(texto de la columna editorial presentada por Luis Majul el 11 de octubre de 2023 en LN+) La hiperinflación es como la guerra. Solo genera a su paso caos, desesperación, pánico y destrucción. Los teóricos que hablan de la hiper con cierta frivolidad dicen que tiene la ventaja de ser corta. Que permite a los gobiernos imponer fuertes ajustes sin perder popularidad. Que tiene un efecto “disciplinador”. Que termina ordenando, por la fuerza, muchos desajustes de la economía.
¿Será consciente Massa que nos está empujando hacia una nueva hiperinflación, o su ambición lo hará suponer que tiene poder para meter presos a los cuatro o cinco vivos a los que pretende responsabilizar por la corrida? Los que sobrevivimos a las dos hiperinflaciones que atravesó la Argentina entre 1989 y 1991 apenas superamos el 15 por ciento de la población.
Basta solo una palabra para definir la experiencia: es insoportable. Uno se siente en la parte de delante de un avión que cae en picada. Un avión descontrolado que tarda demasiado tiempo en estrellarse contra el piso. Y es mentira que la hiperinflación es corta. Desde que se empezó a incubar, en julio de 1989, hasta que se impuso la convertibilidad de Domingo Cavallo, el primero de abril de 1991, pasaron casi dos años. Fueron los dos peores años de la Argentina.
Porque no solo se multiplicaron los muertos, los pobres, los indigentes, las villas miseria. No solo se pulverizaron los salarios y se perdieron cientos de miles de puestos de trabajo. Resultó tan fuerte la onda expansiva de la bomba de la hiperinflación, que se empezaron a derrumbar, uno por uno, todos los códigos de convivencia y las referencias sociales y culturales que se estaban recuperando con la restauración de la democracia.
Y se empezaron a incubar, en algunos casos de manera estruendosa, y en otros de manera silenciosa, todos los males endémicos que hoy atraviesan la República, a saber:
Un resentimiento y un odio hacia el que no piensa como uno, ostensiblemente exacerbados.
Un tsunami de hechos de corrupción que atraviesan a vastos sectores de la sociedad, empezando por la política.
Una cantidad de casos de inseguridad inusitada, y de características muy violentas. La frase: “cualquiera te mata por un celular” no es exagerada. Solo describe lo que sucede casi todos los días. En especial, en el conurbano de la provincia de Buenos Aires.
Una cultura del subsidio y la prebenda que demorará años en ser desmontada.
Para ponerlo en números concretos, casi 30 millones de argentinos, sobre los 47 millones que registró el último censo, reciben algún cheque por parte del Estado. Desde la Asignación Universal por Hijo hasta el Plan Potenciar. Desde las jubilaciones de miseria hasta el recibo de sueldo de un empleo público, que no para de crecer. Sea nacional, provincial, municipal o barrial.
Por eso, más allá de las chicanas de ocasión, en el medio de la campaña electoral, Javier Milei debería aceptar que ya no es el panelista de Intratables que generaba rating con sus frases explosivas. Es cierto que solo repitió lo que viene diciendo desde hace muchos años. Es verdad que su diagnóstico no es errado. Porque cada vez el peso vale menos.
Es probable, también, que sus afirmaciones no le hagan perder votos y que, por el contrario, lo terminen acercado a una victoria en primera vuelta. Pero al mismo tiempo, si se sigue manejando de la misma manera, terminará multiplicado las dudas sobre su equilibrio personal para ejercer la presidencia de la Nación. Y su luna de miel con los argentinos durará menos de lo que tardó en convertirse, casi, en una estrella de rock.
Por Luis Majul