No hay una receta única para decidir si se debe aceptar o no hacer una entrevista a la Presidenta, en especial cuando es Ella la que quiere ser interrogada. El enorme impacto que generó el reportaje que le hizo Jorge Rial a Cristina Fernández la semana pasada y que fue emitido por las pantallas de América TV y Canal 7 en el día de ayer es un buen punto de partida para discutirlo.


¿Debía el periodista aceptar la invitación? ¿Importa más la intención del líder político o el contenido de la nota? Soy de los periodistas que creen que hay que entrevistar a todos los personajes. Y, sobre todo, a los considerados "figuritas difíciles". No importa si son buenos o malos. Culpables o inocentes. Héroes o villanos. Dictadores o Premios Nobel. Lo importante es hacer preguntas y repreguntas que, al final, le aporten más información al lector, el oyente o al televidente. Durante el año 1995, me informaron que el entonces presidente Carlos Menem, me iba a otorgar, al final, una entrevista en la quinta de Olivos. La había solicitado decenas de veces. En esa época, Menem no hablaba con nadie. Ni daba conferencias de prensa. Los hombres del presidente me consideraban uno de los muchos periodistas críticos de su gestión. ¿Por qué lo hacía entonces? Parecía parte de la campaña para su reelección. No me lo propusieron solo a mí. También a otros colegas. Algunos aceptaron. Otros no. Entonces puse, como condición no modificable, mantener bajo mi responsabilidad la última edición del material. Me anticiparon que emitirían no más de diez o quince minutos del reportaje en todos los canales de televisión, no solo en el entonces llamado Argentina Televisora Color (ATC). Y me dijeron que solo impedirían incluir insultos o agresiones a la investidura presidencial.


No sé si fue una buena entrevista. Sí lo recuerdo como un reportaje muy tenso. El entonces Presidente se molestó, y mucho, cuando le pregunté si la operación de carótida que le habían practicado hacía poco no podía poner en riesgo su plena capacidad para gobernar. Tomó muy mal el interrogante. Mi salida de la Quinta de Olivos fue un poco accidentada. Dos funcionarios del presidente me preguntaron, con voz demasiado alta, cómo me atrevía a faltarle el respeto de esa manera. Y me aseguraron que no iban a publicar ni la pregunta ni la respuesta. Entonces les dije que no se molestaran en pasar el resto del material. Horas después, me comunicaron que la entrevista se emitiría con la pregunta sobre la carótida y la respuesta incluida. Hasta donde sé, estuvieron a punto de echar al de la idea del ciclo de entrevistas, Guillermo Seita, entonces secretario de Medios de la Nación.

 
Lo consideré un pequeño triunfo, aún cuando mis jefes directos en Canal 13 y TN, enterados de las idas y venidas, me reprocharon el haber aceptado el convite del gobierno argentino. En esa época conducía A Dos Voces, junto a Marcelo Bonelli, y hacía informes especiales para Telenoche. "Te meten adentro de su lógica. Te usan para blanquearse. Por más que le hagas el mejor reportaje de tu vida, te terminan utilizando para sus propios fines", me dio su opinión, sincera y legítima, una de las autoridades más importantes del área de noticias de ese canal.


¿Cómo me sentí después del episodio? Aliviado. Porque me di cuenta que si la intención de los hombres de Menem era usarme, algo les había salido mal. Y porque no percibí que estuviera faltando a ningún procedimiento ético. Georges Malbrunot, el reportero francés de Le Figaro que estuvo, también la semana pasada, en el ojo de la tormenta, por haber entrevistado al dictador de Siria, Bashar Al Assad, le respondió, por teléfono, desde Beirut, a un colega de El País de Madrid: "Soy periodista y para mí lo más importante es que salga a la luz la mayor parte de información posible. Hay que hacer el mayor número de preguntas y es el lector al que le corresponde juzgar. Nosotros no somos policía de la moral". En Siria, la malograda primavera árabe está dejando un saldo de más de 100 mil muertos y por eso, entre otras cosas, Al Assad es mala palabra en todo el mundo occidental. El periodista Malbrunot fue tapa de los diarios de todo el mundo en 2004, cuando un grupo islámico de Iraq lo mantuvo secuestrado, durante cuatro meses, junto a un compañero. El, ahora, fue más allá cuando dio detalles del contexto en el que hizo su última entrevista. "En Oriente Próximo, si solo habláramos con líderes demócratas, no hablaríamos con casi nadie. El mundo no debe escuchar solo a los paficistas", interpretó. Argentina no es Siria ni Cristina Fernández es Al Assad, pero está claro que el gobierno intenta cambiar la imagen autoritaria y retona de la Presidenta. Incluso el permiso que le dieron al candidato Martín Insaurralde para atender los pedidos de notas de medios y periodistas críticos a los que hasta agosto ni siquiera les devolvía el llamado debe ser enmarcado en la misma tendencia. Y también, por supuesto, en la urgente necesidad de recuperar los millones de votos que perdió el Frente para la Victoria en agosto.


El intendente de Lomas de Zamora me concedió una entrevista para la radio, la semana pasada. Habló de la inseguridad, de la inflación, de la manipulación del INDEC, del cepo cambiario y de los "grupos económicos concentrados". En ocasiones, para contestar, se salió del "relato oficial". Pero no quiso o no supo responder varios de los interrogantes que le formulé. Uno, para citar un ejemplo, fue por qué decía que el modelo perjudicó a los más ricos y poderosos y a los banqueros cuando los bancos nunca ganaron tanto como en los últimos diez años. A cada pregunta que no contestaba, dejé sentado ante la audiencia que no estaba respondiendo. Y lo hice delante suyo, antes de cortar la comunicación. No sé, otra vez, si se trató del reportaje perfecto. Pero no tengo dudas: los oyentes se fueron con más información de la que tenían antes de los minutos que me concedió Insaurralde. Y también se enteraron de que hay preguntas que el candidato no puede responder.


No puedo afirmar con honestidad si la nota que le hizo Rial a la Presidenta fue espectacular o dejó mucho que desear. De hecho, todavía no la vi. Voy a verla y a analizarla, por primera vez, dentro de unas horas, para tomarla como una de las bases de la entrevista que le haré al propio Rial en mi programa de televisión. No dudo de que la Presidenta pidió a un periodista con alta penetración porque lo considera una buena herramienta para mejorar la performance electoral. También sé perfectamente que la jefa de Estado nunca me eligiría para concretar un "mano a mano". Pero si el mundo se viniera abajo y a Ella se le ocurriera aceptar los cientos de pedidos de entrevistas que le hice en los últimos diez años, lo único que pediría, para llevarla a cabo, es la responsabilidad del "último corte". La decisión de editar el material con lógica periodística.

 

Publicado en El Cronista