La Presidenta parece desesperada. Ésta es la conclusión que queda después de sus últimas decisiones políticas y sus recientes declaraciones públicas. Todo lo que dijo y lo que hizo desde que volvió de su convalecencia va en la misma dirección: evitar que el poder transitorio se le vaya de las manos, conservar a "los propios" "unidos" y "organizados" antes de que la taba se le empiece a dar vuelta de modo definitivo. La idea de hacer una "breve" cadena nacional, si es necesario, todos los días, a las ocho de la noche, para que los argentinos se enteren de las buenas iniciativas oficiales, constituye, sin duda, una jugada desesperada. Es propia de una jefa de Estado que siente que la sociedad "no la escucha" como antes. Y es posible que eso esté sucediendo. Que ya muchos no tengan la voluntad de prestarle atención. Y menos de creer en todo lo que diga.

Pero eso no tiene que ver con que los diarios, la radio y la tele, de un día para el otro, dejaron de dar buenas noticias. Tiene que ver con el hartazgo que provoca en buena parte de los argentinos una presidenta que quiere imponer su verdad y encima pretender que el pueblo se la compre toda, sin matices. Analicemos el último anuncio. El que presentó ella misma, con el ambicioso título de Argentina Sonríe. Nadie podría estar en contra de que todos los argentinos puedan gozar de una dentadura perfecta ni criticar un plan para atender la salud bucal con tecnología de última generación. Y nadie podría oponerse a que sean los que menos tienen los primeros beneficiarios de esa política de salud pública. Sin embargo, cuando se aplica el mínimo sentido común, empiezan las preguntas incómodas. ¿A cuántos millones de argentinos podrán los odontólogos atender con una flota de treinta camiones? ¿No es exagerado hablar, entonces, de "plan nacional"? Ésa es una de las causas que explican la decepción y la fatiga del público: la exageración. La media verdad transformada en epopeya. Hay decenas de ejemplos. Como el pomposo operativo Milanesas para Todos, que terminó en casi nada. O el enésimo anuncio de la apertura de los talleres de Tafí Viejo, en Tucumán, cuando todavía continúan cerrados y sin funcionar.

El otro gran problema que tiene Cristina Fernández es que su cruzada contra los medios y los periodistas críticos nunca terminó de cuajar. Más de la mitad de la población sospecha que el Gobierno pretende silenciar a los medios y los periodistas que no le responden porque no quiere que el público se entere de lo que pretende ocultar. ¿No le alcanza con la agobiante propaganda de Fútbol para Todos? ¿Le resulta insuficiente la cadena de medios oficiales y paraoficiales a la que el Estado alimenta con millones de pesos para tapar los hechos de corrupción? ¿Es creíble atribuir la catarata de denuncias judiciales que soportan el vicepresidente Amado Boudou, ministros, ex ministros y la propia Presidenta a una conspiración internacional impulsada por los fondos buitre, los dirigentes de la oposición y los medios y los periodistas "destituyentes"?

Lo único que ha conseguido Cristina con tantos cuestionamientos a la prensa es aumentar el rating de los programas críticos. Los gerentes de contenidos de los medios y los profesionales a los que "acusa" rezan para que lo siga haciendo. Igual que los asesores de Mauricio Macri y Sergio Massa se ponen contentos cuando ella copa el escenario mediático. "Lo único que hace, cada vez que sale a hablar, es fanatizar a su núcleo duro y espantar el voto de los indecisos", me explicó un asesor del diputado por el Frente Renovador que lee encuestas todos los días.

Cuando un gobierno tan autoritario pierde el poder, ya no alcanzan ni los cuadros más consecuentes ni los periodistas más militantes para silenciar los errores políticos o encubrir los actos ilegales. Es por eso que hasta los que parecían más leales están siendo obligados a abandonar el barco. El penúltimo se llama Rafael Follonier, alguien que llegó a ir y venir de Caracas, Venezuela, en un mismo día, envuelto en el espíritu bolivariano de Hugo Chávez, y que ahora cometió el "pecado mortal" de arreglar ciertos encuentros internacionales para el gobernador Daniel Scioli. Los últimos fueron Héctor Icazuriaga y Francisco "Paco" Larcher, sospechados de ineficientes, de indisciplinados y de jugar un partido distinto al que pretende jugar la jefa.

Los recientes cambios en el Gabinete tienen la misma impronta. Cuando el poder se empieza a desvanecer, el que todavía lo ejerce precisa que todos los días le den pruebas inequívocas de fidelidad. Ésa es una de las principales características de Oscar Parrilli, también de Aníbal Fernández, más allá de sus bravuconadas retóricas y su apariencia de frontalidad. Tanto Parrilli como Fernández serían capaces de decirle cualquier cosa a cualquiera, si la Presidenta se lo pide. Y bien podrían funcionar como los custodios "ideológicos" del modelo, aunque, paradójicamente, defendieron, en algún momento, con el mismo entusiasmo, tanto la privatización de YPF como su nacionalización, al menemismo y al duhaldismo o al nestorismo.

Aníbal será más eficiente que el jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, para interpretar a la jefa del Estado y conseguir mejores títulos de prensa. No tendrá problemas en volver a adjetivar al juez Claudio Bonadio y al presidente de la Corte Suprema, si fuera necesario. No tendría problema en recomendar que no lean ni escuchen ni vean a los periodistas que no le caen bien a la Presidenta. E incluso sería capaz de defender al propio Boudou, aunque fue él mismo quien en su momento le dijo que dejara de hacerle tanto daño a Cristina. Él representa la incondicionalidad absoluta. El "sícristinismo" puro, por más gritos y humillaciones que tenga que soportar. Es el hombre ideal para el tiempo de tormenta que se viene.

Igual, hay una interpretación extra sobre el desplazamiento del espía Jaime Stiusso. La hizo un funcionario que ahora trabaja fuera del país. Según él, la Presidenta acaba de apartar al hombre de inteligencia al que se le adjudican más operaciones sucias en los últimos años. Operaciones políticas y personales. Supuestas extorsiones a jueces, ministros, jefes de gobierno, empresarios y jueces. "Escribí lo que quieras, pero acordate de lo que te digo: Cristina le acaba de hacer un enorme servicio a la democracia. Stiusso era y es el peor de todos. Incluso peor de lo que fue [José] López Rega".

Publicado en La Nación