Todas, en algún momento, han sido atacadas, descalificadas, ninguneadas o denunciadas. Todas, en algún momento, fueron tomadas a la ligera por los varones de la política y otras mujeres, que desde una mirada más o menos despreciativa se negaron a aceptar sus sugerencias o ignorar sus denuncias.
Se trata de un grupo de mujeres que ahora están en la cresta de la ola y a las que, si se les ocurriera trabajar juntas, serían imparables. Delante de todas, porque tiene responsabilidades de gobierno y porque a pesar de eso presenta la imagen positiva más alta de cualquier dirigente del país, está María Eugenia Vidal.
Dicen los que manejan y publican encuestas que se encuentra ahí arriba por varias razones. Una, porque no es percibida como una política tradicional. Otra, porque la mayoría de los habitantes del distrito más importante del país ha depositado en ella la expectativa de la lucha contra las mafias y suponen que posee, como uno de sus mejores atributos, la sensibilidad social de la que carecerían los más importantes dirigentes de PRO, incluido Mauricio Macri. La tercera, entre tantas, es que a pesar de sus modos y sus gestos amables, es capaz de tomar decisiones más complicadas y de consecuencias imprevisibles como enfrentarse con los capitalistas del juego clandestino o los narcos. Margarita comparte ese último atributo con Vidal. Jamás levanta la voz o inicia una discusión de alto voltaje político. Pero cuando responde una agresión como la que recibió de la exPresidenta después de que le dijo “burra”, es capaz de responder, con serenidad pero sin dudarlo: “Me puedo equivocar mil veces. Nadie es infalible. Y no por eso ser burra. Pero de últimas, prefiero que me digan burra a que me digan chorra. Eso sí que me daría mucha vergüenza”.
A Stolbizer le reconocen, además, su constancia y coherencia para investigar y denunciar a Cristina Fernández, y hacerlo con los papeles y los argumentos bien puestos. Cualquiera que empiece a leer su libro, Yo acuso, una suerte de Nunca más contra la corrupción, se encontrará doblemente sorprendido. Primero, por su contenido. Yo acuso es la combinación perfecta entre el testimonio personal, las denuncias judiciales, el ensayo político y la propuesta de un pacto contra la corrupción que transciende a los partidos. Segundo: por la manera en que está escrito. Margarita se tomó el trabajo de redactar, ella misma, hasta el último punto final. No permitió que lo hiciera nadie más. Y entregó los originales horas antes de enfrentarse a la audiencia de conciliación con la exPresidenta. Tiene un estilo pulcro y contundente a la vez. Directo pero también cuidado. Lo que está pasando con Yo acuso (va primero y ya se hicieron cuatro ediciones desde que se publicó, hace diez días) es lo mismo que está sucediendo con ella: está en la cresta de la ola y nadie se resiste a una invitación. Margarita no solo fue recibida por el Presidente en la Quinta de Olivos y aceptó tomarse una foto con el Yo acuso en la mano. Además tuvo, arriba del escenario donde lo presentó, a lo más granado del espectro político. Desde Vidal a Sergio Massa, pasando por Miguel Lifschitz y Gerardo Morales, hasta la legisladora Graciela Ocaña, a quien el Jefe de Estado la quiere como Defensora Oficial.
Al mismo nivel que Stolbizer en imagen positiva, con una imagen negativa más alta pero una trayectoria contra la corrupción más larga, se encuentra Elisa Carrió. Lilita parece haber encontrado su lugar en el mundo Cambiemos. Ya desplazó a Daniel Angelici de su lugar como influyente entre los fiscales y los jueces y tiene mal traer a los magistrados que cajonean las causas o no están dispuestos a investigar. Además se presenta como el ala sensible de la Coalición y pide audiencias públicas para convalidar los aumentos de tarifas. Como si esto fuera poco, entabla guerras casi personales con figuras en las que no confía o a las que no les cree. No importa su rango o su influencia. El Presidente de la Corte Suprema, Ricardo Lorenzetti es uno. Lo considera un peronista ambiguo con altos niveles de tolerancia hacia la corrupción. El jefe de la policía de la provincia, Pablo Bressi, es otro. En privado Carrió sigue sosteniendo que tarde o temprano, en el caso de Bressi, la verdad se impondrá, aunque hasta ahora no hay ningún dato contundente que lo condene. El otro a quien no parece terminar de entender, o que entiende demasiado, es al mismísimo Papa Francisco. Carrió detesta que Jorge Bergoglio juegue a la política de Unidad Básica con los dirigentes de la Argentina. No le caen bien los gestos del Papa a favor de dirigentes como Gustavo Vera o jueces como Daniel Rafecas. Lorenzetti le mandó a pedir a Macri que Carrió deje de atacarlo. El Presidente hizo dos cosas. Primero le aclaró que no le podía garantizar al éxito porque “Carrió juega sola”. Después hizo la gestión y la diputada dejó de atacarlo por un tiempo. Bergoglio no le pidió al Presidente nada, pero Macri no lo siente tan cercano como para rogarle a Lilita que no lo critique. Al caso Bressi, María Eugenia lo manejó con una elegancia y un olfato político notables. Ni bien tomó nota de la denuncia pública de Carrió, le pidió ella una entrevista para que hablaran cara a cara y no se produjeran ruidos en la comunicación. Se encontraron, cenaron, Vidal le prometió que lo investigaría de arriba abajo y que si cualquiera de las sospechas que Lilita tiene sobre el jefe de Policía se confirman, ella lo apartaría de manera inmediata. Vidal, igual que Macri, prefieren mil veces a Carrió dentro del espacio, aún con todos estos inconvenientes, que afuera, sin ningún tipo de oportunidad para explicar o corregir un hecho negativo.
La otra mujer es Graciela Ocaña. Carrió le puso “la hormiguita” desde que ambas trabajaban juntas en la comisión de lavado de dinero. Tan seria como Stolbizer para formular denuncias que no mueren en un día, fue la que presentó la demanda por el manejo irregular de los fondos del Fútbol para Todos, una megacausa que ya tiene varios caídos en desgracia y que no parecería terminar acá. Ocaña sería una incomparable defensora oficial, porque no dudaría en proteger a nadie, ni del gobierno ni de la oposición, en el caso de que fueran denunciados por casos de corrupción.
La quinta mujer del grupo es la vicepresidenta Gabriela Michetti. Complicada por la investigación judicial alrededor de la fundación SUMA, el juez de la causa, Ariel Lijo, podría estar tentado a sentarse sobre el expediente, como una especie de reaseguro para que nadie lo moleste durante los próximos años. Michetti quiere que la investiguen a fondo y que lo hagan rápido. Está segura de que no tiene nada que ocultar ni de que avergonzarse. Le agradeció a Margarita Stolbizer la defensa de su honestidad y el hecho de que alertara que nadie puede comparar en su sano juicio a la conducta de Michetti con la de Lázaro Báez o José López. Gabriela cometió el pecado de enfrentar al líder del PRO. Por eso ahora el círculo chico del Presidente no parece muy interesado en defenderla. Ella no tiene apuro. Cree que, tarde o temprano, las cosas se van a poner en su lugar. ¿Qué pasaría si todas ellas se sientan a tomar un café y se ponen de acuerdo en los puntos básicos de la Argentina que sueñan para el futuro?