Por si todavía a alguien le quedaba alguna duda, Mauricio Macri demostró, durante los últimos días, que sí quiere ser Presidente y que "juega a ganador" y no a "perder por poco". Lo empezó a insinuar la noche del mismo domingo 19 de julio pasado, después del apretado triunfo de Horacio Rodríguez Larreta sobre Martín Lousteau, cuando enumeró, en La Cornisa TV, el primer rezo laico de su "nuevo discurso".
El precandidato a Presidente aseguró que no va a eliminar la Asignación por hijo, ni las jubilaciones, ni volverá a privatizar Aerolíneas Argentinas o YPF, ni abolirá el Fútbol para Todos. También afirmó que levantará el cepo de inmediato, que no sostendrá en el Canal Público ni un programa de propaganda como 6,7,8 "ni uno como 8,7,6".
En rigor, excepto en el tema de la compañía aérea, cuando aceptó, hace ya varios años, que si por él fuera la re-privatizaría, Macri viene diciendo lo mismo desde hace tiempo. Mucho tiempo. La diferencia es que lo hizo todo de corrido, y en el mismo inicio de la campaña electoral. Y que lo hizo con toda intencionalidad y frialdad: para romper el discurso del miedo del Frente para la Victoria, cuyos estrategas apostaban a emparentarlo con los "malditos años noventa" y con lo peor de las políticas del expresidente Carlos Menem.
El equipo de campaña de Scioli pero en especial la Presidenta Cristina Fernández y su hijo Máximo Kirchner recogieron el guante y "cayeron en la trampa" del "relato amarillo": instalaron, por la vía de la crítica al "cambio de discurso", que el principal adversario no va a tocar ninguna de las cosas que la mayoría de los argentinos considera "positivas" y que si va a meter mano en los asuntos que el votante medio desprecia de esta gestión.
Es decir: la manera autoritaria de ejercer el poder, el ataque a los fiscales, los jueces, los periodistas y los medios que se atreven a denunciar y cuestionar, la exagerada intervención de la economía, cuyo símbolo más brutal es el cepo cambiario, y la necedad para admitir los errores, desde la nefasta política ferroviaria puesta en evidencia con la masacre de Once, hasta los pésimos resultados en materia de seguridad y educación, incluida la manipulación de las estadísticas oficiales y la negación de los altos índices de pobreza e indigencia. Ahora, quienes dudaban de las verdaderas intenciones de Macri, pueden quedarse tranquilos: la jefa de Estado y el candidato lo acaban de aplaudir por anunciar que mantendrá sus "logros".
Y si necesitan más precisiones, el todavía jefe de gobierno de la Ciudad ya no tendrá que empezar por el título, sino por algunos detalles que también tiene aprendidos y que repetirá a lo largo de la campaña electoral.
Por ejemplo, dirá que no está mal que todo el mundo tenga derecho a ver fútbol, pero revisará el contrato del Estado por el que le paga a la Asociación del Fútbol Argentino los derechos de televisación y se comprometerá a no usar la tanda para hacer propaganda política.
Por ejemplo, no cuestionará las nuevas jubilaciones, pero se comprometerá a no usar la ANSES para financiar gastos del Estado y a elaborar un esquema en el que se empiece a cumplir la ley para pagar a los que se jubilan el 82 por ciento móvil.
Por ejemplo, planteará una auditoría para analizar el déficit de Aerolíneas Argentinas y establecerá con los sindicatos una política de "información transparente" y "puertas abiertas" para incrementar la cantidad de pasajeros "al doble".
Por ejemplo, no quitará de la noche a la mañana las retenciones a la soja, porque se desfinanciaría el Estado y sería una catástrofe. Pero anunciará una política gradual de bajas de retenciones a los productos del campo que también incluirá a la soja, el trigo y el maíz.
En cierta medida, copiará la estrategia de Lousteau en la ciudad de Buenos Aires. Reconocerá algunas logros, planteará críticas profundas y estructurales y terminará repitiendo cosas que aunque obvias, tal vez queden repiqueteando en la mente del electorado que todavía no se decidió y al que aún tiene tiempo de conquistar, a saber: hace treinta años que gobiernan los mismos, y la Argentina está cada vez peor; hace doce años que gobiernan los Kirchner y las rutas de todo el país, y en especial las de la provincia de Buenos Aires, están igual o peor que antes. Y el eje del discurso, por otra parte, va a estar centrado en el conurbano bonaerense.
Allí, desde hace un par de semanas, Macri, junto a María Eugenia Vidal, le vienen diciendo a los vecinos que tienen planea sociales que no se los van a quitar, y que en cambio les van a asfaltar las calles de barro y a instalar cloacas donde no las tienen. Y a los vecinos que no tienen planes sociales le hablan de cómo va a crecer la economía con las nuevas inversiones y cómo va a impactar ese crecimiento en el empleo privado.
"El círculo rojo está enojado con Mauricio porque dice que se hizo kirchnerista, pero nosotros estamos chochos porque instalamos en un par de días una idea que creíamos nos iba a llevar semanas", me dijo uno de los responsables de la campaña Macri Presidente. La gente de Scioli sigue sosteniendo que su candidato ya ganó, y que la diferencia que le va a sacar a Macri en las PASO será irremontable. Pero la verdad es que el gobernador empezó la semana agitando la idea de que su adversario se kirchnerizó y terminó instruyendo a su equipo para que viralizara la falsa información de que Macri se hacía asesorar por una bruja, para ridiculizarlo y quitarle "imagen presidencial". "Mejor que crean y digan que están ganando, así siguen trabajando para nosotros" interpretó un funcionario del gobierno de la Ciudad que integra su equipo de comunicación.
Publicado en El Cronista