Mauricio Macri se siente incómodo con el traje de presidente. No se trata de la incomodidad propia del ejercicio del poder. Al contrario: Macri, al poder, lo disfruta. Y la toma de decisiones, por más graves que parezcan, las vive con naturalidad. No le pesa. Incluso no lo estresa asumir sus consecuencias. De hecho, cuando vetó la denominada "ley antidespidos", lo hizo con convicción. Y hasta con pasión. Y cierta alegría. No con la felicidad cínica de quien, con su determinación, está afectando, y para mal, el destino de millones de personas. Sí con la adrenalina de quien está seguro de que, con el veto, hará mejor a los trabajadores y a las empresas. La verdadera incomodidad de Macri tiene que ver con el protocolo y las obligaciones que impone el rol de jefe del Estado. Y no parece un asunto menor.

En verdad, es uno de problemas que más lo afectan. A veces se siente encerrado. Como si tuviera puesto un chaleco de fuerza. Todavía le cuesta asimilar que no puede ir al cine o al teatro solo. O que tampoco es libre de decidir, sin previa consulta, cuándo declararse enfermo, subir al helicóptero o dormir en la estancia de un empresario conocido, ir a jugar al golf con sus amigos, como todos los años, a Mar del Plata, y compartir anécdotas y chicanas, y ser tratado como uno más. Insisto: no es anecdótico. Comencemos con lo último. El Presidente generó un desbarajuste inaudito alrededor de su arritmia. Él mismo me confirmó que fue el único responsable del malentendido.

Lo hizo el domingo a la noche, cuando me devolvió la llamada que le hice el sábado deseándole pronta recuperación. Me tomé el atrevimiento de imaginar cómo había sido la secuencia de equívocos que terminaron dejando mal parados a sus equipos de la unidad médica presidencial; a su vocero, Iván Pavlovsky, y a los responsables de la comunicación oficial. Se lo comenté. Y dijo, resignado. "Fue exactamente así. Y antes de que me digas lo que pensás, me anticipo a reconocerlo: me equivoqué." Pero no fue un solo "error". Fue una cadena. El primero: no hacerle caso al médico cuando, después de confesarle que sentía palpitaciones, éste le ordenó trasladarse de inmediato hasta la Clínica Olivos. El segundo: no avisarle lo que había pasado a su vocero, quien horas después hizo pasar a los periodistas con quienes Macri compartiría una conversación off the record. El tercero: minimizar su dolencia y evaluar él mismo que "no valía la pena" levantar la reunión con los periodistas para que la "prensa, en general", no informara sobre sus "palpitaciones". Como si no fuera una noticia relevante. Durante la celebración del Día del Periodista, ante los colegas de la sala de prensa de la Casa Rosada, agregó un equívoco más: confesó que no quería aparecer como un "hipocondríaco".

Es evidente que el Presidente está equivocado. Obsesionado por "mantener los pies sobre la tierra" para que "el poder no se le suba al ego y a la cabeza", confunde sus deseos y costumbres personales con sus obligaciones institucionales. Para empezar, debería empezar a enterarse de cómo funciona el protocolo en todo el mundo. Obama u Hollande deben informar, aunque parezca mentira, un simple resfriado. El presidente de los Estados Unidos tuvo que entregar, no bien asumió, su BlackBerry, porque era demasiado vulnerable para el cargo que ocupaba. La candidata a presidente Hillary Clinton todavía está lidiando con la justicia y los organismos de control por haber usado su cuenta de mail personal para dar y recibir información de Estado.

Pero la concientización sobre los derechos y obligaciones del presidente argentino no tiene que ver sólo con el tema de su salud, sino con otros tan o más sensibles y delicados que su arritmia. Sin ir más lejos, la presentación de su declaración jurada de bienes, o el uso del helicóptero de Joe Lewis. Alguien debería haberle avisado que ya no es suficiente sentarse junto a su contador, revisar una planilla de Excel y apretar el botón "enviar", como hacía cuando era presidente de Boca e incluso jefe de gobierno de la ciudad. Hacerlo con mayor cuidado y responsabilidad "institucional" le habría ahorrado el dolor de cabeza de tener que aclarar por qué colocaba parte de su dinero en efectivo en una cuenta radicada en Bahamas. No era plata en negro. Había sido declarada. Y pagaba impuestos por eso. Aparentemente, el jefe del Estado no le prestó la suficiente atención a su contador cuando le informó que la sociedad que le manejaba el dinero se había mudado de Estados Unidos a Bahamas. El ruido fue tal que terminó anunciando la "repatriación" de la cuenta a la Argentina. Pero también generó ruido el hecho de que le prestara dinero a su "hermano de la vida" Nicolás Caputo. Se trata de una operación en blanco, registrada y a la vista. Pero ¿qué necesidad tiene el Presidente de prestarle dinero a su amigo, quien, seguramente, no tiene ningún apremio económico?

Los interrogantes no terminan ahí. Porque ahora alguien deberá explicar cómo es que Macri decidió entregar todos sus bienes a un fideicomiso ciego y al mismo tiempo sigue tomando decisiones sobre sus inversiones, como la de mudarlas de Bahamas a la Argentina. Lo mismo vale para la decisión de subirse al helicóptero de su amigo, el presidente del Tottenham, y de ir a descansar unas horas a la estancia de su propiedad, en la Patagonia. Alguien le tendría que avisar que si repite ese tipo de cosas será acusado de recibir dádivas, y probablemente sea declarado culpable. Cuando se lo explicaron miembros de su "mesa chica", su primera reacción fue desconcertante. "¿Por qué me hacen tanto problema ahora si esto lo hice toda mi vida?" La respuesta que le dieron tampoco le gustó. Como no le gusta la idea de aceptar que su amigo Caputo o su primo Angelo Calcaterra tengan que abandonar parte de sus negocios solo porque él fue elegido presidente. "¿No les parece injusto que ellos se vean perjudicados por estar cerca de mí? ¿Al final ser amigo o pariente del Presidente va a terminar siendo un castigo?", preguntó la última vez que discutió el tema con sus ministros y con Elisa Carrió. El mismo intercambio tuvo con los responsables del área de medios cuando dio su primera entrevista para la televisión. A Macri le parecía que daba una sensación de cercanía recibir a la producción y los periodistas en la casa de fin de semana de su propiedad, ya que la entrevista se realizaba un domingo. Por fortuna hizo caso a sus asesores y concedió el reportaje en la quinta de Olivos. Habló de asuntos políticos en su escritorio. Y de temas más personales en la zona de los jardines. Como lo haría cualquier presidente de un país civilizado que sabe diferenciar lo público de lo privado.