El último gesto de la presidenta Cristina Kirchner de no participar en el traspaso del mando excede lo político y lo institucional. Antes que nada, demuestra que no es una buena persona. Mezquina, egocéntrica y altanera, no soporta que el nuevo presidente, Mauricio Macri, se transforme en el centro de la escena. Ella se revela, a los ojos de los argentinos, como una "mala perdedora" electoral. Pero su decisión no sólo impacta en su investidura y en su carrera política: tiñe de bochorno a todo el país. En cierto sentido, le hace más daño a ella misma que al flamante jefe del Estado.
Recomendaría al nuevo gobierno y al propio Macri que no gaste energía ni tiempo en tratar de interpretar esta última guarangada. Cristina no podrá impedir que mañana sea viernes y que la nueva administración comience a trabajar. Pero también sugeriría a los nuevos inquilinos del poder que no subestimen la movida. Que no tomen este sainete sólo como la última "locura" política de alguien que no terminó de hacer el duelo después de 28 años ininterrumpidos de permanencia en el poder y de usar y abusar de los bienes del Estado. Que lo asuman, más bien, como el primer acto de desgaste de la opositora más feroz cuando todavía no tienen en claro cuál será la herencia.
Además de las razones personalísimas, ¿por qué lo hace Cristina? Ésta es mi hipótesis: para seguir imponiendo una agenda pública propia y para meter ruido sobre los verdaderos asuntos que se deberían estar discutiendo. Hacia dentro y hacia fuera del Gobierno. Hacia dentro y hacia fuera del Partido Justicialista. Por ejemplo, se debería estar hablando sobre la enorme responsabilidad de Cristina en la derrota del Frente para la Victoria en la provincia de Buenos Aires. O sobre cómo afectó su omnipresencia en la campaña de Daniel Scioli. ¿Hizo perder al gobernador saliente de la provincia de Buenos Aires a sabiendas? ¿Eligió a Aníbal Fernández y lo sostuvo ante María Eugenia Vidal sólo porque suponía que la provincia sería un buen refugio para su futuro proyecto de poder? ¿Fracasó en convencer a Florencio Randazzo de que fuera a competir con Vidal porque su orgullo no le permitió pedirle disculpas, ya que antes le había dado su palabra de apoyarlo como candidato a presidente? Poco importan los motivos. Lo importante es que los dirigentes justicialistas que salvaron la ropa o que no fueron derrotados, como el propio Randazzo; el gobernador de Salta, Juan Manuel Urtubey, así como los peronistas disidentes Sergio Massa y José Manuel de la Sota, tienen enormes facturas para pasar a la jefa del Estado que se va.
Sin embargo, ella parece estar mirando para otro lado. Es más: intenta correr hacia adelante para no ser atrapada y colocada en su lugar. Algo parecido se puede afirmar si se ubica su conducta en el contexto del legado que deja. Al nuevo gobierno le demandará por lo menos tres meses saber dónde está parado y cuáles son los números reales de la economía. Sin embargo, en la administración que se despide hace casi un mes que vienen diciendo que la culpa de los aumentos de precios de la carne y el pan la tiene Macri, porque su ministro de Hacienda y Finanzas, Alfonso Prat-Gay, anticipó la liberación del cepo, y eso hizo que los empresarios inescrupulosos remarcaran los productos para armarse "un colchón". El ala más dura del cristinismo eligió la palabra "resistencia", un concepto propio de la lucha contra una dictadura, para hacerle creer a la gente que, aunque Macri todavía no se sentó en el despacho presidencial, ya está haciendo estragos contra los pobres y los jubilados.
Repasemos entonces las últimas horas para desenmascarar la verdadera estrategia de Cristina Kirchner. Le coloca a su sucesor una bomba de tiempo económica, social, política y hasta simbólica, para empezar a desgastarlo antes de asumir. Lo hace ante el estupor y el rechazo de más del 60% de los argentinos, pero con el acompañamiento fiel de un núcleo duro que hoy se podría calcular entre un 25 y un 30%. Le dice a Macri, frente al mundo, nene rico y caprichoso, maleducado y gritón, pero también insensible, ineficiente, abanderado de la derecha recalcitrante. Detrás de su pantomima completan el coro de aduladores el hasta ayer jefe de inteligencia, Oscar Parrilli, y referentes sociales como Milagro Sala y Hebe de Bonafini. Macri todavía no empezó a gobernar y ya aparece, ante los ojos de los ultrakirchneristas y también de los desprevenidos, con un enorme desgaste político. Los jóvenes funcionarios de "Cristina para la liberación" fracasaron en el control de la aplicación de los precios cuidados, pero corren hacia adelante junto a la jefa para escapar de la enorme responsabilidad que le corresponde. La mayoría de los argentinos desea un poco de paz, pero los cuadros del gobierno saliente prenuncian una hecatombe devaluatoria e inflacionaria, con el dólar a más de 15 pesos. En el medio de semejante panorama, es posible que Cristina haya empezado a intuir qué le puede suceder si a partir de ahora mismo el gobierno, las instituciones y el país empiezan a transitar por un camino de "normalidad". Para empezar, los fiscales y los jueces van a seguir adelante con el juicio contra su vicepresidente, Amado Boudou. Los juristas más prestigiosos se van a pronunciar a favor de reabrir una vieja causa -la que no investigó Oyarbide- contra Néstor Kirchner y Cristina por enriquecimiento ilícito. Es posible que se reactive y se avance en el juicio de Hotesur. Sus amigos de negocios, como Lázaro Báez y Cristóbal López, van a empezar a caer en desgracia, en especial si se revisan las actividades que se desarrollarían por encima o por fuera de la ley. Y lo peor es que ni ella ni sus amigos consiguieron el más mínimo compromiso de Macri para garantizarles impunidad. Cristina lo sabe porque se lo mandó a decir el propio Cristóbal, después de una reunión mano a mano del zar del juego con el presidente electo. Lo saben porque lo escucharon de boca de un hombre que habla por Macri. Por lo menos seis jueces federales parecían ansiosos por saber cuál sería la política del nuevo presidente para aplicar al "sistema" de Comodoro Py. Se pusieron sobre la mesa, en aquel encuentro, todas las alternativas posibles. ¿Qué pasa si avanzan y se amplían las causas contra los ministros de Cristina? ¿Qué va a hacer el presidente si se le pide declaración indagatoria a su antecesora en los tribunales federales? ¿Buscaría Macri y necesitaría protección para sus amigos? ¿Pondría palos en la rueda si un fiscal o un juez federal acusa a alguno de sus ministros apenas iniciada su gestión? El mensaje que les envió el hombre en nombre de Macri habría sido claro y contundente: "No tengo nada que pedir. No tengo nadie a quien proteger. Hagan lo que tengan que hacer, dentro de la ley y del sentido común". Es probable que la reacción de Cristina Kirchner tenga más que ver con el temor por su futuro que con el protocolo y el traspaso de los atributos del poder.
Publicado en La Nación