Sergio Massa arranca con ventaja. Y no se trata sólo del casi 44% de los votos que obtuvo en la provincia de Buenos Aires o de la diferencia de más de 11 puntos que logró sobre Martín Insaurralde. O el hecho de que haya obtenido, de manera individual, la mayor cantidad de votos para un solo candidato. Hay un elemento tanto o más importante que lo coloca en la pole position de los precandidatos presidenciales: casi nadie lo vio venir. Es más: los que podían haber evitado su contundente victoria, o incluso haberse preparado para confrontarlo con posibilidades de vencerlo, lo subestimaron. O se dieron cuenta demasiado tarde de hasta dónde podía llegar.

 

Se hizo evidente que una parte del Gobierno no lo tomaba demasiado en serio en el llaverito que hizo diseñar el supersecretario Guillermo Moreno, donde lo trató de "boludo". Y fue patente lo desprevenidos que estaban cuando se confirmó que la Presidenta creyó que el tigrense no se iba a presentar con una lista por fuera del FPV. Incluso hay quienes piensan que Daniel Scioli llegó a suponer que Massa no se animaría "a jugar" después de que se cayera, horas antes del cierre de listas, la posibilidad de ir juntos contra el candidato de Cristina.

 

"Massita", como le decía Néstor Kirchner para ningunearlo, siempre representó el papel de punto y nunca de banca. Se definió como el debilucho David frente al aparato de gobierno de Goliat. Jugó al gato y al ratón, como el mejor Kirchner, y confundió a propios y extraños para dejarlos sin tiempo y patas arriba. Ahora, siguen cometiendo el mismo error. Dicen que no es lo mismo gobernar un country como Tigre que un país indomable como la Argentina. Que nadie en la historia del peronismo pasó de intendente a presidente sin escalas. Que va a desaparecer y quedar diluido entre los 254 diputados en que se divide la Cámara baja. Que no va a resistir el fuego cruzado de Cristina, de Scioli y de Macri. Que la lista que armó parece una bolsa de gatos y no un armado transversal para gobernar el país.

 

Pero se trata de un análisis, por lo menos, superficial. Massa, hoy, es bastante parecido al Kirchner que tuve la oportunidad de tratar en los días previos y posteriores a cuando Eduardo Duhalde lo bendijo como sucesor. A ese Kirchner también lo subestimaron. Si tuviera que definir a este Massa con una palabra, podría decir que se trata de una esponja: absorbe con enorme rapidez cada una de las ideas que escucha. Hace un tiempo, Massa me preguntó qué fue lo que más me molestó del trato de Kirchner. Le respondí que había sido lo mismo que les molesta a todos mis colegas: que no haya respetado mi oficio. Expliqué que eso incluía: la promesa de entrevistas que jamás se concretaron, el llamado a los dueños de los medios para pedir cabezas de trabajadores de prensa y el suministrar información sesgada. No creo que haya sido sólo por aquella charla, pero sí estoy seguro de que Massa se dedicó a "bajar la guardia" de muchos periodistas con el sencillo recurso de darles una nota cuando más la necesitan. Como lo hacía Néstor, trabaja desde que se levanta hasta que se acuesta para ser presidente en 2015. Y eso incluye desde los detalles más pequeños hasta las decisiones más importantes.

 

Por eso, los que ven en su alianza con los intendentes jóvenes de todo el país un "delirio de construcción política" deberían hacer un análisis más profundo. Unos cuantos de ellos no sólo apoyan a Massa, también hablan como él. Con los mismos giros. Y sobre temas idénticos. Gabriel Katopodis, de San Martín, y Darío Giustozzi, de Almirante Brown y candidato de Massa a gobernador, por dar sólo dos ejemplos, parecen cortados por la misma tijera. Son parte de una movida generacional. Aparecen mucho más cercanos al hombre común que la Presidenta o los gobernadores. No hablan desde el Olimpo como Cristina. Ni andan con decenas de secretarios y guardaespaldas. Tutean a sus interlocutores. Lo que dicen, y la manera en que lo dicen, es apta para menores de 30, pero también para mayores de 60. Ya entendieron que la lucha "cuerpo a cuerpo", con nombre y apellido, no va más. Y que sólo es redituable cuando el "enemigo" es alguien con muy mala imagen, como Moreno, Luis D'Elía o el vicepresidente Amado Boudou.

 

De Massa también dicen los que no lo vieron venir que puede terminar como Francisco de Narváez después de su triunfo en 2009. Ellos no saben que el diputado electo había pensado eso antes, cuando deshojaba la margarita para decidir si iba a ser o no candidato "por afuera". En el verano del año pasado tenía sobre su mesa de trabajo una serie de encuestas con distintos escenarios, que incluían las posibles consecuencias de sus decisiones. Aparecía, entre sus planes, la "Agencia Gubernamental" que no sólo hará las veces de gabinete fantasma. También le va a servir para proponer iniciativas en línea con las demandas de la mayoría de la sociedad. Massa intentará, con este modus operandi, matar varios pájaros de un tiro. Es decir: mostrarse como una alternativa, mantener la presencia en los medios y adjudicarse ciertos logros, sin pagar el más mínimo costo político. La suba del mínimo no imponible que pidió antes de las PASO y que el Gobierno tuvo que concretar es el ejemplo más claro. Presionará también a Scioli con la demanda de policías municipales y cambios en el Código de Procedimiento "para que los delincuentes no entren por una puerta y salgan por la otra". Además, su equipo piensa seguir "marcando la agenda nacional" con el pedido de asignación universal por hijo y paritarias por ley y no por decreto presidencial. No es una movida exótica o delirante. Se trata de una síntesis de experiencias internacionales, adaptadas a la Argentina. No quiere inventar la pólvora ni jugar al estadista. Ni anunciar su candidatura presidencial ahora, porque sabe que hacerlo es regalarles "la cancha" y "el tiempo" a quienes pretenden ir por él. Prefiere que lo sigan subestimando. Y elige no subestimar a competidores como Mauricio Macri, quien ya lo salió a cruzar.

 

Algunos, dentro del Frente Renovador, tuvieron la osadía de plantear que al jefe de gobierno de la ciudad no "le da" para ser presidente. Pero Massa, que tiene todos los radares puestos, los reprendió: "Si ustedes lo subestiman es porque no están entendiendo nada". Él, que no la va de sabelotodo, pero que tampoco come vidrio, sabe que están peleando por la misma clientela.

 

Publicado en La Nación