Aníbal Fernández hace todo a lo grande. Grita, amenaza, insulta, pero la realidad no deja de pegarle cachetazos casi todos los días. La última gran bofetada de su vida se la dio María Eugenia Vidal, la actual gobernadora de Buenos Aires, cuando le cerró la boca con más de 621.060 votos de diferencia. Al principio, Fernández ensayó el método de la negación. En las redes sociales cada tanto le recuerdan los datos falsos que sus encargados de campaña le suministraron a C5N, el único medio que proclamó a Aníbal ganador durante "cinco minutos".
Cualquier militante le podría haber dicho en la cara, sin mentirle, que no sólo resultó el máximo responsable de la derrota del partido oficialista en el distrito más importante de la Argentina. También lo podría haber señalado como el principal "culpable" del fracaso del candidato Daniel Scioli a la presidencia de la Nación. Pero Aníbal no suele prestar atención a esas pequeñeces. Lo suyo es embestir a ciegas contra todo lo que se le cruza en el camino. Tiene un síndrome que suele repetirse entre la gente mediocre: se cree mucho más de lo que es. Antes de transformarse en aspirante a gobernador, Aníbal, el negador, les dijo a sus amigos que se presentaría como postulante a la presidencia de la Nación. El dato está registrado y jamás lo ha desmentido. Es más: hace pocos días repitió el mismo delirio por televisión, como si en octubre del año pasado no hubiese pasado nada. "Quiero enfrentar a Macri", desafió. El periodista que lo entrevistaba quedó tan impactado con semejante afirmación que no supo cómo reaccionar. Cuando durante enero de 2015 planteó la posibilidad de amagar autopostularse al máximo cargo político del país, lo llamé para confirmar el rumor. Esperaba una desmentida elegante, pero ¡oh, sorpresa! No sólo me confirmó su pretensión. También la argumentó con el rigor científico que lo caracteriza desde que se hizo más o menos conocido. Su diagnóstico fue: "¿Y por qué me tengo que sentir con menos derecho que otros?".
Cualquier asesor le hubiera dicho, con los datos en la mano, que sus altísimos índices de imagen negativa hacían desaconsejable su candidatura a jefe del Estado. Igual, no lo hubiera escuchado. Aníbal habría adjudicado la divulgación de ese dato tan incómodo a una conspiración interplanetaria. O a una trampa de "la derecha" combinada con la acción de los "medios hegemónicos". A propósito: ésa es otra de las cosas que me hacen mucha gracia de Aníbal. Habla de la derecha como si él representara ideas y acciones progresistas de izquierda. Como si no hubiera pasado por el menemismo, el duhaldismo o el kirchnerismo.
El ego de Aníbal había dejado de preocuparme después de la derrota que le propinó Vidal, hasta que la vida me lo puso una vez más en el camino, mientras trotaba, junto a un amigo, por la orilla de una playa de la costa atlántica. Fue durante el mediodía de un día muy particular cuando, después de varias jornadas de pesadilla, al final de la tarde las fuerzas de seguridad del Gobierno capturaron a Martín Lanatta, uno de los presuntos autores materiales del triple crimen de General Rodríguez. Aníbal ya no ocupaba la carpa del balneario adonde iba habitualmente (tal vez había imaginado que no sería recibido por los veraneantes con demasiadas muestras de afecto), estaba en una playa menos concurrida, adonde sólo se puede acceder por la orilla del mar o con un vehículo capaz de transitar sobre los médanos. Nos saludamos, como siempre, sin efusividad, pero con el respeto que corresponde. Le pregunté de manera genérica cómo veía la realidad. Él, en vez de hacer referencia a su reciente derrota, dijo algo así como que le daba "lástima la piba". Acto seguido arriesgó la hipótesis de que los prófugos, a esa altura, ya debían estar en Paraguay. Es más: puso en duda el video en el que Lanatta apareció disparando contra los dos policías, que todavía sufren las consecuencias físicas del ataque. Le pregunté si no le parecía demasiado rebuscada su teoría y me respondió que, ante la impericia de la flamante gobernadora, sus fuentes de la Policía Federal y de la provincia lo llamaban a él para aportarle datos "posta-posta". Dos horas después de ese encuentro, Lanatta fue recapturado. Los otros fugitivos fueron atrapados a las pocas horas.
Meses antes, cuando todavía disputaba la interna del Frente para la Victoria contra Julián Domínguez pero alardeaba con que tenía la gobernación garantizada, habíamos mantenido otro encuentro en el que intentó convencerme sobre dos cuestiones. Una: que la denuncia de Graciela Ocaña sobre la distribución de los fondos del Fútbol para Todos basada en una investigación de La cornisa no tenía ni pies ni cabeza. Y dos: que él le había salvado "la carrera" a la propia Ocaña al advertirle, cuando ella era ministra de Salud, que la importación de efedrina estaba creciendo de manera exponencial. Esperaba la primera explicación. De hecho intenté aclararle que no trabajaba de fiscal ni de juez, pero que abonaba la interpretación de que el destino de los fondos públicos siempre deben ser controlados y auditados.
No entendí en aquel momento por qué se anticipó a darme su versión sobre la importación de efedrina. Recién lo comprendí cuando PPT emitió el informe en que Martín Lanatta afirmó que "la Morsa" es Aníbal. Una alta fuente judicial que tramita la causa del triple crimen me confesó, a principios de este año, que "creía" que "la Morsa" no era Fernández, sino un comisario de la Policía Federal. Eso fue lo que dije desde entonces, y no cambié de opinión ahora que Aníbal me inició una demanda por daños y perjuicios y daño moral, igual que lo hizo contra Jorge Lanata, Alfredo Leuco y Nicolás Wiñazki. Mientras Fernández la preparaba, con el asesoramiento de uno de los abogados más desprestigiados y ambiciosos de la matrícula, Gregorio Dalbón, le llovían las imputaciones, los pedidos de indagatoria y los procesamientos por diversas causas. Ahora, Pérez Corradi declaró ante la jueza Servini de Cubría que Sebastián Forza, uno de los empresarios asesinados en el triple crimen de la efedrina, le había dicho que "la Morsa es Aníbal".
Ojalá Aníbal pueda demostrar su inocencia. Eso significaría que no robó plata del Estado. Y la amenaza de juicio y las bravuconadas hay que tomarlas como de quien vienen. Después de todo, estamos mejor que antes: hasta hace poco, ellos pedían nuestras cabezas en los medios, te mandaban a la AFIP o te quitaban, de un día para el otro, la publicidad oficial. Ahora sólo pretenden quitarnos un poco de dinero.