Mauricio Macri y sus aliados hicieron estallar una bomba en el viejo sistema político argentino. Y la bomba explotó nada menos que en la sede del imperio del sistema: la provincia de Buenos Aires. En un solo domingo, la candidatura de María Eugenia Vidal, en combinación con el enorme rechazo a la figura de Aníbal Fernández, logró lo que Néstor Kirchner intentó y no pudo, con todos los millones del Estado a su disposición: mandar a su casa de millonarios a decenas de barones del conurbano.
Pero "Maru" lo hizo. Dejarlos sin los enormes negocios de la política que vienen manejando, en muchos casos, desde hace más de 30 años. El derrumbe de las antiguas estructuras políticas y de negocios todavía no hizo el ruido suficiente. Cuando el proceso de recambio termine, y sean reemplazados por ciudadanos un poco más presentables, es probable que algunos intendentes que se están yendo terminen con problemas judiciales muy serios, y hasta pasen alguna temporada en la cárcel.
Al mismo tiempo, la gobernadora electa, deberá cumplir con lo mínimo que prometió: cloacas, agua potable y asfalto para todos y todas. También con lo máximo: darle pelea al narcotráfico, que hace tiempo penetró en las fuerzas de seguridad de la provincia y en los dominios de los barones del conurbano que suponían que la tenían atada.
La Presidenta, quien estuvo en los últimos días demasiado preocupada por conseguir un lugar en la historia, es la principal responsable del desastre.
Imponer a dedo Aníbal Fernández fue la última de las grandes equivocaciones políticas que cometió, desde que se empezó a marear con su triunfo por más del 54 por ciento de los votos. Desde la necedad de no asumir la responsabilidad por la masacre de Once, pasando por el "vamos por todo" y la ciega defensa al vicepresidente multiprocesado Amado Boudou, creyó que podía hacer y decir cualquier cosa, sin ninguna consecuencia. Incluso creyó, junto a Néstor Kirchner, que podía inventar una fuerza política juvenil financiada por el Estado y hacerla aparecer como combativa y cuasi revolucionaria.
Las estrellas de La Cámpora que se sentían incandescentes se están prendiendo fuego más rápido que tarde: el desempeño electoral del superministro Axel Kicillof en la Ciudad de Buenos Aires fue desastroso. Y todavía falta saber con exactitud cuál es la magnitud del daño que está dejando su política económica.
Máximo Kirchner llegó a ser contenido por su madre con una banca de diputado nacional, pero no hay ningún dato secreto que le augure una carrera política brillante (y todavía no está a salvo en la causa Hotesur). Sin la larga mano del poder apretando jueces y protegiendo a los suyos, quizá, al final del camino, José Ottavis deba responder por las denuncias de agresiones que le hizo la madre de sus hijos.
La poderosa bandera de #NiUnaMenos no debería hacer diferencia entre propios y ajenos. También se le debe imputar a Cristina Fernández el frustrado pedido a Florencio Randazzo de que renunciara a su Candidatura presidencial para ser aspirante a gobernador de la provincia solo porque a ella le parecía mejor, y sin contar con que el ministro respetaría la palabra empeñada.
Los que llaman a los periodistas con desesperación para explicar que el ministro de Interior y Transporte es el único culpable de la hecatombe deberían haberlo escuchado antes. Y ahora también. "Yo no traicioné a la Presidenta. Yo no traicioné al proyecto. Al contrario: yo avisé lo que iba a ser, y nadie me quiso escuchar", repite, con una media sonrisa. Con serias posibilidades de ganar la segunda vuelta y transformarse en presidente, Macri atiende las llamadas de decenas de integrantes del denominado círculo rojo y los chicanea con picardía: "¿Viste que vos no creías? ¿Y te diste cuenta hasta dónde llegamos?". Reivindica su propio camino pero también la estrategia de su asesor, Jaime Durán Barba, su secretario general, Marcos Peña y su responsable de medios Miguel de Godoy. Ellos siempre sostuvieron que llegarían al ballottage solos -sin necesidad de acordar con el Frente Renovador de Sergio Massa- y que naturalmente la gente iría optando por el cambio, que representa al 60 por ciento del electorado en su máxima expresión.
Macri se terminó de convencer después de una cena con el propio Massa en su casa, en la que el ex intendente de Tigre le habría jurado que se bajaría mucho antes de la primera vuelta. "Esa promesa Incumplida me demostró que no es confiable", todavía sigue repitiendo el líder de Cambiemos. Pero en
especial, Macri reivindica lo que denomina "coherencia política". Dice: "Somos la fuerza más joven pero más coherente y más sólida. Nuestros dirigentes no se pasan de una vereda a otra cada cinco minutos. Si nos aliábamos con el Frente Renovador que tiene, entre sus líderes, a kirchneristas de la primera hora, como Alberto Fernández ¿a quién íbamos a convencer de que somos un cambio de verdad?".
El líder de Cambiemos siente una enorme gratitud por los servicios que le vienen prestando Ernesto Sanz y Elisa Carrió. El candidato presidencial le adjudica al senador por Mendoza haber contenido a la Unión Cívica Radical y a la diputada el haber colocado su grito de alerta para evitar que el Frente para la Victoria se los llevara puestos. También le agradece, en el mismo sentido, a su compañera de fórmula, Gabriela Michetti. Ella fue la que más insistió, desde el principio, para que Sanz y Carrió se sumaran a Cambiemos.
Pero a quien más agradece Macri, por lo bajo, es, de nuevo, a la Presidenta de la Nación. El día que se confirmó que el compañero de fórmula de Scioli iba a ser nada menos que Carlos Zannini -el monje negro de la administración cristinista- lo festejó como si fuera un gol de Boca. Bajó su entusiasmo unos días después, cuando le dijeron que la nominación de Zannini "en principio", no estaba impactando de manera negativa en los números del Frente para la Victoria. Fue Marcos Peña el que lo volvió a tranquilizar cuando le mostró las estadísticas de sus encuestas cualitativas. "Es kirchnerismo puro. Kirchnerismo radical. No le quita un solo voto. Pero le hace más duro A Scioli el techo para crecer". También agradeció mitad a Cristina Fernández y mitad a su suerte cuando se enteró de que el candidato en la provincia de Buenos Aires sería Aníbal Fernández. "¡No puede ser! ¡Están jugando para nosotros!", exclamó.
Desde el martes 20 de octubre pasado, cuando le confirmaron que por fin se había roto la foto del 40/30/20 y que los votos de Massa, de Margarita Stolbizer e incluso algunos de Scioli se estaban mudando a Cambiemos, tomó el teléfono y empezó a mandar mensajes de texto de cuatro palabras: "Estamos en segunda vuelta". Pero ni él, ni Scioli, ni Massa, ni ninguna consultora, supieron medir la dimensión del batacazo de Vidal en la provincia de Buenos Aires. Solo Mariel Fornoni, de Management & Fit, advirtió el sábado que "en las encuestas" la candidata de Cambiemos superaba a Aníbal por 3 o 4 puntos. Pero ni siquiera ella parecía convencida de que, en efecto, cientos de miles de ciudadanos cortarían boleta.
Tampoco que otros cientos de miles prefirieran dejar de votar a Scioli con tal de no tener al actual jefe de Gabinete como gobernador. En todo caso, lo que muestra este resultado es también el hartazgo contra la soberbia, la prepotencia, el resentimiento y el odio de clase. Es la respuesta al último mensaje político de la Presidenta cuando escribió en Twitter que no oyó quejarse a los vecinos de Recoleta ni tomar sus cacerolas después del masivo corte de luz.