Lo mejor que le podría pasar a este gobierno y al país, es que Cristina Fernández se liberara de una vez de su marido Néstor Kirchner y empezara a gobernar. La frase, que fue dicha en público una y otra vez por figuras políticas como Mauricio Macri, Luis Juez, Francisco De Narváez, Elisa Carrió, entre otros, fue repetida en privado por dos ministros y un secretario de Estado, este fin de semana, mientras esperaban el resultado de la última cumbre matrimonial en El Calafate, para saber si Guillermo Moreno se va o se queda.

Ansiedad

Ellos no se cansan de repetir que ella está más entera que él y que en la semana que pasó empezó a mostrar gestos de autonomía política.

Los más ansiosos por conocer el desenlace son los ministros de Planificación, Julio De Vido, y el flamante de Economía, Amado Boudou. El primero, porque ha jugado el futuro político que le queda al nuevo diagnóstico que le presentó a Kirchner hace más de diez días: “Si no oxigenamos el gabinete, empezando por Moreno, no tendremos forma de recuperar la iniciativa política y le dejaremos todo el escenario servido para que siga creciendo la oposición”. El segundo, porque ya comprendió que con la continuidad del secretario de Comercio, su gestión no tiene ningún futuro.

Boudou sueña con una agenda económica y financiera que incluye el pago de la deuda al Club de París, la renegociación con los tenedores de bonos que no entraron en el canje de la deuda externa, una baja selectiva para las retenciones del campo y un nuevo método para medir el costo de vida con un doble objetivo: sacarse de encima a Moreno y mostrar a la oposición que este gobierno vuelve al camino de la transparencia estadística.

Quién manda

Ministros como el de Interior, Florencio Randazzo, creen que ahora sí Cristina está dispuesta a tomar decisiones por sí sola. O, por lo menos, a quedarse con la última palabra. En cambio el flamante jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, quien los viene tratando y sufriendo durante más de seis años, está seguro que eso nunca va a suceder.

-Néstor siempre fue su jefe político. Y Cristina nunca dejó de ser su mejor alumna. Si hasta cuando organizábamos las discusiones de la militancia, ella se sentaba en el primer banco y levantaba la mano, como hacen en la escuela los estudiantes más aplicados- recordó la semana pasada uno de los últimos kirchneristas con domicilio electoral en Río Gallegos y que desde hace poco empezó a trabajar para la candidatura presidencial de Carlos Reutemann.

Los antecesores de Aníbal, Alberto Fernández y Sergio Massa, tuvieron el mismo sueño que hoy abrigan Randazzo y otros.

Aquella madrugada

Alberto se terminó de convencer que Cristina jamás dejaría de responder a Néstor en aquella madrugada trágica en la que Julio Cobos, con su voto no positivo, produjo la mayor derrota del kirchnerismo junto con el fracaso electoral de hace dos semanas. Al comienzo del encuentro, en Olivos, Cristina le pidió a Alberto que tratara de calmar a Néstor y lo convenciera para que el ex presidente dejara de amenazar con irse del gobierno. Pero con el correr de las horas, Fernández se fue dando cuenta que ambos, de alguna manera, estaban actuando. Él de duro. Ella de componedora. Cuando el jefe de Gabinete se fue, agotado, y convencido de que tenía que renunciar, supo que, como diría el ex canciller Rafael Bielsa, Néstor y Cristina son un solo animal político con dos cabezas distintas.

Algo parecido le sucedió a Massa. El intendente de Tigre asumió con la esperanza de cambiar el estilo cerrado y autoritario del gobierno. Intentó convencer a la Presidenta de que con un par de conferencias de prensa y la salida silenciosa de Moreno, su imagen positiva crecería de inmediato. Massa se fue de la administración derrotado y frustrado, y todavía resuenan en sus oídos los gritos intempestivos y el maltrato de Néstor, quien lo desautorizó cada vez que pudo.

¿Se viene el cambio?

La Presidenta habló el 9 de julio de diálogo y consenso. Hay ministros entusiasmados con la reforma política, y diputados ultrakirchneristas que empiezan a trabajar en una agenda parlamentaria que incluye casi todos los reclamos de la oposición.

En apariencia, se viene un cambio. En teoría, hay datos que prueban que el gobierno empezó a escuchar el mensaje de las urnas.

Pero la realidad indica otra cosa. En sus apariciones públicas, Kirchner sólo habló de profundizar el modelo. Y las modificaciones en el gabinete tienen un denominador común: son todos incondicionales al ex presidente. Hombres incapaces de contradecir al Jefe. Soldados de una causa perdida en la que ya casi nadie cree, excepto Néstor Kirchner.

Publicado en El Cronista