La ex presidenta Cristina Fernández parece haber instruido a su ejército de incondicionales para repetir el mismo discurso, con algunas variantes. La bajada de línea podría sintetizarse así: José López nos da asco y nos repugna; el triple crimen de Ibar Pérez Corradi es un asunto policial antes que político; Aníbal Fernández ya no es más jefe de Gabinete, pero el narcotráfico sigue siendo uno de los grandes problemas de la Argentina, ¿por qué no discutimos cómo neutralizarlo? O también dicen: lo que pasó, pasó, entonces hablemos mejor del hambre y de la pobreza que está generando el gobierno de Mauricio Macri.
Las variantes retóricas dependen del sujeto que plantea la hipótesis. Hay, por ejemplo, un artista de variedades de la tele que repite la idea sin ningún aditamento propio, como si fuera un lorito. Se nota tanto que está "libreteado" que ni siquiera vale la pena nombrarlo. Hay otro veterano periodista de Página 12que intentó disfrazar la vergüenza del escándalo de López con el argumento de que se trata de una operación de prensa del gobierno nacional para ocultar las consecuencias del alza de precios y de los tarifazos. Se puede ver a un "columnista estrella" o periodista con aspiraciones de licenciado en Ciencia Política desarrollando la teoría de cómo las denuncias de corrupción terminan deslegitimando el sistema democrático y también las buenas políticas de los gobiernos de Néstor y Cristina. El eje de su tesis es que la corrupción es una mancha negra que atravesó, ya hace muchos años, a casi todos los gobiernos argentinos y algunos de América latina, como el de Brasil. Como si la corrupción política, el crecimiento exponencial del narcotráfico, el juego legal e ilegal y la impunidad judicial fueran algo exógeno al modelo de los últimos 12 años.
Casi todos los exégetas usan palabras que tienden, otra vez, a minimizar o bajar el valor de las denuncias periodísticas y los expedientes judiciales. "Denuncismo" y "honestismo" son los neologismos que más repiten. Pero la cortina de humo que cubre la estampida de los defensores del "modelo" es su desesperación por quitar los escándalos de la agenda política. Es más: periodistas honestos que trabajan en la señal de cable que agrupa a "la resistencia" cristinista han encontrado una nueva vuelta de tuerca para sortear el mal trago. No niegan los hechos de manera directa (¿cómo hacerlo?), pero los encajonan en una jugada más estratégica y de "mayor alcance". No se detienen ni en López, ni en la obra pública, ni en los nueve millones de dólares que le encontraron en los bolsos, ni en el contexto en que lo capturaron. Tampoco en Pérez Corradi, ni en la efedrina, ni en Aníbal, ni en los hermanos Zacarías. Sólo destacan la siguiente verdad de Perogrullo: "No podría haber mejor noticia para el gobierno de Macri que lo de López o lo de Pérez Corradi". Como si el efecto supuestamente benéfico de las escandalosas revelaciones de los últimos días fuera más relevante que los hechos en sí.
Pero la nueva coartada discursiva, que incluye una cierta sobreactuación del dolor y de la aflicción que les provoca a muchos adherentes al modelo lo que acaba de suceder, vuelve a caer por su propio peso cuando se revisa el núcleo duro de sus argumentos. Es decir, ¿cómo un colectivo político y social que hasta hace cinco minutos se caracterizaba por el reclamo de memoria, investigación, juicio, castigo y condena a los responsables de los horrores del pasado quiere tocar rapidito y durante el menor tiempo posible la matriz de los delitos que se cometieron desde 2003 hasta diciembre del año pasado? "A Macri le conviene polarizar con Cristina. Y los medios hegemónicos y «la corpo» son funcionales a su estrategia", me dijo un colega que siempre se cuidó de pararse "en el medio de la grieta". Después argumentó que, por supuesto, era la mejor manera de no hablar del ajuste y de la poca sensibilidad de Macri frente a los que menos tienen. De nada sirvió aclararle que Lopecito no fue denunciado por Jaime Stiuso, sino por el repartidor de pollos que llamó al 911 porque tenía miedo de que el ex funcionario atacara a las monjitas del monasterio. Tampoco sirvió que le recordara que sin los policías que rechazaron la oferta de una coima para dejarlo ir ninguno de los periodistas de "la corpo" podría haber dicho nada de lo que se publicó en las últimas horas.
A veces no los termino de interpretar. O les cuesta entender que los hechos no son de izquierda ni de derecha, ni cristinistas ni macristas, o su vínculo emocional con los gobiernos de Néstor y Cristina tiene un componente tan irracional que ya no admite ninguna porción de verdad, por más mínima que sea. El larguísimo y delirante viaje dialéctico de Guillermo Moreno para colocar a Macri en un escalón de maldad superior al dictador Jorge Rafael Videla ("los milicos tiraban a los compañeros al río, pero ni siquiera ellos se atrevieron a matar al pueblo de hambre") persigue, en realidad, la secreta intención de que el kirchnerismo entero sea indultado por los delitos que cometió.
¿Y cómo se está construyendo el nuevo relato exculpatorio? Se empezó con la idea de que un par de hechos aislados de corrupción no pueden manchar el proyecto completo. Continuó Hernán Brienza con la enrevesada teoría de que la corrupción, de alguna manera, sirve para democratizar la cosa pública porque, si no, sólo harían política los ricos como Macri o Francisco de Narváez. Lo acompañó de costado Alejandro Dolina cuando definió la escena de López arrojando bolsos como "corruptela". Más sincero, en todo caso, pareció el columnista estrella que, para que nadie piense que defiende a los corruptos, reconoció que la denuncia sobre ilícitos perjudica a todos los gobiernos, pero les hace más daño todavía a las administraciones consideradas "progresistas". Sé que intentó ubicar al kirchnerismo en esa clasificación, pero muchos intelectuales de izquierda lo ponen en duda.
Comparto la idea de que los hechos de público conocimiento van a terminar destruyendo lo poco que queda del Frente para la Victoria y sus aliados. El discurso sobre la ampliación de derechos no es ampliar derechos. El discurso contra las políticas que generan pobreza no es generar riqueza y distribuirla de manera verdaderamente progresista. Un gobierno que pone tanta energía en robar al Estado, de manera sistemática, es incompatible con la idea de bien común o de bienestar social. Y esto no significa negar las graves consecuencias del tarifazo del actual gobierno, o los puntos dudosos de la declaración jurada del Presidente, o callarse la boca ante la persistente recesión económica. Que alguien se lo recuerde, de paso, a los autómatas de una revista satírica que ya casi nadie lee, pero que sigue militando como si Cristina fuera presidenta.