Lo que ahora se denomina "la grieta" no es un suceso inevitable o una catástrofe natural. Tampoco empezó con el descubrimiento de América, como sostuvo un reconocido actor de reflexiones profundas. Se podría decir que tiene como antecedente el primer gobierno de Perón, con Raúl Apold como su ejecutor de políticas de comunicación, seductor de artistas adictos y perseguidor de artistas críticos. O también se podría afirmar, así, al voleo, que "la grieta" existió desde siempre y que, en verdad, lo que hicieron Néstor Kirchner y Cristina Fernández fue sólo ponerla de manifiesto. Sobre la superficie. O mejor dicho: transformarla en herramienta política para hacer uso y abuso de su poder.

 

Pero referirse a la grieta así, como algo casual, como lo hizo un periodista que pasó la mayor parte de su vida profesional a la sombra de Jorge Lanata y que ahora aparenta una objetividad que no tiene, me parece, por lo menos, un acto de ignorancia suprema. O de deshonestidad intelectual. Porque la grieta que todavía está aquí, entre nosotros, fue impulsada, agitada y financiada por el Gobierno más poderoso de la Argentina de los últimos 30 años. La decisión de dividir a los argentinos, con trazo grueso, entre supuestos buenos y presuntos malos, compañeros y gorilas, nacionales y populares, o representantes de las corporaciones versus los románticos que se les ponen enfrente, fue una decisión fría, calculada, política y estratégica, diseñada y preparada por Kirchner para matar varios pájaros de un tiro. Y se empezó a ejecutar con crueldad, en marzo de 2008, cuando el ex presidente supo que Clarín, tarde o temprano, dejaría de "perdonarle la vida" como lo hacía desde 2003. Entonces, con astucia, eligió como su principal enemigo a Héctor Magnetto y lo colocó en el imaginario colectivo en el lugar que había dejado vacante Alfredo Yabrán. Al mismo tiempo puso a Clarín, en la fantasía de muchos, en un lugar parecido al que tenía Coca-Cola en los años 60, 70 y principios de los 80. Es decir: una superempresa insensible y capaz de comerse a los chicos crudos. Es más: emparentó al multimedios con el Mal Absoluto. Lo vinculó con las más aberrantes prácticas de la dictadura. Y lo hizo de manera tan sostenida que todavía ahora, aunque la Justicia comprobó lo contrario, muchos fanáticos del relato K siguen repitiendo que Felipe y Marcela Noble Herrera son hijos de padres desaparecidos.

 

Simultáneamente, el millonario aparato de comunicación oficial colocó a los dirigentes políticos de la oposición y a otros medios y periodistas críticos debajo del ala imaginaria de Clarín y también de Magnetto. Es decir: les bajó el precio a todos, los puso en la misma bolsa, mientras Él se presentaba ante la militancia como el líder heroico capaz de enfrentar a los poderosos aglutinados en la miserable derecha. Se le debe reconocer que lo hizo bien. De manera exitosa. Reclutó soldados honestos, idealistas y convencidos, casi dispuestos a dar la vida por el modelo nacional y popular. Federico Luppi, golpeador de mujeres pero no enriquecido, es un buen ejemplo de esta clase de soldados. Pero también reclutó de los otros: mercenarios capaces de cambiar de idea o la letra de una canción con tal de recibir subsidios, pauta o reconocimiento. En algún caso, el ex presidente tuvo que agudizar su imaginación y probó con las dos armas a la vez: el endulzamiento de los oídos, primero, y los contratos del Estado, después. José Pablo Feinmann y Víctor Hugo Morales son los casos que ahora me vienen a la mente. A los dos, Kirchner les hizo saber que los admiraba y que no eran suficientemente reconocidos. A uno, en la intimidad, lo llegó a comparar con Jean-Paul Sartre. Al otro le dijo, por teléfono, que lo admiraba desde hacía muchos años, porque había peleado solo contra las Fuerzas del Mal.

 

Néstor, como seductor, era una topadora. Primero hizo un desbarajuste con sus egos. Después mandó a sus secretarios a ofrecerles programas en Encuentro, Canal 7 y/o Radio Nacional. Y este tipo de acciones se repitieron por miles. Con el movilero de Duro de domar que pasó a ser gerente de Noticias de Canal 7. Con el bloguero o cibernauta que era capaz de disparar cientos de puteadas en una hora contra los periodistas que firmamos nuestras notas y las dejamos abiertas a comentarios. Con los presentadores, artistas y músicos capaces de comprometerse con el sueño que proponía el FPV. Y también, por vía indirecta, con los periodistas aparentemente neutrales que se autoposicionan en un supuesto término medio, que hablan de corporaciones y grupos concentrados, pero no dicen que trabajan para un multimedios que existe porque fue inventado y sostenido por la publicidad oficial y no por los lectores, los oyentes o los televidentes que lo eligen.

 

Lanata no hace bien en ningunear a Paola Barrientos al mencionarla como la gordita del Banco Galicia o en elegir al bueno de Pablo Echarri como uno de sus "adversarios" predilectos. Quizás el estilo con el que habla o denuncia no sea el más mesurado o equilibrado. Pero nadie puede negar que busca información y denuncia lo que cree que está mal. Es decir: trabaja de periodista. Yo me cuidaría mucho de los que se inquietan por el "ensanchamiento" de la grieta sólo cuando suben a recoger un Martín Fierro o un premio Tato. Y me cuidaría más todavía si los que se preocupan tanto por eso son profesionales de los medios de comunicación. ¿Qué nos están pidiendo, estos colegas, en el fondo? ¿Que dejemos de informar y de mostrar? ¿Que no hagamos demasiadas olas, porque éste es un Gobierno que les cae algo simpático? ¿Que seamos críticos, pero no tanto? ¿Qué están insinuando? ¿Que la única corrupción censurable es la de Menem, la de Duhalde o la de Cavallo? ¿Que el único ajuste fue el de los gobiernos anteriores y que esto es un acomodamiento de precios relativos?

 

Es verdad que la convalecencia de la Presidenta y la designación del nuevo jefe de Gabinete generaron un clima más apacible y menos confrontativo. Bienvenidos a la nueva era los que antes no se saludaban y ahora son capaces de sentarse a tomar un café, a pesar de las "diferencias ideológicas". Pero que los supuestos neutrales no le pidan al resto de la sociedad que haga como que aquí no ha pasado nada. Como si todo hubiese sido "sin querer", producto de la defensa apasionada del modelo. A la grieta de los últimos cinco años la instalaron Néstor y Cristina. De arriba para abajo. Desde el Estado hacia el resto de la sociedad. Fue una pelea despareja. Y sus consecuencias perdurarán más allá de 2015.

 

Publicado en La Nación