Las denuncias contra Fernando Niembro, las gravísimas acusaciones que pesan sobre Aníbal Fernández, los insultos y descalificaciones que se reparten el jefe de Gabinete con Elisa Carrió, el escándalo de Tucumán y las explicaciones sobre la declaración jurada que le siguen pidiendo a Daniel Scioli no alcanzan a distraer la atención sobre el único asunto que podría cambiar el humor de los votantes: la economía, en general, y el precio del dólar, en particular. Y la mala noticia, para el Gobierno y para el oficialismo, es que los temas de la economía y el dólar están penetrando cada vez más en la agenda de los candidatos, de los medios y de la opinión pública.
Existe la creencia generalizada de que la Presidenta y su ministro de Economía, Axel Kicillof, tienen la intención manifiesta de dejar al próximo gobierno una bomba de tiempo o un campo minado que podrían llegar a explotar meses después del traspaso de mando. La movida sería pura ganancia K: le permitiría a Ella despedirse con una considerable imagen positiva y al mismo tiempo le generaría las condiciones políticas para transformarse en una crítica del nuevo gobierno desde la primera hora. Podría, incluso, darse el gusto de calificar de inepto a su reemplazante y, en el caso de que éste se viera obligado a perpetrar algo parecido a una devaluación o un ajuste, Cristina podría gritarle al mundo que con ella al frente del timón la Argentina no hubiera tenido que depreciar el peso ni habría tenido que bajar el gasto.
La pura verdad es que este gobierno viene devaluando desde hace tiempo. Rogelio Frigerio, presidente del Banco Ciudad, se tomó el trabajo de contabilizarlo: ¡300% desde 2003 hasta ahora! También devaluó de manera abrupta en enero de 2014 y lo siguió haciendo hasta el día de ayer, con un efecto desastroso para una buena parte del país. Las economías regionales y los productores del campo son las principales víctimas, pero también los trabajadores informales, que no pudieron compensar el deterioro de sus ingresos por las paritarias, y los beneficiarios de los más diversos planes sociales, a quienes apenas les alcanza para alimentarse y viajar. Igual de descontentos se sienten los cientos de miles de asalariados que están afectados por el regresivo impuesto a las ganancias, aunque Kicillof siga sosteniendo que se trata de un porcentaje insignificante.
En este contexto, la discusión que se viene instalando con más fuerza es cómo salir del cepo sin morir en el intento. Los economistas del oficialismo prefieren llamar al cepo restricciones formales a la compra de dólares, y aseguran que se trata de una decisión lógica cuando la demanda supera la oferta, como sucede desde 2011. También se vanaglorian de pilotear el asunto de manera correcta, a golpecitos de prohibiciones y minidevaluaciones.
El equipo económico de Scioli, comandado por Miguel Bein, agita el fantasma del miedo al ajuste y la devaluación con decenas de argumentos incomprobables. Como Mauricio Macri declaró que cuando sea presidente va a levantar el cepo de un día para el otro, el jefe de gabinete del gobernador de la provincia, Alberto Pérez, lo acusó de alentar una megadevaluación que podría llevar el precio del dólar a 50 pesos. Por su parte, el propio Bein se quitó por un momento el traje de economista y les dijo a los argentinos que Scioli no era un candidato "garca". Lo hizo para contraponerlo con Macri, a quien presupone un ajustador serial, insensible frente a los pobres y los desposeídos. Sin embargo, ante un auditorio más "sofisticado" Bein aceptó que para salir del cepo una alternativa adecuada era volver a endeudarse en dólares, algo que contradice de manera flagrante lo que reivindica el propio Scioli. Es decir: la política de desendeudamiento que impulsó el ex presidente Néstor Kirchner.
Todos mienten un poquito. Sólo que a algunos se les nota más y a otros, menos. Tanto gente de Scioli como de Macri viajó a los Estados Unidos para anticipar a los denominados fondos buitre su voluntad de negociar. Y algo parecido está haciendo Martín Redrado, uno de los principales referentes económicos de Sergio Massa, con los responsables de ciertos organismos de crédito internacional cuyos teléfonos conoce de memoria. Pero ninguno sabe todavía lo que deberá hacer exactamente, porque ninguno conoce en profundidad cuál es el estado de las cuentas del presupuesto nacional ni el verdadero nivel de reservas del Banco Central. El más pesimista de todos es Aldo Pignanelli, el ex presidente del Central, quien sostiene que la manipulación de las estadísticas esconde un agujero negro de una magnitud incalculable. Y el que más aparenta conocer el verdadero problema es Roberto Lavagna, quien no propone ni devaluación ni ajuste, sino un gradual desarmado de la bomba hasta que la economía empiece a crecer, algo que calcula que podría suceder en la segunda mitad del año que viene.
No parece tan distinto a lo que sostiene Carlos Melconian, el supuesto candidato a ministro de Economía de Macri, que pone el acento en el crecimiento, aunque diagnostica que uno de los principales desajustes de la economía tiene que ver con la distorsión de los precios relativos. Melconian sostiene que eso provoca una profunda inequidad entre los asalariados de sindicatos con poder de presión, los trabajadores de gremios más débiles, los que forman parte de la economía informal y los tenedores de planes sociales. Nunca se mostró partidario ni de ajustar ni de devaluar. Tampoco de levantar el cepo a través de una megadevaluación o de una sola medida económica.
Mientras tanto, Scioli, Macri y Massa cuentan los porotos porque los números de las encuestas parecen congelados. El jefe de gobierno de la ciudad cree que puede recuperar un punto en Tucumán, medio en Santiago del Estero y dos puntos en total en los distritos de Córdoba, Santa Fe y la ciudad de Buenos Aires. Macri calcula que la denuncia contra Niembro no lo afectará de manera particular y que María Eugenia puede dar el batacazo en la provincia.
Massa confía en que la suba de su imagen positiva se está trasladando al voto y sueña con entrar en segunda vuelta. Scioli apuesta a ampliar su diferencia, aunque el peor escenario para él es el del ballottage con una economía inestable y con signos de agotamiento. Está preocupado por eso, y se le nota.
Publicado en La Nación