Un intelectual honesto que hoy es funcionario público del Gobierno me dijo la semana pasada que la mitología, en la Argentina, tiene una fuerza arrasadora. Una potencia capaz de orientar el voto y hasta de tumbar gobiernos. En especial, gobiernos progresistas. Pedí que me diera un ejemplo. Entonces recitó con maestría los mitos "más gorilas" o "antiperonistas" que, según él, aún permanecen en el inconsciente colectivo de generaciones enteras. Empezó por las supuestas orgías del ex presidente Juan Domingo Perón con las chicas de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES). Continuó con los lingotes de oro que se habría robado el propio Perón y pasó, casi sin solución de continuidad, a los falsos amoríos que le adjudicaban a la Presidenta. En especial, después de la muerte de Néstor Kirchner. "Primero con Boudou. Y ahora con Kicillof, para completar el cliché de la señora linda y grande a la que le encantan los jóvenes descontracturados o de ojitos claros", me dijo.
La teoría de este intelectual es que, cada vez que irrumpe en la historia un proyecto "nacional y popular", un modelo capaz de incorporar a las clases sociales que estaban postergadas, una movida dispuesta a romper el statu quo, genera, en una parte de la "oligarquía" y la clase media "pacata" y "conservadora", tanto odio y tanta reacción que enseguida el resentimiento se transforma en un rumor, una mentira o un mito. "Y esa mentira, ese rumor y ese mito se repiten tanto que terminan siendo creídos y asimilados por muchísima gente, cuyo odio se va retroalimentando de manera infinita", interpretó.
Me dio esa clase magistral para refutar, de manera amable, mi opinión sobre el origen de la denominada "grieta". O, para decirlo de una manera más sencilla, para el comienzo ostensible de la lógica amigo/enemigo que se impuso a partir del conflicto con el campo, y que prevalece hasta ahora, aunque con menor virulencia. Le expliqué que a mi entender, la "guerra" la había iniciado el propio Kirchner para aglutinar a la oposición política detrás del supuesto liderazgo de un enemigo perfecto encarnado en el CEO de Clarín, Héctor Magnetto. Comenté que como táctica política de corto plazo había resultado exitosa, porque le había servido al Frente para la Victoria para ganar varias elecciones y poner en discusión no sólo el comportamiento de Clarín, sino también de todo el periodismo crítico. Agregué que como decisión profunda y de largo plazo no había servido de mucho, porque no había aportado ni densidad ni riqueza política a la discusión de qué país queremos y debemos ser. El funcionario e intelectual dejó muy en claro su argumento de disidencia. Explicó que Néstor y Cristina sólo salieron a defenderse para neutralizar la andanada de descalificaciones y de odio que recibían. Recordó que las agresiones verbales empezaron a reproducirse de manera exponencial a través de los comentarios en Internet. Y que más rápido que tarde se transformaron en una ola subterránea a la que había que llevar a la superficie, dejar expuesta y, luego, contraatacar. Recordé, de inmediato, a las agrupaciones espontáneas y rentadas de blogueros y militantes ciber-K que durante los últimos años se pasaron insultando y descalificando a comentaristas o periodistas que no defendieran al Gobierno. Argumenté que me parecía más grave y menos proporcionado atacar y descalificar desde el Estado que criticar o denunciar desde una radio, un diario o un programa de televisión. Hablé de una revolución al revés. De arriba hacia abajo. No desde la sociedad contra el verdadero poder.
Mi interlocutor volvió a hablar de un gobierno que pone sobre le mesa la discusión de incorporar a los marginados al sistema. De un proyecto que lastima los intereses de las corporaciones y los malos de la película. De dirigentes dispuestos a afectar los intereses del poder permanente y de aquellos que nunca pierden. Recién ahí terminé de comprender. Allí estaba, infranqueable, otra vez, la gran excusa del enemigo superpoderoso y perfecto. Grande, dañino y voraz, y extremadamente útil para aglutinar pasiones y no hacerse cargo de los errores, los pecados y las omisiones. ¿Quién se puede sentar a hablar con detenimiento de los escándalos de Boudou o el caso Ciccone cuando estamos en el momento crítico de la tremenda pelea contra los fondos buitre, que vienen por los dólares, la deuda, el agua, Vaca Muerta, la minería y la tierra? ¿A quién le puede importar un debate tan acotado como el respeto a las instituciones y la decisión de los jueces, mientras le estamos dando al mundo una lección de cómo se defienden los intereses de un país, frente a un magistrado norteamericano un poco delirante y un grupo de financistas a los que no les importa más que sacar ventaja a costa del hambre de los países deudores?
Ahora, la consigna "Patria o buitres" le ha regalado al Gobierno una potencia política de la que carecía desde la última derrota electoral. El hecho de que la jefa del Estado haya mejorado en 6 o 7 puntos su imagen positiva y haya bajado casi en la misma proporción su imagen negativa es el dato menos relevante. Lo más importante es que la administración ha vuelto a encontrar un argumento que le sirve para casi todo. Una excusa multipropósito que la coloca de nuevo en situación de marcar agenda y un paso delante de los dirigentes de la oposición. Un enemigo perfecto que tanto sirve para esconder a Boudou como para disimular la inflación, hacer olvidar la devaluación de enero, amortiguar el escándalo social de los miles de suspensiones y el miedo a perder el trabajo y encima afirmar, con cierta deshonestidad intelectual, que la economía nacional tiene una robustez estructural que la hace inmune al reciente default y otros ataques especulativos.
Encuestadores oficiales que vieron antes que otros las ventajas de desplegar a la tropa para enfrentar la nueva pelea ya están repitiendo, para agrandar el campo de batalla, los nuevos mitos que servirán de excusa para iniciar una nueva oleada de respuestas a los agentes del odio. Dicen ahora que los gorilas de siempre insultan a la Presidenta al sugerir que no está en sus cabales. Afirman que los buitres locales alientan una devaluación y un golpe de Estado financiero porque no soportan el coraje de Cristina. Inflan la supuesta envergadura del nuevo enemigo perfecto para instalar la idea de que Ella fue capaz de sostener, hasta el último día de su mandato, la defensa de los que menos tienen y más desprotegidos están. Y esto podría durar hasta diciembre del año que viene. O hasta que las estadísticas oficiales del próximo gobierno vuelvan a mostrar la realidad tal como es.
Publicado en La Nación