A veces, la Argentina da vergüenza. Y esta semana, sin ir más lejos, la vergüenza se terminó de transformar en papelón mundial. Todo comenzó el lunes pasado, cuando los tres candidatos con más posibilidades de convertirse en presidente bailaron, se rieron e hicieron monerías en el programa de entretenimiento más visto de la televisión y conducido por Marcelo Tinelli.
Los argumentos para asistir podrían ser atendibles. Tanto Daniel Scioli, como Mauricio Macri y Sergio Massa inician la recta final de la campaña. La competencia sigue abierta y nadie puede darse el lujo de regalar ni un voto. Rechazar la invitación podría afectar la imagen y la intención de voto del ausente.
No someterse con cierta empatía a las reglas de juego propuestas por Tinelli también podría ser considerado malo para la campaña. Los tres recuerdan como, en junio de 2009, la buena onda de Francisco de Narváez, el entonces candidato Alica-alicate, dio más frutos que la salida tensa y por vía telefónica del expresidente y candidato Néstor Kirchner.
El rating acompañó a los tres. Más de tres millones de argentinos los vieron solo en la ciudad de Buenos Aires y la provincia de Buenos Aires. Los asesores de imagen de los postulantes quedaron más o menos conformes. Pero su comportamiento no deja de dar cierta vergüenza social. No hace más que confirmar la creciente degradación de la política.
Todos los razonamientos posteriores parecen menos importantes. Desde la verdadera influencia de Tinelli hasta la fantasía de que la política también se puede hacer desde Bailando por su Sueño, porque es la única manera de llegar con el mensaje hasta los sectores que no se interesan por la cosa pública.
De cualquier manera, mensaje, lo que se dice mensaje, casi no hubo. Deben ser pocos, contados con los dedos de una mano, los países del mundo donde los principales candidatos a presidente se someten a semejante espectáculo. Como deben ser pocos los presidentes en ejercicio que ordenan a sus legisladores impulsar un examen psicofísico para el juez de la Corte Suprema con más prestigio y mejor trayectoria, con la excusa de que tiene 97 años, pero con el objetivo de que renuncie para poner a un magistrado que no investigue a sus funcionarios. No es un chiste ni una anécdota graciosa.
Es otro gran papelón. Primero, porque se trata de un mecanismo ilegal. Y segundo, porque se lo presenta como una manera de ayudar al investigado, cuando lo único que se quiere es dinamitar a la Corte Suprema tal como está conformada hoy. Es decir: no solo son inescrupulosos. Además son hipócritas. Y el jueves, antes de terminar la semana, una buena parte del país asistió, estupefacto, a los sucesos del entretiempo del Superclásico entre Boca y River. Pero no fue solo el gas picante tumbero que un barrabrava de segunda línea inflitró en la manga del equipo visitante para quemar los ojos y la piel de cuatro de sus jugadores. Fue también el árbitro haciendo tiempo para no tener que suspender el partido.
Fue el técnico de Boca presionando al de River para que su equipo se dispusiera a jugar el segundo tiempo. Fue el presidente de River discutiendo con el técnico de Boca para morigerar la presión. Fue el veedor de la Conmeboll corriendo de un lado para el otro sin saber qué hacer. Fue la Policía Federal y el gobierno nacional lavándose las manos. Fueron unos sesenta o setenta tipos de la platea tomando de rehenes a los jugadores hasta la medianoche. Fueron los jugadores de Boca evitando solidarizarse con sus colegas de River heridos. Fue el arquero de Boca ofreciendo un saludo final a la barra, sin el menor signo de arrepentimiento, confirmando que en la Argentina el fútbol no es un juego, sino una guerra. Una confrontación de matar o morir. Un circo romano de millones de pesos y millones de cabezas de termo.
Cabezas que bien pueden ser ejemplares padres de familia, abogados, médicos o políticos, como el intendente de La Plata, Pablo Bruera, a quien se vio insultando a los jugadores de River porque se negaban a volver a jugar. Hay que decirlo otra vez. Argentina debe ser uno de los pocos sino el único país del mundo donde los partidos de fútbol se deben jugar sin hinchada visitante porque nadie puede garantizar la seguridad. Y ahora, en el medio de una semana que da vergüenza, acaba de romper otro récord: es el único país donde los integrantes de los dos equipos de fútbol más importantes, completos, pueden ser tomados como rehenes, por tiempo indefinido, sin que ninguna autoridad o fuerza competente haga lo imprescindible para evitarlo. Si cualquier corresponsal extranjero necesita más información para comprender por qué somos como somos, puede dirigirse a youtube y certificar las dulces palabras que la Presidenta dedicó a los barrabravas argentinos.