El presidente Mauricio Macri tiene buenas intenciones. El problema es que no siempre se traducen en decisiones "felices". Prometió levantar el cepo a la compra y venta de dólares y lo hizo no bien pudo. La medida no provocó una corrida ni una crisis y por eso el equipo económico la celebró como si fuese un gol del seleccionado argentino. Pero, al poco tiempo, la liberación del cepo implicó una devaluación, que, combinada con un fuerte aumento de los precios, afectó el poder adquisitivo de los asalariados y los trabajadores en general, cuando todavía no se habían acordado las paritarias. Sin embargo, el Presidente no se detuvo y siguió cumpliendo con algunas de sus promesas de campaña. Entonces bajó o directamente eliminó las retenciones a las exportaciones de la mayoría de los productos del campo, al mismo tiempo que se anunciaban considerables subas de las tarifas de luz para los consumidores de la ciudad de Buenos Aires y la provincia.

Nadie en su sano juicio podría dejar de reconocer que las elevadas retenciones a las exportaciones de granos eran confiscatorias y distorsivas. Como tampoco nadie que conozca los desbarajustes del sistema energético podría dejar de admitir que si no se corregían las tarifas el colapso de todo el circuito sería inevitable y de muy difícil recuperación. La lógica argumental que usó el Gobierno para quitar las retenciones a las exportaciones de las grandes mineras fue la misma. Por un lado, dijeron sus funcionarios, no hay país en el mundo que lo haga. Y, por el otro, va a servir para mejorar la economía e industrializar el país. El problema, de nuevo, es la oportunidad, y la falta de medidas compensatorias para "equilibrar las cargas". ¿Por qué tanta urgencia en eliminar las distorsiones en los sectores económicos que, en los papeles, tienen más espaldas para "aguantar" y no decidir, ahora mismo, un cambio de fondo, por ejemplo, en las alícuotas del impuesto a las ganancias? ¿Por qué no detenerse antes a analizar las implicancias que tuvo el aumento del tope del mínimo no imponible en salarios que en 2014 o 2015 no habían sido alcanzados por ese impuesto y en las jubilaciones que hasta ahora tampoco tributaban?

En el planeta Mauricio Presidente hay unas cuantas premisas que dominan la lógica de la toma de decisiones. Una es la certeza de que el ajuste clásico nunca se aplicará, y menos de una sola vez, porque sería suicida. O, para decirlo de otro modo, sería como rifar en cinco minutos el enorme capital político que el Presidente posee. Otra premisa es que no hay que alimentar la sospecha de que el Presidente gobernará para los más ricos. La tercera fue puesta sobre la mesa durante el mismísimo "punto de partida" de la gestión. Consistió en la decisión consciente de no atiborrar a los argentinos con los datos de la herencia recibida.

Lo cierto es que, aunque el nuevo gobierno no haya aplicado un ajuste ortodoxo, la toma de decisiones de política económica está dejando la sensación, en buena parte de la sociedad, de que el Presidente parece más apurado por arreglar los problemas de los poderosos que en atender las urgencias de los más vulnerables. Aunque esto último sea muy difícil de asegurar, con los números de la macroeconomía en la mano, el problema de fondo, más allá de los desajustes, es que Macri no termina de decir a los argentinos, con lujo de detalles, qué tipo de herencia recibió y cuáles son las bombas de tiempo que tiene que desactivar y en qué áreas específicas. Sólo lo explicitan los secretarios, los ministros o el propio Presidente cuando intentan salir de una minicrisis como la que se les planteó en medio de la salida de Graciela Bevacqua del Indec. O cuando se empiezan a recibir las quejas por la suba de la tarifa de la luz y la inminencia del anuncio del aumento de la tarifa del gas.

Las otras graves consecuencias de no hablar de manera clara y concreta sobre la herencia es la desconfianza que genera no hacerlo. Porque más allá de la decisión de "comunicación estratégica", Macri, como presidente, tiene la obligación de decirle a la sociedad con qué tipo de desaguisado se está encontrando, por más que genere "mala onda", "pesimismo" o dudas antes de consumir. Dicen que lo va a empezar a plantear durante la apertura de sesiones ordinarias. Sin embargo, si se toma como antecedente su buena costumbre de ofrecer discursos breves, sencillos y concisos, parece bastante difícil que logre sintetizar el desastroso legado que le dejó Cristina Fernández en cuestiones de macroeconomía, pobreza, educación, salud e infraestructura.

Días antes de asumir, el jefe de Gabinete, Marcos Peña, me dijo: "Cuando empecemos a gobernar, los medios no van a dar abasto. Porque vamos a tomar medidas desde el primer minuto. Y van a ser tantas y de tanta trascendencia que, incluso, podrían ser difíciles de asimilar". Es posible que algo de eso esté sucediendo. Pero las consecuencias de esa hiperactividad no siempre parecen ser positivas. Que sea mucho no significa que llegue a configurar "un proyecto" acabado. Tanto Peña como el equipo que ayudó a Macri a llegar a la presidencia explicaron que la clave que los hizo fuertes es no olvidar ni abandonar la mística y en especial la identidad de la organización. "Quiénes somos. Por qué hacemos lo que hacemos. Qué queremos. Y hacia dónde vamos." Esa idea, que les sirvió para explicar, entre otras cosas, por qué no se aliaron con Sergio Massa o por qué nunca estuvieron obsesionados con los medios, no parece estar tan clara en los primeros días de gestión ¿Hacia dónde va el gobierno de Macri? ¿Qué es lo que quiere? ¿Cuáles son sus prioridades? La ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, una de las "políticas" del gabinete, dice que el flamante protocolo para los cortes de rutas y calles intenta presentar un nuevo paradigma. Juan José Aranguren explica con pasión docente por qué el uso racional de la energía no renovable es indispensable para empezar a cambiar la cultura de despilfarro que nos acompañó durante la última década. El propio Macri dice que esta administración va a defender todos los derechos humanos. Los que constituyen delitos de lesa humanidad y también los que viola el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro. Si uno lo escucha a Alfonso Prat-Gay o incluso a Francisco Cabrera, se percibe el entusiasmo que sienten al explicar el país que sueñan. Incluso se los puede percibir como desarrollistas con cierta sensibilidad social. Sin embargo, se la pasan apagando incendios todos los días, producidos por la existencia de campos minados que todavía no se animan a mostrar. Callarse la boca como si acá no hubiera pasado nada no sólo ha producido un desgaste político monumental a un gobierno que todavía no se terminó de acomodar. También ha truncado la posibilidad de comprender cuál es el verdadero proyecto de país que pretende la nueva administración nacional.

Publicado en La Nación