(texto de la columna editorial presentada por Luis Majul el 5 de octubre de 2023 en LN+) Axel Kicillof dice que es honesto y austero, pero lo está tapando el barro de la corrupción. Ayer se mostró compungido y enojado a la vez, ante un periodista de C5N que no dejaba de tirarte centros a la cabeza. El razonamiento es muy sencillo. Si está tan enojado y compungido ¿por qué, en vez de aceptarle, a Martín Insaurralde, la renuncia, no lo echó, de inmediato? ¿Por qué no le inició un sumario administrativo? ¿Por qué no se presentó él mismo, en los tribunales de La Plata o de Lomas de Zamora, para denunciarlo por enriquecimiento ilícito, lavado de dinero y fraude al Estado provincial?
La respuesta es más obvia todavía. Porque no puede. Porque no quiere. Y porque forma parte, por acción u omisión, de una maquinaria de financiamiento de la política de la que, con ostentación o sin ostentación, él mismo se beneficia. Y porque Cristina Kirchner le pudo haber preguntado a él, igual que un día le preguntó a José López, cuando el hombre de los bolsos le mostró un cuaderno con anotaciones, que incluían los negocios oscuros de Néstor y los empresarios.
Este cuadro con el aumento de los empleados públicos y los cargos políticos, desde que Kicillof asumió, demuestra que, el gobernador, lejos de ser austero, es el gran responsable del zafarrancho de contrataciones y gasto, que todavía no termina. Entre 2019 y 2023, incorporó a casi 40.000 personas en cargos públicos. Y más de 600 personas en cargos políticos.
Inmediatamente después de que Máximo Kirchner y Cristina le impusieran como jefe de gabinete a Insaurralde, él montó un área nueva, al mando del Carlos Bianco, el chofer del Clío, en la que conchabó a sus amigos, amigas y amigues, incluida Victoria Donda, quien pretendía pagarle a su empleada de la casa con dinero del Estado.
Pero esto sería lo de menos. Porque desde que él mismo se conchabó en el Estado, le hizo perder a la Argentina casi 50 mil millones de dólares, entre la estatización de YPF, el pago de la deuda al Club de París y otras decisiones políticas de las que se sigue jactando, como si fueran grandes hazañas.
Kicillof y Sergio Massa están ahora en el mismo barco. Haciendo torniquetes a troche y moche para detener la sangría. Pero, en el caso del Bandidogate, la tira con los vuelos al exterior de Insaurralde y Sofía Clerici no viralizarse, y la investigación ya pasó las fronteras de la Argentina.
Ayer, a última hora, el Banco Central de Uruguay inició una investigación de oficio sobre un presunto pago ilegal de Insaurralde a Jésica Cirio a través de un banco o una entidad financiera de ese país. Y también ayer, en el caso del Chocolategate, la decisión de la fiscal general Betina Lacky de abrir el celular de Julio “Chocolate” Rigau volvió a inquietar a los camaristas y todo el sistema político, que quieren enterrar el asunto como sea.
¿Será cierto, como sostiene Federico Aurelio, que esto no mueve la aguja de la campaña, y que Massa, en el medio de semejante escándalo seguiría entrando al balotaje? ¿O, por el contrario, Néstor Grindetti estaría a punto de ganarle a Kicillof, como revela una última encuesta de la consultora Fixer?
Por Luis Majul