(texto de la columna editorial presentada por Luis Majul el 16 de agosto de 2023 en LN+) La vieja inflación de julio superó el 6.3 por ciento, pero para agosto se espera una de 10, 11, 12 o quién sabe. Lo que es seguro es que va a llegar a los dígitos y va a disparar el índice de precios al demonio. Gabriel Rubinstein, el segundo de Sergio Massa ya lo había advertido el año pasado: “Estamos coqueteando con la hiperinflación”, había dicho.

Esta película ya la vi. Esta película ya la vimos. Empezó el lunes 25 febrero de 1989, cuando el austral pasó de 17 a 25 pesos, y rápidamente todo comenzó a salirse de control. Fue el principio de la primera hiperinflación de la Argentina. Tan impactado habíamos quedado con la hiper, que escribimos nuestro primer libro: Por qué cayó Alfonsín.

¿Estamos a punto de ingresar a una hiper? Todos los precios de la economía están dislocados.

Se disparó el dólar blue, aumentó 45 pesos y llegó a 730 pesos.
No quedó tipo de dólar sin subir, de las decenas que se implementaron con el maldito cepo.
Los bonos argentinos bajaron otro 5 por ciento.
Desde el lunes, los neumáticos aumentaron un 25 por ciento.
Las mayoristas de alimentos otro 25 por ciento.
Los insumos para el agro no tienen precio.
Los medicamentos se incrementaron un 22 por ciento.
La carne, por lo menos un 20 por ciento.
La industria automotriz interrumpió las operaciones a la espera de que le autoricen un aumento de por lo menos el 15 por ciento.
Los combustibles aumentaron otro 15 por ciento.
Los electrónicos, móviles y todos los productos de línea blanca no tenían precio.

Los diez productos de consumo masivo que más subieron durante el último año superan por lejos el 160 por ciento. Cuando Sergio Massa se hizo cargo, en el medio del desastre que dejó Silvina Batakis, tenía la oportunidad de frenar en seco la locomotora de la emisión monetaria, que sigue corriendo desbocada hacia el choque frontal con la huida en masa de los pesos.

Es decir: debía tomar la decisión de devaluar, de manera ordenada, con un plan integral, o de equilibrar el déficit fiscal, y no de hacer contabilidad tranquila. Devaluación y ajuste. Eso era lo que debía hacer, pero no quiso, no pudo y no lo dejaron. Pero ahora el equipo económico le quiere echar la culpa a Javier Milei, a Patricia Bullrich y a los periodistas, como José Ignacio de Mendiguren, como si todos nosotros quisiéramos que el país se vaya a la miércoles.

Ayer, para hablar de las consecuencias de la inflación, Pablo Rossi, citó el libro que a su vez le había recordado Lacha Lázzari, Cuando mueren las palabras. Es la crónica desaparición de la moneda en Alemania, poco antes de la hiper y de la irrupción de Adolf Hitler. Es otro de los textos que elegí para documentarme, antes de escribir el libro sobre la caída de Alfonsín.

Ahora todo el mundo, incluida Cristina Kirchner, una de las grandes responsables del desastre en el que estamos metidos, recomienda el excelente libro de Juan Carlos Torre, Diario de una temporada en el Quinto piso. Relata desde adentro del equipo económico de Alfonsín varios episodios cruciales que nos llevaron a la primera hiper.

Lo que no relata ese texto es el tremendo impacto negativo que tuvo en la vida de los argentinos. De hecho, un solo dato sirve para ilustrar aquel momento, además de los violentos saqueos, que dejaron decenas de muertos. Se duplicó el consumo de ansiolíticos y antidepresivos y no bajó nunca más. ¿Está el gobierno a tiempo y en condiciones de controlarla? No lo sabemos.

Sergio Massa parte para Washington en busca de casi 8 mil millones de dólares, para tratar de detener esta sangría. Pero la lógica de la campaña electoral hará casi imposible que asuma la responsabilidad de un ajustazo, para frenar en seco la altísima inflación. O quizá no la detenga nada más que la hiperinflación. Como la de 1989, o la de 1990. Para que te ubiques en el tiempo: la previa a la convertibilidad de Domingo Cavallo.

No soy economista, pero recuerdo perfectamente lo que pasó en cada uno de esos episodios. Y faltan cinco meses para la entrega del poder. Meses que parecen interminables.

Por Luis Majul