Lo que el presidente Mauricio Macri tiene en la cabeza en este momento es una mezcla rara de satisfacción y decepción. Está satisfecho porque cree que la inflación, al fin, comenzó a bajar y supone que el proceso será irreversible. Y está decepcionado porque esperaba que, a esta altura, las inversiones fueran contantes y sonantes y ayudaran al crecimiento de la economía y a la generación de trabajo genuino. O producir un "contagio virtuoso" que llegara, incluso, a "zonas tan sensibles" como las de la educación o la inseguridad.
No está preocupado por las elecciones del año que viene: cree que Cambiemos ganará en la provincia de Buenos Aires y también en la ciudad. Que "el cambio" se terminará de consolidar en el resto del país. Macri desarrolla con toda naturalidad la teoría de los tres tercios: un fotograma sobre cómo piensan y cómo sienten los argentinos hoy. Afirma, ante su mesa chica, que un tercio de los argentinos apoya a esta administración y que ese "núcleo duro a favor" lo va a seguir haciendo porque está convencido de que el país empezó a cambiar. El nivel de credibilidad de Macri, en este grupo, según las encuestas que maneja el Gobierno, supera el 90%. En el otro extremo hay un tercio compuesto por los seguidores de la ex presidenta Cristina Kirchner y la izquierda dura. Del total de este 33%, más de un 20 correspondería a los incondicionales del Frente para la Victoria y cerca de un 10, a la izquierda. Ese segmento, según los analistas del Gobierno, no cree ni acepta nada de lo que haga y lo que diga el Presidente. Ni siquiera le importa mucho lo que decida o lo que verbalice. Lo desprecia. Lo asocia con su padre, con la derecha o con la dictadura. El nivel de credibilidad de Macri dentro de este tercio no alcanza al 10 %. Por supuesto, no lo votó. Y todo parece indicar que no lo votará jamás.
El otro 33%, el más volátil, es la franja sobre la que se propone trabajar el equipo de Macri, que ya piensa en las legislativas del año que viene. De esta última porción, el 55% lo terminó eligiendo porque primó, en su decisión, el profundo deseo de cambio. Y porque se terminó hartando del autoritarismo, de la mentira y de la corrupción del kirchnerismo. La fantasía de que Cambiemos representaría un cambio no sólo en los modos sino también en las cuestiones de fondo, como la reacción del Presidente y sus ministros ante los casos de corrupción, es lo que terminó de inclinar la balanza. Por eso el martes, cuando el Presidente se enteró de que a la diputada Elisa Carrió se le había tapado una arteria coronaria, se preocupó enseguida por averiguar, por sus propios canales de información, cuán grave había sido su dolencia. Suspiró aliviado cuando le dijeron que la intervención había sido exitosa. Tuvo un momento para reflexionar sobre el estrés del poder. Y sobre su propio estrés. Y cómo lo combate.
El Presidente se encuentra con su psicoanalista una vez por semana. Además, desde que empezó la rehabilitación después de la operación de su menisco, se entrena todos los días. De lunes a domingo. Incluso los fines de semana, antes de meterse en la cancha de paddle. Se ejercita con el mismo personal trainer que hace transpirar al ex jefe de la SI Gustavo Arribas. Si está de buen humor, Macri empieza las conversaciones hablando de lo bien que está jugando al fútbol. Dice a sus íntimos que ahora "no lo ven venir". Los que lo conocen afirman que eso mismo le pasa haciendo política. Por eso cuida a Carrió como si fuera su mejor amiga. No ignora que su incorporación a Cambiemos, junto con el acuerdo con Ernesto Sanz, fue un factor determinante para ganarle a Daniel Scioli. Que la mayoría de aquel tercio más volátil, ante la duda, acabará eligiendo a los candidatos de Cambiemos por "empatía vinculada con la honestidad".
Carrió, la gobernadora María Eugenia Vidal, Margarita Stolbizer, Gabriela Michetti y Graciela Ocaña, dicen las encuestas que maneja el Gobierno, representan eso en el imaginario colectivo: la imagen de que son más honestas y cercanas que la mayoría de la dirigencia política. "No entiendo por qué Margarita está con Massa", suele decir. Cree que ella tiene mucho más que ver con Cambiemos que con el Frente Renovador.
Del mismo modo en que Macri se muestra muy optimista de cara el futuro inmediato, sigue recibiendo duras lecciones prácticas en la asignatura que todavía tiene pendiente: la educación presidencial. De su viaje a Washington se llevó una que no olvidará jamás. Ahora sabe que el periodismo nacional y también internacional no tiene un solo off the record, sino dos. Uno es el clásico: lo que se habla no se publica o se publica con reserva de la fuente. El otro es relativamente "moderno": consiste en que un presidente no puede hablar en broma o de manera informal y pretender que el periodista o el medio aclare que no se trata de una declaración "oficial". Eso fue lo que le sucedió cuando se encontró con un grupo de colegas que le preguntaron si había tenido una conversación directa con la primera ministra británica, Theresa May. La energía que le tuvo que dedicar a aclarar que no le reclamó directa y formalmente que se incluyera en el diálogo, de inmediato, el tema de la soberanía, lo terminó agotando. Es verdad que sus asesores le recomiendan que no abandone nunca "la espontaneidad" porque genera "cercanía". Pero a veces la "espontaneidad" le termina ocasionando dolores de cabeza. "Frescura", "ingenuidad", falta de "viveza criolla" o "excesiva inocencia" es también lo que le endilgan al jefe del Estado los dirigentes más conspicuos de la oposición y también algunos de su propio partido. Quizá no sepan diferenciar entre un político clásico y otro que hace política de una manera no tradicional.
Un hombre que conoce a Macri como nadie suele recordar cómo algunos de sus deseos más inesperados poco a poco se van transformando en realidad. El hombre se pregunta, con cara de inocente: "¿Vos te imaginabas, hace un año, un país donde un sindicalista como «Caballo» Suárez estuviera preso? ¿Hubieras apostado a que Lázaro Báez estuviera detenido y la ex presidenta tan complicada desde el punto de vista judicial?". A quien le pregunta si a su gobierno le conviene que Cristina vaya presa, el Presidente responde: "No es mi tema". Sólo espera que la Justicia cumpla con todos los procedimientos de rigor. Lo desea tanto como la "normalización paulatina" del fútbol. ¿La empujará? "Tampoco es mi tema", repite, pero está enterado de todo lo que pasa dentro y fuera de la AFA. Y parece convencido de hacia dónde quiere ir. Y con quiénes. Gente que asuma el fútbol como una herramienta para la inclusión social y no como un atajo para su enriquecimiento personal. En la cabeza de Macri también hay espacio para el deporte más popular del mundo.