Desde el principio de sus tiempos políticos, Néstor Kirchner gobernó bajo el imperio de la emergencia y el miedo.

Lo hizo en su provincia, desde 1987, cuando fue elegido intendente de Río Gallegos. Y lo volvió a hacer como gobernador de Santa Cruz de 1991 a 2003. La emergencia económica y el miedo por las crisis le permitieron gobernar con la arbitrariedad como exclusiva herramienta, típica de los monarcas y dictadores, sin brindar la información básica y haciendo uso de los fondos públicos con discrecionalidad, por encima de la Justicia y el Poder Legislativo de la provincia.

Una vez que fue elegido presidente, la emergencia y el miedo se trasladaron de Santa Cruz a todo el país. Así, pudo manejar -y silenciar-, hasta ahora mismo, a medios de comunicación, grupos económicos, bancos, petroleras, medianas y pequeñas empresas, gobernadores, intendentes, legisladores, sindicatos y cualquier unidad productiva que necesitara dinero del Estado o alguna norma o decreto para poder trabajar en paz y sin dificultades.

A los medios dispuestos a someterse a su deseo, Kirchner les otorgó desde primicias hasta abundante publicidad oficial. Así, muchos se convirtieron rehenes de los deseos del hombre que maneja los negocios públicos y privados de la Argentina. A los demás los discriminó.

A los grupos económicos que aceptaron el modelo de la emergencia y la presión, Kirchner les brindó subsidios o les facilitó buenos negocios. A los demás les suministró acoso, persecución, pura hostilidad. Un ejemplo: Techint no quiso ingresar en el "club de la obra pública K" para no tener que responder, luego, ante la Justicia. Tampoco quiso "participar" de los sobreprecios de Skanska. En represalia, el Gobierno lo excluyó de la licitación de los peajes y no movió un dedo cuando Venezuela decidió la expropiación de Sidor.

Con los sindicatos, Kirchner actuó igual. A Hugo Moyano, todo: dinero y poder. A la Central de Trabajadores Argentinos (CTA), nada: ni la personería que por derecho le pertenece.

La emergencia en la que está sumida la mayoría de las provincias las hace dependientes de Kirchner hasta la humillación. Para decirlo sin vueltas: Daniel Scioli, Hermes Binner, Juan Schiaretti, Ricardo Colombi y Fabiana Ríos, entre otros, no pueden tomar decisiones autónomas si antes no acuerdan con el Dueño de la Caja. El grado de sometimiento y humillación es directamente proporcional al dinero que necesitan para pagar los sueldos.

Los intendentes del conurbano y de las demás provincias lo saben de memoria. A Kirchner le encanta que lo llamen, por encima del gobernador, y le pidan fondos para cloacas, asfalto, viviendas, hospitales y escuelas. Las ciudades con intendentes no alineados tienen muy poca obra para anunciar y mostrar.

Después de la derrota electoral, y a pesar de su audacia política, está claro que la mayoría de la sociedad no está de acuerdo con la excusa de la emergencia que sigue esgrimiendo el Gobierno. La última gran incógnita es hasta dónde Kirchner pretende llegar con su política del miedo.

Mi hipótesis es que el éxito de esa política radica, justamente, en la capacidad de asustar a los demás. Y que esa acción empezará a fracasar el día en que los empresarios, los sindicatos, los medios y los periodistas; los gobernadores, intendentes y legisladores pierdan el temor.

Es más: a todos los que lo enfrentaron, o no se dejaron tentar por sus propuestas, les fue muy bien. El vicepresidente Julio Cobos es un buen ejemplo. Francisco De Narváez, también. Periodistas como Nelson Castro, empresarios como el presidente de Shell Argentina, Juan José Aranguren, y sindicalistas como Víctor De Gennaro, son ejemplos de quienes se plantaron ante el poder del miedo y le ganaron. Ni qué hablar del sector agropecuario, que le arrebató el afecto de la opinión pública y ayudó a propinarle su primera derrota electoral.

Todos ellos son valorados por su coraje y determinación. Todos ellos demostraron que se puede desafiar el inmenso poder de Kirchner y "no morir en el intento".

También los demostraron los líderes de la oposición, anteayer, en Diputados, cuando tomaron el control de la Cámara, al hacerse cargo de las demandas de la sociedad.

Pero el verdadero instrumento para limitar su discrecionalidad en la compra de voluntades es la información pública. Si gobernadores, intendentes, dirigentes sociales y medios de prensa se pusieran de acuerdo e hicieran público el uso que hace el Estado nacional del dinero, Kirchner perdería el manejo caprichoso de la caja. Sólo tienen que animarse. Hacer oír su voz. Así, cada uno recibiría la parte que por derecho le toca y el miedo a no poder pagar los sueldos desaparecería. Vencido el miedo, Kirchner perdería su última fuente de poder real.

Publicado en La Nación