Jorge Luis Borges solía decir que los peronistas no son ni buenos ni malos. “Son incorregibles”, era la definición que le gustaba utilizar.

 

Algo parecido se podría decir de los defensores retóricos del modelo ‘nacional y popular de matriz diversificada’. Ellos, los ultracristinistas, ya superaron la categoría de sinceros o mentirosos, honestos o deshonestos.

 

Son, sencillamente, negadores. Porque niegan la realidad y las estadísticas. Quieren ocultar la devaluación y el ajuste detrás de palabras dulces. Manipulan los números según su conveniencia política. Y le ponen a sus decisiones de derecha, una retórica de izquierda.

 

Después, se juntan en una habitación y se autoconvencen de que están haciendo la revolución.

 

El quite de los subsidios a las tarifas de agua y de gas es una medida correcta, pero tardía. El gobierno la debería haber tomado en forma paulatina, y desde hace por lo menos 10 años. Consumada ahora, en forma parcial, después de la devaluación y la pérdida del poder adquisitivo de los salarios, no parece más que un remiendo.

 

Además, la consecuencia directa es que atacará al bolsillo de los consumidores a partir de abril. Eso se llama aumento de tarifas, tarifazo o ajuste. Se puede elegir cualquiera de los tres conceptos, pero nunca interpretar que ese dinero va a volver al resto de la sociedad en forma de justicia redistributiva.

 

Para ser más precisos, la boleta de agua llegará con un incremento de entre el 70 y el 400%; la de gas entre un 100 y un 284%.

 

La promesa de no cobrar el aumento para los que ahorren el 20% de la energía o de que parte del monto que se quedará el Estado irá a parar a la Asignación por Hijo es solo eso: una promesa. Un anuncio que tiene la misma posibilidad de transformarse en realidad que la ayuda social prometida con parte de los fondos del Fútbol para Todos.

 

Lo mismo, pero en sentido contrario, vale para el anuncio oficial y mentiroso de crecimiento de apenas un 3% para 2013, con el objeto de no pagar u$s 3.500 millones a los tenedores de cupones atados al PBI.

 

Hasta el miércoles pasado, según la Presidenta, el Ministro de Economía y el Jefe de Gabinete, durante 2013 la Argentina había crecido hasta casi el 5%; 4.9%, para ser más precisos. El cambio de metodología en la base estadística no podría haber afectado ese porcentaje en más de medio punto hacia abajo, calculó el especialista Gabriel Rubinstein.

 

¿Con qué argumento serio se podría sostener semejante modificación en las estadísticas oficiales?

 

La manipulación de información pública fue el principio del final de la caída estrepitosa de la economía de Grecia. En Argentina todavía no tenemos un instrumento para medir cuánto impactará, pero ya sabemos que sa es la base de la desconfianza de todos los organismos internacionales de crédito. Empezando por el Fondo Monetario Internacional y el Club de París. Pero también de organizaciones que antes prestaban al Estado nacional casi sin preguntar como el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo.

 

Mauricio Macri, Daniel Scioli y Sergio Massa recibieron el mismo mensaje de los principales inversores con los que hablaron en los Estados Unidos. “Nadie pondrá un peso en la Argentina hasta que este gobierno termine su mandato”, les explicaron. Y tampoco les aseguraron que lo iban a empezar a hacer a partir de 2016. “Antes tendrían que levantar el cepo cambiario y arreglar los juicios ante el CIADI”, argumentaron.

 

Mientras tanto, la realidad avanza sin prestar atención a las excusas. ¿A cuánto asciende la cantidad de pobres en el país? ¿Con qué instrumento adecuado se puede medir el verdadero deterioro de la educación pública? ¿Cómo mensurar la velocidad y envergadura de la penetración del narcotráfico en medio de discusiones estériles sobre si la Argentina produce o elabora cada vez más cocaína?

 

Lo que hubo, desde 2003 hasta ahora, más allá del crecimiento de los primeros años y decisiones elogiables, como la recuperación de la autoridad presidencial, una política consecuente a favor de la investigación de delitos de lesa humanidad y leyes correctas como la asignación por hijo y el matrimonio igualitario, es el ocultamiento deliberado de la realidad, algo que vamos a pagar todos, tarde o temprano.

 

Miguel Galuccio, el hombre que maneja YPF, es, quizá, uno de los mejores funcionarios de esta administración. Hace tiempo que viene diciendo que el precio de la energía en general, y de los combustibles en particular, en Argentina, deben ser mucho, pero mucho, más altos.

 

Mañana mismo, el precio de las naftas, incluida la marca YPF, subirá casi el 6%, lo que determinará un aumento acumulado de más del 25% en lo que va del año. Cuando se quiere tapar el sol con la mano, cuando a la demagogia pensada solo para ganar elecciones la alcanza la realidad, a las consecuencias de la crisis no las paga la Presidenta, quien en diciembre de 2015 se tendrá que ir a su casa. Ni siquiera sus ministros, quienes repiten las mentiras como si fuera un credo oficial. Por eso Cristina Fernández está ahora con la imagen negativa más alta de su historia.

 

Y todavía faltan un año y nueve meses.

 

Publicado en El Cronista