El Presidente Mauricio Macri no se puede quejar. Si se descuentan su fractura en la costilla y la sorpresiva arritmia producto del estrés que le acaban de detectar, durante los primeros seis meses de gestión no le podría haber ido mejor. Analicemos los principales asuntos.
La ex presidenta Cristina Fernández está recluida y muy golpeada, a la espera, casi, de lo peor. Su socio, Lázaro Báez sigue preso y con muy serias posibilidades de transformarse en un testigo arrepentido en el marco de una causa que no para: la denominada ruta del dinero k.
A Cristóbal López no le espera un futuro promisorio como empresario del juego, de los medios y del petróleo. Al contrario: le debe a la AFIP $ 8.000 millones sin los punitorios por haberse metido en el bolsillo el impuesto a los combustibles que debía pagar, el gobierno de la Ciudad le reclama, en principio, otros $ 4.500 millones por el no pago del impuesto a los ingresos brutos del Hipódromo de Palermo y El Casino y encima amenaza con cobrarle el doble del canon que todavía abona gracias al acuerdo espúreo que en su momento pactó con el ex presidente Néstor Kirchner.
Como si esto fuera poco, los aprietes que intentó Cristóbal a través de una carta personal al Presidente sumado al uso de algunos programas de C5N como arma para presionar al gobierno nacional y al de la ciudad no le están dando el resultado esperado. Al revés: genera en sus socios una repulsión cada vez mayor y en buena parte del público la sospecha de que sus medios no son para informar, sino para hacer y deshacer operaciones.
Continuemos. Hay pocos antecedentes en el mundo de gobiernos que no hayan bajado de manera abrupta su imagen positiva, o de presidentes que no hayan perdido enseguida el apoyo popular después de un reacomodamiento, sinceramiento o ajuste de las economía como el que impuso Macri a partir de diciembre de 2015.
Los argumentos para explicar semejante fenómeno son múltiples. Uno: quienes lo votaron sabían, o intuían, que para desactivar tamaña bomba de tiempo se necesitaban medidas como el levantamiento del cepo, la devaluación, el aumento de tarifas y miles de despidos en la administración pública. Dos: la bronca y el mal humor están siendo dirigidos a quienes "se robaron todo".
En ese sentido, la decisión del presidente de la Corte Suprema de Justicia, Ricardo Lorenzetti de apoyar a fiscales y jueces federales para que investiguen sin miedo, las denuncias de Elisa Carrió, el famoso video de Martín Báez y otros contando dinero y la impunidad y torpeza para robar con la que se manejaron secretarios y ministros de la administración anterior y hasta la misma Cristina Fernández, funcionan como un combo explosivo que garantiza la permanencia en la tapa de los diarios de la megacorrupción, antes que de asuntos de la economía de la vida que indignan tanto.
Hay dos preguntas de fondo que se debe estar haciendo el Presidente en este momento. Una es: "¿Me creen y me apoyan porque confían en mí o porque se están dando cuenta de cómo les vinieron mintiendo durante los últimos 12 años?". La otra: "¿Hasta cuándo durará ese apoyo o esa falta de rechazo masivo?". Todos los directores, secretarios y ministros del gabinete económico están haciendo el mismo análisis.
Dicen que "la inflación núcleo" se está desacelerando y que ya no hay ningún motivo para que los precios y la inflación continúen subiendo. Esperan que las medidas "positivas" y "simpáticas" como la reparación histórica de los jubilados que no estaban cobrando lo que correspondía genere más consumo en el mediano plazo y mejor humor social ahora mismo. Aseguran que las inversiones están llegando todos los días, sin prisa y sin pausa, y que la recaudación por el blanqueo también provocará un doble efecto virtuoso: volcará parte de los capitales repatriados a la inversión directa y contagiará más confianza, el principal insumo de una economía que pretende crecer.
El más optimista de todos, como siempre, es el mismo Presidente. Frente a cada interlocutor dispuesto a escucharlo, le repite la idea de que la Argentina es uno de los pocos países del mundo que no tienen problemas graves. Lo compara con Brasil, y con unas cuantas grandes naciones de Europa, como España, Francia, Italia e Inglaterra. Hace siempre el mismo cálculo a la marchanta: "Si solo el uno por ciento de los capitales del mundo que recorren el planeta en busca de dónde invertir lo hicieran en Argentina, en unos cuántos años más lograríamos un crecimiento alto y sostenido".
Macri no se puede quejar. Porque mientras sueña, la oposición, fragmentada en varios grupos de interés, favorece el deslizamiento de su conducción política, aún cuándo todavía persisten los ruidos en la coalición Cambiemos y no goce de mayoría propia ni en la Cámara de Diputados ni en la Cámara de Senadores. Parecía que había perdido el rumbo cuando el Frente para la Victoria, los líderes sindicales con Hugo Moyano a la cabeza y parte del Frente Renovador que lidera Sergio Massa intentaron "madrugarlo" con la denominada "ley antidespidos". Sin embargo, el Presidente, con cierta audacia, puso en riego parte de su capital político, la vetó y enseguida lideró la contraofensiva con el paquete económico que incluye, entre otras cosas "la reparación" a los jubilados, la ley de blanqueo, la devolución del IVA para los sectores más vulnerables y parte de la reforma política.
Para colmo, en el transcurso de este medio año, Macri demostró que no tiene problema en volver atrás con algunas decisiones. Aunque estas "correcciones" como el tope para los aumentos de tarifas de luz, agua y gas, impliquen seguir arrastrando el problema estructural de los subsidios. Tampoco está demasiado preocupado en sostener ninguna etiqueta ideológica. Ya le dijeron Rey del Ajuste e Insensible. Lo "acusaron" de "gobernar para los ricos".
Pintaron cientos de pancartas con la leyenda "Macri=Hambre". Pero ahora, los sectores más inteligentes del peronismo en el poder empezaron a detectar que el Presidente ha cambiado de rumbo. Que le estaría dando a la administración un sesgo "casi populista". O, mejor dicho, "socialdemócrata", pero al estilo de gobierno como Suecia o Canadá.
Los más preocupados no son los sectores radicalizados, representados por el Frente para la Victoria, Cristina, lo que queda de La Cámpora, Martín Sabatella, Luis DElía y otros grupos marginales. Los que temen que a Macri le vaya "demasiado bien" son los gobernadores peronistas y dirigentes con futuro como Juan Manuel Urtubey, Massa o Florencio Randazzo. "Si empieza a salir el sol durante la primavera de este año, en las elecciones de medio término, el año que viene, nos va a ir muy bien", explica alguien de la mesa chica que se caracteriza por su prudencia. "Si la Argentina baja la inflación y empieza a crecer, aunque sea un poco tenemos Macri para muchos años", aventuró unos de los cuadros más importantes del Frente Renovador después de Massa.
También le habían adjudicado a la misma ex presidenta el vaticinio de que si el gobierno acordaba con los "fondos buitre", Macri sería reelecto sin inconvenientes. Pero ahora Ella está ocupada en cosas más urgentes. Hoy Lázaro Báez se reúne a solas, con los camaristas de la sala segunda, Martín Irurzún, Horacio Catani y Carlos Farah. Cristina teme que, además de pedir su excarcelación con el argumento de que no se va a escapar, avance con la idea de arrepentirse e involucrarla en sus negocios más oscuros.