¿Cómo hacer para que Cristina Fernández "siga gobernando" sin el poder que otorga el cargo de presidenta? ¿Cómo lograr que el cristinismo no desaparezca después del 10 de diciembre próximo? ¿Cómo evitar que la Presidenta "de todas y todos" termine como Carlos Menem, perseguida por la Justicia, sin poder salir a la calle, despreciada por la mayoría de la sociedad y abandonada por quienes decían dar la vida por ella? Esta triple y titánica misión es la que se encomendó el pequeño círculo que rodea a la jefa del Estado y que en la tribuna le promete fidelidad absoluta hasta más allá de la muerte.

Si se lo analiza bien, parece casi imposible. Sería como detener el tiempo y dejar las cosas tal como están: con una presidenta que maneja la suma del poder, con una caja multimillonaria, un Congreso que funciona como una escribanía y en uso de recursos logísticos y humanos como para apretar a la Justicia, los medios, los empresarios y algunos sindicalistas y periodistas dispuestos a servirla.

Hay que empezar por el principio y decirlo rápido: una vez que entregue la banda presidencial, si no pasa nada raro, Cristina dejará de gobernar. La consigna "Scioli Presidente/Cristina al poder" podría ser un sueño que nunca se hará realidad. En la Argentina, el presidente electo, por lo menos durante los primeros cien días de gobierno, siempre tendrá el poder suficiente como para tomar decisiones propias, si es que no están ostensiblemente en contra de los intereses de la mayoría de la sociedad. No importa que el vicepresidente no le responda. Tampoco importa que no cuente con una mayoría aplastante en el Parlamento. Y cien días, en la Argentina, son suficientes para que cualquier administración muestre para dónde quiere ir. Y también para obtener el apoyo indispensable para seguir gobernando. Por lo tanto, la idea de que una fórmula Scioli-Axel Kicillof serviría para garantizar "la pureza del modelo" es algo muy difícil de hacer realidad.

Distinto sería que, además de la vicepresidencia, los mejores lugares en las listas de diputados y senadores nacionales y provinciales, Cristina y sus incondicionales logren asegurarse, con Scioli como candidato, y en el caso de que gane, las cajas más apetecibles del Estado nacional y los entes autárquicos, incluidos, por ejemplo, la Anses, el Banco Central, el Banco Nación, el área que maneja la publicidad oficial, el Fútbol para Todos, la Secretaría de Turismo, la AFIP, Aerolíneas Argentinas, la Agencia Federal de Inteligencia y la caja de inteligencia que maneja César Milani como comandante en jefe de las Fuerzas Armadas. Eso sí convertiría a Scioli en el Cámpora de Perón. O en el chirolita de Cristina Fernández. O en un títere de los "pibes para la liberación".

Pero si esta intención se descubriera como cierta, Mauricio Macri o Sergio Massa se encargarían de hacer sonar la alarma para que los argentinos se enteren de la trama. Y el gobernador de la provincia perdería la ventaja de ser visto distinto y más moderado que la presidenta a la que pretende suceder. Otro escenario se podría vislumbrar si el próximo presidente fuera Mauricio Macri o Sergio Massa. Entonces, toda la artillería cristinista estaría abocada a condicionar al flamante jefe de Estado y usaría para esto un bloque muy compacto y coherente dispuesto a aguantar "los trapos" del modelo "nacional y popular". Pero para que esto fuera posible, la primera mandataria debería estar dispuesta a bajar los humos, ensuciarse con barro y presentarse, por ejemplo, como primera candidata a diputada nacional. Sería la única manera de mantener a la tropa unida, compacta y dispuesta a pelear por el retorno al poder. ¿Será ése su verdadero deseo? ¿No sería más sano para ella ponerse por encima de la pelea cotidiana y descansar de tanto desgaste?

A veces uno no hace lo que tiene ganas, sino lo que exige la construcción política, acaba de declarar Máximo Kirchner, al negar tener una cuenta conjunta con Nilda Garré en Venezuela, Irán y las Islas Caimán. Esto, para el diccionario de La Cámpora, significa: a todos nos gustaría que la Jefa se fuera a descansar después de todo lo que tuvo que pasar, pero si el proyecto la necesita va a tener que poner el cuerpo, por más que no sea lo más aconsejable. Por eso muy cerquita de ella se sigue discutiendo si lo más conveniente es que se presente como candidata a gobernadora por Buenos Aires, a diputada nacional, a senadora nacional, a ocupante de una banca en el Parlasur, para que su omnipresencia en la campaña eclipse a los demás candidatos. Ninguna de estas alternativas parece demasiado delirante. Cristina Fernández de Kirchner tiene todavía una imagen positiva de 35 puntos y su intención de voto es igual o mejor que la del propio Scioli en la provincia de Buenos Aires. Su imagen y su intención de voto crecieron un 4 o 5% después de su larguísimo discurso en la Asamblea Legislativa. La percepción de que no existe una crisis y que la economía parece estar "un poco mejor" avanza en todas las encuestas que hacen preguntas más allá de la intención de voto. Scioli se mantiene a flote y reza para que ella no le saque el banquito de candidato a presidente horas antes del cierre de listas.

Massa parece haber detenido la caída que venía registrando. Macri es el único que crece de manera constante, pero todavía el aumento de su caudal de votos no le permite asegurarse un lugar en la segunda vuelta. Y menos un triunfo final en un eventual ballottage. Cada minuto, en la Argentina, pasa algo que trastoca, mucho o poco, el escenario electoral. La "ola del cambio" aparece hoy un poco más alta que el deseo de más de lo mismo. Ningún candidato parece cortarse solo hacia la recta final. Tampoco se sabe si la polarización entre Macri y Scioli que pronostican algunos encuestadores va a terminar favoreciendo o perjudicando a Cristina. La incertidumbre juega a favor de la Presidenta, prolonga su centralidad y hace más lenta la dinámica de la natural pérdida de poder que implica su no reelección. Por eso sus estrategas imaginan una Cristina para toda la eternidad. Desde el oficialismo o desde la oposición. Repiten lo que vienen diciendo los más fanáticos, desde aquel histórico triunfo de octubre de 2011. "Ella está a kilómetros de distancia de cualquier dirigente político. Ninguno le llega a los talones. Ni entre los propios ni entre los ajenos." Quisieran detener la película ahora. Pero, para su desgracia, el tiempo no para.

Publicado en La Nación