Alguien, cuanto antes, debería decirle a la Presidenta que la multitudinaria y estruendosa Marcha del Silencio no fue contra ella sino que pasó "por encima" de ella. Que la manifestación fue y es tan trascendente que reducirla a una pelea entre el Gobierno y la oposición no sólo la deja "fuera de escuadra", sino que la empequeñece todavía más. Alguien debería decirle que abandone ya la paranoia de Carta Abierta y la delirante idea del golpe blando, el supuesto intento de desestabilización o la sospecha de que fuerzas oscuras y poderosas quieren terminar con el kirchnerismo. O con el cristinismo. Los que están terminando con el cristinismo, el kirchnerismo y el Frente para la Victoria como proyecto político durable o sustentable son el pequeño círculo que la rodea y todos sus repetidores.
Los que le dieron más volumen y transcendencia a esta marcha no fueron los fiscales que la convocaron, sino quienes pisotearon la memoria del fiscal Natalio Alberto Nisman, empezando por la propia jefa del Estado.
Detengámonos por un instante y analicemos la trascendencia de semejantes especulaciones. Un presidente da a entender a sus representados que al fiscal más importante de la Argentina lo mandó a matar el jefe de Inteligencia de su propia administración. Porque Stiuso fue, hasta hace muy poco, el jefe de Inteligencia más importante del gobierno de Cristina Fernández. Y no sólo de la Presidenta. También de su inmediato antecesor, el ex presidente Néstor Kirchner. El mismo ex presidente que lo sostuvo frente a la denuncia del hasta entonces ministro Gustavo Béliz, quien acusó a Stiuso de ser el jefe de un sistema ilegal de pinchaduras telefónicas, aprietes y extorsiones a cientos de dirigentes políticos, empresarios, sindicalistas, periodistas, fiscales y jueces.
¿Piensan, de verdad, la Presidenta y su incondicional secretario Carlos Zannini que de este laberinto se sale sólo con un proyecto de ley desprolijo y apurado para cambiar la Secretaría de Inteligencia? Los oficiales y suboficiales que firman los comunicados de Carta Abierta y los presuntos intelectuales que elucubran las mil y una teorías de complot, ¿creen en realidad que se quiere dar un golpe de Estado? ¿Y quiénes serían los golpistas? ¿A quién beneficiaría un golpe? A Sergio Massa, a Mauricio Macri y a Daniel Scioli, los precandidatos a presidentes más expectantes, seguro que no. Tampoco a Ernesto Sanz, a Julio Cobos, a José Manuel de la Sota a Hermes Binner o a Elisa Carrió.
Pregunté eso mismo a uno de los pensadores más tolerantes de Carta Abierta, Eduardo Jozami, y sólo alcanzó a decirme que la marcha del silencio podría ser considerada un instrumento de la oposición para disolver al cristinismo como fuerza política. Le dije que no lo compartía. Y después le pregunté cuál sería el problema si fuera así. Eso, en todo caso, sería parte de una estrategia política. Discutible, en todo caso, pero nada que se parezca a un golpe de Estado o a un intento de desestabilización. Cuando terminé de conversar con Jozami, me preocupé más todavía. Sus argumentos, y los de Mempo Giardinelli, para nombrar a otro intelectual, ¿son sinceros o son parte de una dinámica perversa que los lleva a autoconvencerse del delirio que argumentan? Es decir: ¿cuando Giardinelli habla de un golpe en marcha y suscribe un documento que repudia el "terrorismo periodístico" es porque cree que los periodistas que no pensamos como ellos podemos estar cometiendo un delito al que se podría encuadrar dentro de la ley antiterrorista? Y siguiendo el dramatismo de sus argumentaciones, si creen que habrá un golpe contra la Presidenta, ¿qué harían para evitarlo?
Por momentos, la "patrulla perdida" del Gobierno y sus incondicionales se parece al grupo de militantes que atacaron el cuartel de La Tablada en 1989. Antes de hacerlo, llamaron a un grupo de periodistas y dirigentes y denunciaron un golpe en ciernes. Todos sabemos cómo terminó aquella aventura. Algo mucho menos trágico sucedió cuando la mayoría oficialista perdió la votación por las retenciones al campo. La Presidenta y el ex presidente amenazaron con abandonar el gobierno. El ex jefe de gabinete Alberto Fernández nunca lo dirá en público, pero él se fue a dormir ese día con la idea de que Luis Inácio Lula da Silva, por vía telefónica, había sido el único capaz de convencer al matrimonio Kirchner de que estaban a punto de cometer una locura.
Hay quienes suponen que la decisión de ignorar la marcha del silencio el mismo día en que inauguró por tercera vez Atucha es otra de las jugadas magistrales de Cristina Fernández para "neutralizar la agenda de los medios". Son tan pequeños y miopes como los integrantes del Gabinete que sostienen, off the record, que Cristina está cometiendo una equivocación tras otra, pero no son capaces de decírselo en la cara. Alguno de ellos debería decirle que los miles de argentinos que se manifestaron en silencio no tienen un problema personal contra ella. No quieren que se vaya antes ni corrida por ningún golpe clásico o no convencional.Que el silencio no hubiera sido atronador si el Gobierno hubiera asumido la muerte de Nisman como un problema de Estado, y no con la autorreferencial visión de que le tiraron un muerto "a ella". La invitación al fiscal Gerardo Pollicita a concurrir a la Cámara de Diputados para que explique por qué imputó a la Presidenta, en una suerte de mala repetición de lo que le propusieron a Nisman, tiene el mismo sentido mezquino. Los legisladores del Frente para la Victoria colocan a la jefa del Estado por encima de las instituciones. Como si ella no pudiera ser jamás investigada o denunciada por la Justicia. Como si estuviera por encima de la ley. Alguien debería avisarle que no es eterna, y tampoco infalible.