para siempre. Los responsables de dos de las encuestadoras que menos se equivocan sostienen que Sergio Massa le ganará a Martín Insaurralde por cerca de cinco puntos. Uno de ellos me dijo que el impacto electoral por el robo en la casa del intendente de Tigre se diluyó, en medio de la tragedia de Rosario, las repercusiones de los discursos del Martín Fierro y los últimos hechos de violencia. Era de esperar. Más allá de las operaciones políticas y la campaña sucia hay un país real que no está pendiente de las conspiraciones. El brutal ataque, en Berisso, a una mujer embarazada que terminó perdiendo a su beba de seis meses de gestación, después de recibir un disparo en el vientre, es uno de los hechos que demuestran el estrepitoso fracaso del Gobierno y de la provincia de Buenos Aires en su política de seguridad. Y los insultos que recibieron el ministro de Defensa, Agustín Rossi, y el secretario de Seguridad, Sergio Berni, en Rosario, horas después de la tragedia por el escape de gas, es una muestra de la indignación que hay en los principales centros urbanos.

 

La Presidenta debería tomar nota: no alcanza con presionar a los jueces para quitar de la agenda asuntos como las causas contra el ex secretario de Transporte Ricardo Jaime y el vicepresidente que ella misma entronizó, Amado Boudou. Tampoco parece suficiente, para ganar esta elección, la no aplicación del impuesto a las ganancias para el medio aguinaldo o el anuncio de un nuevo aumento a los jubilados, muy lejos del 82% móvil que marca la ley. Por otra parte, las PASO no enamoran ni entusiasman. Pronosticar el nivel de participación es una lotería, pero la eventual baja concurrencia, en especial en la provincia de Buenos Aires, favorecería al candidato de Cristina Fernández, porque cuenta con los aceitados aparatos de los estados nacional y provincial. Por eso el Frente Renovador de Massa convoca a las urnas con tanta insistencia. Sus especialistas pretenden reducir al mínimo la posibilidad de fraude, aunque descuentan que la diferencia que ostentan lo haría casi imposible. "Ganarle a Ella por un voto es lo mismo que ganarle por un millón, pero cuánta más diferencia saquemos ahora mayor será la victoria que obtengamos en octubre", me dijo Massa, convencido de que Francisco de Narváez no tendrá otro remedio que apoyarlo "en la segunda vuelta".

 

Más cómodo y esperanzado parece estar Mauricio Macri. Su candidata a senadora nacional, Gabriela Michetti, ganaría con una diferencia de más de 10 puntos por sobre el segundo, Daniel Filmus. Además superaría, ella sola, la suma de los votos que podrían obtener los precandidatos a senador del frente UNEN, Fernando "Pino" Solanas, Alfonso Prat-Gay y Rodolfo Terragno. En Diputados, al rabino Sergio Bergman no le iría tan bien como a Michetti, pero el temor de que podía ser superado por Elisa Carrió se empezó a diluir con las denuncias de la diputada a sus compañeros de UNEN. Los que manejan la campaña de Pro en la Ciudad sostienen que nunca fue más alto el porcentaje de aprobación de la gestión de Macri, que superaría el 70%. E informan que la iniciativa del Metrobus en la avenida 9 de Julio tiene el 85% de aceptación. Sólo se muestran un poco decepcionados por la manera vergonzante con que Massa presenta el acuerdo que concretaron con el jefe de gobierno. "Nos necesita para juntar votos en la zona norte del conurbano, pero no lo quiere elogiar a Mauricio, porque sabe que tarde o temprano tendrá que competir con él", interpretó un macrista de la primera hora.

 

Macri y el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli, tienen un sueño parecido: que Massa gane, pero por muy poquito. En el caso del primero, para que no se transforme en un adversario imbatible en las elecciones presidenciales de 2015. Y el segundo, para recordarles a sus compañeros del FPV que su participación en la campaña "derramó" votos hacia Insaurralde. También para recordarle a Massa que no se va a bajar de su futura candidatura presidencial porque todavía mantiene su intención de voto alta. Massa, Macri y Scioli, de alguna manera, trabajan para lograr un objetivo común: ponerle un límite a la Presidenta y su pequeño círculo de "talibanes políticos". También lo hace el gobernador de Córdoba, José Manuel de la Sota, quien descuenta una victoria de su candidato Juan Schiaretti y predice una derrota contundente de la postulante de Cristina Fernández, la docente Carolina Scotto. Todos ellos esperan el resultado del domingo para dar comienzo, de manera concreta, al poskirchnerismo.

 

Sería muy importante que nadie dé por terminada la capacidad de hacer daño que tiene este Gobierno, aunque los votos le pongan fecha de vencimiento. El FPV seguirá siendo primero en todo el país. Conservaría la mayoría de las bancas en Diputados y quizá también en la de Senadores, aunque se descuenta que algunos de sus dirigentes irán corriendo detrás de un nuevo líder, como pasa en el peronismo desde 1983. No habría que subestimar la desesperación que provoca la pérdida de poder para una generación de políticos que viven del Estado desde hace más de 30 años. Lo que pasó esta semana es una muestra gratis de esa desesperación. Un periodista adicto al Gobierno intentó perjudicar a Massa con la difusión del robo a su casa. Igual que en 2009 cuando vinculó sin pruebas a De Narváez con el tráfico de efedrina, el tiro le salió por la culata. Pero después de aquella derrota electoral, Néstor Kirchner y sus incondicionales pusieron en marcha un ambicioso plan de ataque a los sectores que consideraron responsables de la pérdida de votos. Todo el aparato del Estado fue puesto al servicio del operativo vendetta. La cúpula de la AFIP, los organismos de control e inteligencia, los fiscales, los jueces adictos, el Fútbol para Todos; los medios, periodistas y artistas comprados con dinero público fueron utilizados para asegurarse la continuidad en el poder. El ex presidente nunca dejó de pelear, porque siempre pensó que, una vez fuera de la Casa Rosada, no tendría un futuro apacible. Y dio por descontado que los poderosos enemigos que supo conseguir trabajarían para hacerlo desfilar por Comodoro Py y, si fuera necesario, mandarlo a la cárcel. ¿Estará pensando ahora su compañera de toda la vida lo mismo que Kirchner empezó a imaginar al entregarle la banda presidencial, en diciembre de 2007?

 

Publicado en La Nación