El pasado jueves del primer cacerolazo al gobierno de Mauricio Macri, la ensayista Beatriz Sarlo presenció una escena que también vieron otros: militantes kirchneristas, hiperindignados, insultaban a quienes estaban protestando pero habían dado a entender que lo hacían a pesar de haber elegido al actual presidente. "Vos lo votaste: ahora jodete", repetían, palabras más, palabras menos. De nada parecían servir las explicaciones de puro sentido común que intentaban ensayar. Había, por ejemplo, pequeños comerciantes con la boleta de gas en la mano, quienes sostenían que si la pagaban, no podían hacer lo mismo con el alquiler del local, al mes siguiente. Había también ciudadanos de clase media que agitaban dos facturas de gas de abril o mayo. Una del año pasado y otra de éste. Su reflexión: "¿No podían haber planteado el aumento de manera escalonada?". Pero la respuesta de la militancia kirchnerista no admitía segundas lecturas: "Jodete. Eso te pasa por votar a Macri".
El contenido y la forma de lo que decían quienes encaraban desde "el aparato" a los "indignados" no encuadrados parecían extraídos del manual del militante kirchnerista que la mayoría tomó en broma, pero que existe y se usa en "ocasiones especiales". Mucha gente experimentó sus efectos durante los primeros meses del año cuando los precios de los alimentos empezaron a subir y se escucharon las primeras quejas en las cajas de los hipermercados. "¿Tres pedazos de queso y un poco de pan 500 pesos?", podía preguntar en voz alta un comprador cualquiera. Y si detrás de la cola había algún votante indignado de Daniel Scioli, quizás era capaz de interrogar y responder al mismo tiempo: "¿Usted votó a este gobierno? Entonces hágase cargo".
¿Y por qué no podría haber miles de resentidos o dolidos capaces de echar en cara el último voto de la elección presidencial? Ésa fue la directiva que les dio el ultrakirchnerista Carlos Kunkel al 49% de los argentinos que no eligieron al actual jefe del Estado. "Díganle en la cara, a cada uno de los votantes de Macri, que el país está así por culpa de ellos. ¡Que se hagan cargo del desastre que provocaron!", gritó el diputado a principios de este año, sin ponerse colorado. Por supuesto, el análisis de dirigentes tan obtusos como Kunkel no incluye el dato evidente de la bomba económica, política y social que dejó como herencia el gobierno de Cristina Fernández. Tampoco contempla el desastre que provocó el corralito o la acumulación de subsidios multimillonarios a la distribución de luz, gas y agua. Ahora Kunkel y quienes creen a rajatabla en el relato de los Kirchner sólo pueden apelar a instrumentos más emotivos que racionales, porque la dinámica de la realidad los está revelando como miembros de una secta que sólo defienden consignas insostenibles por una cuestión de fe.
El colmo de la indignación emocional y sin sustento se registró el mismo jueves del cacerolazo mientras navegaba por mi cuenta de Twitter. Una morocha de buena presencia, con cierto parecido a la diputada nacional Mayra Mendoza, grabó un video de ella misma, muy cerca del Obelisco, justo en el momento en que empezó a lagrimear, mientras decía: "Qué tristeza. El sufrimiento de miles y miles de argentinos. Y todo por decisiones que no tienen en cuenta a los que menos tienen. Decisiones tomadas por un dictador insensible que no sabe lo que es levantarse para trabajar todos los días". De repente, la cámara de su móvil se movió para tomar un plano general mientras se veía la avenida 9 de Julio casi desierta y la voz en off repetía: "Miles y miles de personas protestando y sufriendo?.". La imagen se viralizó rápidamente. Casi todos coincidieron en lo impresionante que era confirmar cómo el kirchnerismo le había "comido la cabeza" a gente de apariencia "normal" y "pensante".
Al mismo tiempo, algunas personas con cierto grado de conocimiento público a quienes prefiero no identificar coinciden en la detección de un nuevo fenómeno: los defensores del gobierno anterior, en la calle, parecen ser menos cada vez, pero los que quedan son el doble de maleducados y el triple de violentos. El conteo de dinero en La Rosadita, el arrojar bolsos con dólares, euros y relojes por sobre las paredes del monasterio de General Rodríguez por parte de José López y la foto de los billetes de moneda norteamericana termosellados en la caja de ahorro del Banco Galicia de Florencia Kirchner, en vez de "volverlos" más humildes y silenciosos, los puso más agresivos y belicosos. Durante los últimos días, más de una vez intenté averiguar por qué. Consulté a colegas, politólogos, sociólogos y también psicólogos y psiquiatras. Encontré una idea repetida: la hipótesis del duelo y sus diferentes fases, cuyos detalles se encuentran muy bien explicados en el libro On death and dying, de la doctora Elisabeth Kübler-Ross. La especialista planteó que una vez producida la pérdida, las personas pasan por diferentes etapas. La última de todas es la aceptación de que se trata de algo inevitable. La penúltima es la fase del dolor emocional. En este caso lo que predomina es la tristeza. La tercera etapa es la negociación. Las dos primeras fases, entonces, serían las que están transitando ahora los kirchneristas más crédulos y más "religiosos". La primera de todas se llama negación y no necesita muchas explicaciones más. La segunda se denomina fase de enfado o de ira. El individuo se enoja y se enfurece y, como todavía no puede creer lo que sucedió, empieza a buscar razones delirantes y culpas en los demás.
Si se mira el fenómeno desde esta perspectiva, se podrán comprender mejor los insultos, las descalificaciones, las agresiones y las bravuconadas anónimas o identificables desde las redes sociales y también en la vía pública. En la fase de la ira, cualquiera que no haya votado a Aníbal Fernández o a Daniel Scioli puede ser considerado no solamente un gorila, sino también un hijo de mala madre, un cómplice de un dictador o alguien que propicia el hambre del pueblo. Y, en esta línea de pensamiento enfurecido, el festival continuado de corrupción que muestran los medios de comunicación no sería otra cosa que una enorme cortina de humo para ocultar a la mayoría de la gente que esto se derrumba sin remedio. Dirigentes que conectan en la misma sintonía, como Martín Sabbatella, Luis D'Elía, Fernando Esteche y la propia ex presidenta son quienes alientan la loca idea de que, en el fondo, el Frente para la Victoria todavía no perdió. Quizás, entre ellos, se registre un pequeño matiz: están los que reconocen que para volver habría que esperar por lo menos tres años y medio. Otros preferirían acelerar la caída de Macri y hacer como si nunca se hubieran ido. Cada uno vive su duelo como puede.