Cambio de época. Sana rebeldía. Pequeña revolución. Normalidad y previsibilidad después de la locura. No gastar energía en la venganza o la revancha. Esas son las ideas simbólicas con las que los fogoneros de Cambiemos piensan presentar a Mauricio Macri como el primer presidente del Siglo XXI. Macri, como jefe del equipo, lo sabe, lo aprueba, lo alienta y está dispuesto a transitar ese camino. Hasta ahora, no les ha ido tan mal.
Su futuro jefe de Gabinete, Marcos Peña, mucho más que Jaime Durán Barba, ha sido el principal ideólogo del proyecto. Con apenas 38 años, fue el gran impulsor de la estrategia política y de comunicación. Convenció a los periodistas, después de la contundente victoria de Cristina Fernández, en 2011, que en el próximo turno sí Macri competiría por la presidencia. Pidió, después del triunfo de Sergio Massa en las legislativas de 2013, que los medios no ignoraran al jefe de gobierno de la Ciudad, porque no se "bajaría de su sueño". Nos anticipó, a alguno de nosotros, lo que iría sucediendo. Nos explicó, con una lógica implacable y con encuestas cualitativas y cuantitativas en la mano, por qué habían decidido no aliarse con Sergio Massa para ir juntos a las PASO.
Reconoció que se equivocó al anticipar una polarización antes de la primera vuelta. Tampoco minimizó los errores no forzados protagonizados por la nueva mariscal de la derrota. Desde la imposición de Carlos Zannini en la fórmula con Daniel Scioli hasta la apuesta perdedora de Aníbal Fernández, que catapultó a María Eugenia Vidal a la gobernación de la provincia. Su pragmatismo y visión de futuro son tan potentes como su lealtad a Macri. Se pusieron a prueba cuando el próximo presidente eligió a Gabriela Michetti, en vez de a él, como su compañera de fórmula. Entendió los motivos y hasta los compartió. Gabriela le aportaría más votos. Y Mauricio lo necesitaría para organizar el nuevo gobierno. Peña, junto a su equipo, subió a Macri a Facebook y lo transformó en el latinoamericano con más "me gusta". Puso la mayor parte de energía de campaña en las redes sociales y no se equivocó.
En la sede de Cambiemos, horas antes de la elección, se jactaban de haber reclutado casi 100 mil voluntarios, a razón de 500 por día. Los voluntarios se bajaban una aplicación y convencían a los vecinos indecisos de porqué la Argentina necesitaba un cambio. El libro de cabecera de Peña es El Fin del Poder, de Moisés Naim. Habla de la mutación y atomización del poder. Del fin de los grandes ejércitos y corporaciones y el principio de pequeños grupos de insurgentes capaces de hacer tambalear enormes organizaciones. Los ataques terroristas en París parecen darle la razón. Macri, por su parte, está releyendo La sonrisa de Mandela, de John Carlin.
En los últimos meses, ha regalado ejemplares a sus amigos y conocidos. Cada vez que puede, cuenta la anécdota de cuando Mandela, en ejercicio de la presidencia, viajó de una punta a la otra de su país, para asistir al velatorio de su carcelero, quien lo había mantenido privado de su libertad durante la mitad de su vida. También explica que no se debe confundir piedad con falta de carácter o de convicción. Macri tuvo que mutar varias veces en su vida para llegar hasta aquí. Así trascendió el deseo de su padre, Franco, quien varias veces lo humilló en público y en privado, solo porque Mauricio no quería o no podía ser el continuador de sus enormes negocios. El explícito agradecimiento del presidente electo en el escenario de la victoria es el fin de la parábola del hijo que, a pesar de todo, trasciende al padre y lo sigue amando.
Macri rompió, en buena medida, el enorme prejuicio social, político y de clase que había sobre él. La mirada contenedora de Elisa Carrió, cuando Macri se emocionaba, a medida que le agradecía, es el final de una película que empezó cuando la diputada nacional lo trató de "delincuente". Escenas como las anteriores, pero en privado, se repiten ahora casi sin descanso. Empresarios pertenecientes al "círculo rojo" que apostaron a Scioli y trataron a Macri de niño rico y caprichoso que no entiende de política y menos de poder real.
Macri rompió, en buena medida, el enorme prejuicio social, político y de clase que había sobre élDirigentes políticos, incluso de Cambiemos, que se tomaron el trabajo de pedirle, una y otra vez, que resignara la candidatura de María Eugenia Vidal porque "no movía el amperímetro". Periodistas, columnistas, politólogos y sociólogos que siguen utilizando las mismas categorías de análisis para interpretar fenómenos nuevos que no alcanzan a comprender y que confundieron al Pro con una ONG o un partido vecinal que no le podría ganar al peronismo ni el aparato del Estado ni en esta vida ni en este planeta. Ahora ellos insisten con la idea de que la escasa diferencia que obtuvo sobre Scioli puede condicionar su gobernabilidad. Pero el equipo del presidente electo considera "una ventaja" que el "círculo rojo" lo subestime y lo considere "débil". Incluso que lo comparen con Fernando De la Rúa. "Mejor", dicen. "Así cuando empecemos a gestionar, a gobernar y a administrar con cierta lógica vamos a tener mucho más respaldo social".
Metódico, disciplinado, respaldado en el equipo en el que depositó su confianza, Macri aprendió, después del prolongado distanciamiento con su padre, que el tiempo vale mucho más que el dinero y que el manejo del ego es más importante que el aplauso de ocasión. También aprendió que, de todas las manifestaciones de poder simbólico, la más determinante es la de la expectativa. En la economía, en la política y en la vida. Aspira a poder gobernar la enorme expectativa que hay entre los inversores y los miles de argentinos que guardan sus dólares en el colchón o la caja fuerte.
Pretende capitalizar la gran demanda de normalidad y previsibilidad que está pidiendo más de la mitad de la sociedad. Por eso se prepara para lo que denomina "el punto de partida". No demolerá Tecnópolis. Ni siquiera le cambiará el nombre al Centro Cultural Kirchner. Ha explicado el porqué a dirigentes de Pro y de Cambiemos con la lógica política del siglo pasado. "Kirchner ha sido presidente de un gobierno democrático. ¿Por qué razón deberíamos tachar su nombre para poner el de otro?". Macri promete que no manipulará las cifras oficiales. Que volverá a difundir las estadísticas de la pobreza. Que no levantará el teléfono para influir a ningún juez federal. "Ni siquiera a un árbitro de fútbol". Macri promete que no hablará por cadena nacional a menos que lo obliguen circunstancias excepcionales. Que no financiará un aparato oficial ni para oficial de medios adictos. Que no perseguirá a periodistas ni dueños de medios. Que bajará el monto de la publicidad oficial a la mitad y la distribuirá por ley, de acuerdo a parámetros lógicos y tangibles. Que no hará un culto a su propia personalidad. Que admitirá los errores e intentará corregirlos. Que llevará él mismo ante la Justicia a un funcionario sospechado de delitos contra la administración pública. No quiere refundar nada. No quiere sacar a Cristina Fernández de ninguna foto. No quiere empujarla a la cárcel, pero no moverá un dedo para garantizarle la impunidad, si se trata de la decisión de un juez independiente. No está apurado por hacer nada que alimente los grandes títulos de los diarios. Habla de "una rebeldía sana", de una "pequeña revolución". El tránsito de la locura a la normalidad. Dice que con estas premisas, en la economía y en el resto de las áreas, bastará y sobrará.
Publicado en La Nacíon