La decisión del Gobierno de eximir del pago de ganancias a los salarios inferiores a los 15.000 pesos y reducir un 20% la carga a los que cobran entre 15.000 y 25.000 pesos es una muy buena noticia, por varias razones. En primer lugar, muestra que la Presidenta no se quiere suicidar. Que es terca, prepotente, que le costó asimilar el impacto de la derrota, pero que no desea terminar su carrera política como Carlos Menem o Fernando de la Rúa. ¿Es probable que haya salido definitivamente de su aislamiento y haya empezado a escuchar otras voces, más allá de las de los cuatro o cinco alcahuetes que sólo abren la boca para adularla y que insisten en no transmitirle malas noticias?

 

Parece todavía temprano para darlo por hecho. Se supone que poner algo de dinero en el bolsillo de más de 1.600.000 personas, entre trabajadores y jubilados, a partir del 1° de septiembre, es una muestra de sentido común. También se podría decir que mantenerlo, a pesar de la inflación, era una inmoralidad. Sergio Massa y Hugo Moyano podrán decir que no eran locos ni irresponsables. Sus técnicos agregarán que la medida no es suficiente, porque no incluye a los trabajadores de la cuarta categoría ni a los que no están registrados. Incluso podrán festejar el anuncio y adjudicarse parte del mérito. También Gerardo Morales podrá hacer la sofisticada lectura de que hay que seguir votando contra Cristina Fernández, porque así el Gobierno terminará abrazando las medidas que reclama la oposición.

 

Sin embargo, a pesar de todo, Cristina lo hizo. Y esto muestra que todavía mantiene cierto contacto con la realidad, después de haberse peleado y haber perdido contra ella. La lectura más fina de la medida evidencia que, en el fondo, la naturaleza de la decisión es más de lo mismo. La baja del mínimo no imponible no debería haberse decidido a través de un decreto, sino de una ley del Congreso. Es decir: un instrumento más democrático que no transforme a la Presidenta en Papá Noel cada seis meses, gracias a los acuerdos de paritarias y la inflación. Cobrar un impuesto del 10% a los dividendos de las empresas después de pagar ganancias es una medida de muy difícil aplicación. Los tributaristas más serios sostienen que se trata de una doble imposición y descuentan una catarata de juicios contra el Estado. Como sea, la pregunta es si esta reacción de la jefa del Estado debe ser encuadrada en un abrupto cambio de actitud o debe ser tomada como una jugada desesperada antes de ser tapada de votos en octubre. La aceptación, por parte del ministro de Seguridad, Sergio Berni, de que la inseguridad no es una sensación, sino un conjunto de hechos muy palpables, va en la misma dirección de racionalidad. No sirve para bajar el índice de criminalidad. Pero siempre es mejor aceptar la realidad que ponerse por encima de ella. La sorpresiva asistencia del responsable de la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP), Ricardo Echegaray, en el programa Palabras más, palabras menos , de TN, es otra señal de este cambio de actitud política. ¿Qué hacía el martes pasado el responsable de cobrar impuestos y de implementar el cepo cambiario en un programa de uno de los canales del "monopolio", enclave de la "corpo mediática", dispuesto a explicar los beneficios de la suba del mínimo no imponible? ¿Significará esto que dejará de perseguir a los medios y periodistas críticos o será otro arrebatado intento de salvar el pellejo después de los millones de votos que le hicieron perder a la Presidenta el propio Echegaray, junto con Guillermo Moreno, Axel Kicillof y Mercedes Marcó del Pont?

 

El que parece ganar terreno con este nuevo escenario político es el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli. Nadie sabe, a ciencia cierta, si la jefa del Estado, al final, le dio la bendición y lo transformó, a pesar de todo, en su posible heredero. Lo que resulta claro es que, a partir de la paliza electoral, Scioli se ha convertido en el virtual jefe de campaña del Frente para la Victoria. Sus hombres sostienen que, de a poco, el eslogan, la gráfica y las consignas para la campaña de agosto se irán modificando por otras en las que ya trabaja otro equipo de profesionales pensando en octubre. También aseguran que "será Daniel" y no Cristina Fernández el que recorrerá la provincia de Buenos Aires para ponerse la campaña al hombro. Incluso ofrecen la presencia del primer candidato a diputado nacional, el intendente de Lomas de Zamora, Martín Insaurralde, en los programas de televisión que hasta hace cinco minutos eran considerados una mala palabra para la Presidenta y el jefe de Gabinete, Juan Manuel Abal Medina.

 

El lunes pasado Scioli e Insaurralde mantuvieron una larga reunión en la que se juraron dar vuelta el resultado de las primarias. ¿Podrá ahora el intendente reconocer que la inflación existe, que el gobierno nacional y provincial tienen una deuda enorme en materia de inseguridad? ¿Y qué responderá cuando los periodistas profesionales le pregunten por Lázaro Báez, la ruta del dinero, el viaje de la Presidenta a las islas Seychelles o las causas en las que aparece involucrado el vicepresidente Amado Boudou?

 

Scioli preferiría también un poco de silencio y bajo perfil en los funcionarios y legisladores que forman parte de La Cámpora. El gobernador lamentó, ayer, de viva voz, que el efecto positivo de los anuncios impositivos se viera empañado por el escándalo alrededor del hangar de LAN en Aeroparque. Él, igual que Massa, están tapados de encuestas diarias que les van revelando el comportamiento de los votantes, minuto a minuto. Hasta antes de los anuncios presidenciales, el intendente de Tigre había ampliado su ventaja sobre el de Lomas de Zamora hasta los 10 puntos. Ninguno sabía todavía cuál sería el verdadero impacto de la última novedad. Massa considera que en el tope de los reclamos de los habitantes de la provincia de Buenos Aires está la inflación, pero el impulso del voto contra el Gobierno es por la inseguridad y por la indignación que producen los hechos de corrupción. Scioli trabaja contra reloj para demostrar que el malhumor se puede dar vuelta, y que Massa es un improvisado. A Cristina no le disgusta la idea de que se enfrenten de manera abierta, mientras Ella observa desde arriba. La elección de este nuevo rol también demuestra que tampoco come vidrio.

 

Publicado en La Nación