Otra vez, Sergio Massa y su equipo madrugaron al Gobierno y a una buena parte de la oposición. Igual que cuando mantuvo el misterio sobre si iba a ser o no candidato a diputado nacional por fuera del Frente para la Victoria hasta el final, Massa hizo creer a sus colegas que estaba haciendo la plancha, pero de un día para el otro instaló en la agenda nacional un debate caliente y actual: la posibilidad de que con el nuevo proyecto de reforma del Código Penal se le bajen las penas a los jefes narcos, los violadores y los homicidas reincidentes. No lo vieron venir: ni la Presidenta Cristina Fernández, más ocupada en controlar los precios y que la economía no se desmadre; ni Daniel Scioli, a quien volvió a poner entre la espada y la pared; ni Mauricio Macri, aunque el jefe de gobierno de la Ciudad le acaba de doblar la apuesta al pedirle a la jefa de Estado que no se discuta el proyecto en el Parlamento; ni a los líderes de UNEN, que quedaron atrapados entre la postura favorable a las menores penas de Ricardo Gil Lavedra y el rechazo del proyecto o anteproyecto del jefe del radicalismo, Ernesto Sanz.
A Massa, por una extraña razón, no lo ven venir, o lo subestiman, igual que la mayoría de la dirigencia política hizo con Néstor Kirchner cuando recién arrancaba su carrera presidencial. A la Presidenta le hicieron creer que no se animaría a saltar la pared del Partido Justicialista. Los argumentos de asesores como Carlos Zannini eran infantiles. Sergio no se va a jugar, porque está muy verde y tiene miedo, vaticinó. Pero Massa la saltó igual, a pesar de que Scioli lo abandonó a mitad de camino y, durante unas horas, puso en serio peligro su plan para quedarse con todo. Una de las razones por las que Cristina defiende al general César Milani contra viento y marea es porque habría sido el único que le anticipó que su exjefe de gabinete tomaría el riesgo de enfrentarla, porque las encuestas le anticipaban un triunfo seguro. Después de que ganó, el pronóstico de los grandes pensadores del Frente para la Victoria era que masita se desinflaría como un globo de mala calidad, porque su capacidad de acción política desde una banca de diputado nacional sería nula. A Sergio le va a pasar los mismo que le pasó a El Colorado (Francisco De Narváez) después de que le ganó a (Néstor) Kirchner (en junio de 2009): se va a desdibujar hasta casi desaparecer, porque los temas los instala Cristina desde el Poder Ejecutivo, y no un diputado que gobernó Tigre, por más imagen positiva que tenga me dijo un ex ministro que ahora presenta proyectos oficiales en el Parlamento. Pero se ve que él tampoco lo conoce demasiado, o lo subestima sin muchos argumentos, porque Massa, desde que asumió, ya instaló en la agenda nacional dos grandes temas de alta sensibilidad popular: la paritaria docente y la discusión por la eventual modificación del Código Penal. Y mientras tanto, el líder del Frente Renovador tampoco se privó de instruir a su equipo económico para monitorear, minuto a minuto, la evolución del dólar, la inflación, el salario y la ocupación, y marcarle la cancha al equipo económico de la Presidenta de la Nación, incluido el jefe de gabinete, Jorge Capitanich. Un poco más inteligente es la estrategia de Scioli, quien dejó de subestimar a Massa definitivamente el día en que comprobó que se tiraría a la pileta sin su ayuda. Ahora el gobernador de la provincia de Buenos Aires trabaja para anticiparse a las exigencias de Massa y sus intendentes. Por eso trabaja contrarreloj en el proyecto de ley para instaurar policías municipales y planifica una importante reforma en seguridad, que incluye una nueva política de comunicación, en las antípodas de las que maneja el gobierno nacional. Mauricio Macri también tiene su plan para neutralizar al competidor para la presidencia que hoy marcha primero en todas las encuestas: repetir, y hacer repetir a sus voceros, hasta el cansancio, que Massa fue kirchnerista hasta hace cinco minutos, que es corresponsable de lo peor de la década perdida, o desperdiciada. Que el exintendente de Tigre no es lo nuevo, sino más de lo viejo, pero disfrazado y con una alta dosis de oportunismo. Y que si lo votan en 2015, tarde o temprano, terminarán tan decepcionados como los millones de argentinos que eligieron a Néstor o a Cristina y ahora se arrepienten una y mil veces, igual que los millones de votantes que eligieron a Carlos Menem dos veces seguidas. Los que intentan descalificar a Massa con el argumento de que es oportunista, superficial y marketinero, que le fue bien en Tigre porque es como gobernar un country, que es demasiado inmaduro para ser Presidente, deberían estudiar, con detenimiento, qué decían los críticos sobre Menem o Kirchner cuando confirmaron que se lanzarían a conquistar el puesto de Presidente de la Nación. Tanto uno como el otro se colocaron en el lugar indicado, y el momento justo. Vieron, desde lejos, pasar el tren, por la puerta de su casa, y se treparon como pudieron, porque comprendieron que quizá no tendrían, en el futuro, una mejor oportunidad. A Carlos Reutemann, senador nacional por Santa Fe, le sucedió lo mismo un par de veces. En la primera oportunidad lo agarró distraído. Y en la segunda, según Jorge Asís, cuando el tren volvió a pasar por la puerta de su casa se estaba afeitando en el baño.
De lo que no caben dudas es que el nuevo Código Penal necesita un debate profundo, alejado de toda puja electoralista. Y que el necesario castigo a los delincuentes no es de izquierda ni de derecha, y que lo contemplan, con mayor o menor rigor y justicia, todos los países del mundo, desde Suecia hasta Cuba, a la par de las políticas de reinserción de ladrones, homicidas y narcotraficantes. También es cierto que la sola alza de las penas no hará desaparecer el crimen y el delito de la noche a la mañana. Pero una cosa es defender esa postura con estadísticas y argumentos en la mano y otra con puro romanticismo academicista, lejos de las víctimas de los delitos, que cada vez son más.
Publicado en El Cronista