La que pasó fue una mala semana para Mauricio Macri. No solo porque perdió la candidata a presidenta de los Estados Unidos por la que apostó, de manera ostensible, tanto él, como su canciller, Susana Malcorra, y el embajador de los Estados Unidos, Martín Lousteau. También porque empezó a registrar, quizá como nunca antes, que desde el mismo núcleo duro de la gente que lo votó se está teniendo la percepción de que no viene dando "pie con bola" para lograr una baja de inflación de manera definitiva con el consiguiente crecimiento de la economía y el consumo que él mismo había pronosticado para el segundo semestre.
Todavía las encuestas le sonríen. Todavía, la mayoría de los argentinos sigue considerando que la responsabilidad por lo que sucede ahora en materia económica y social tiene más que ver con la herencia recibida que con la gestión que no cumplió un año entero. Todavía le juega a favor más el deseo de más de la mitad de los votantes, quienes reclaman que las causas que atormentan a la ex presidenta se aceleren y los jueces dictaminen la correspondiente condena, incluida la devolución del dinero que los fiscales dicen que se robó.
¿Pero cuánto puede durar esta paciencia si la economía no empieza a crecer de una vez por todas? Desde diciembre del año pasado, la administración nacional cometió unos cuántos errores no forzados. Quizá el más grande fue no diagnosticar la magnitud de la crisis que heredó. Y tal vez el segundo gran error fue no ponerlo sobre la mesa de la opinión pública desde el principio, por temor a que la "mala onda" interrumpiera el arranque del supuesto círculo virtuoso.
Pero las buenas noticias reales, las que tienen que ver con la economía de todos los días, jamás comenzaron. Y encima el Gobierno perdió la gran oportunidad de decir, en el momento en que los argentinos estaban más dispuestos a escuchar, cuáles están siendo las verdaderas consecuencias del populismo económico que el kirchnerismo nos legó. Ahora todos nos estamos enterando que a la gran fiesta de los últimos años los argentinos la tendremos que pagar en cuotas. Y en muchas cuotas. Que es insuficiente un cambio de clima político para traer inversiones de la noche a la mañana. Y que la decisión de diferenciarse de la administración anterior y no presentar un relato puede estar muy buena para algunos integrantes del equipo de comunicación, pero contiene varias desventajas.
La primera: la pérdida del dominio de la agenda pública, algo a lo que ningún gobierno del mundo renuncia de manera voluntaria. Dos: la pérdida de capital político simbólico, algo que, por ejemplo, a la gobernadora de la provincia, María Eugenia Vidal, le sobra, porque una buena parte de la sociedad valora su intención de luchar contra las mafias enquistadas en el territorio, como el narcotráfico, la corrupción policial y el juego clandestino. En cambio Macri no aparece luchando, en principio, contra nadie. Más bien es percibido como ingeniero hacedor que, de alguna manera, se las debería ingeniar para encontrar soluciones a los principales problemas de la Argentina.
Sus asesores festejaron las últimas respuestas cualitativas, porque ya casi nadie supone que Macri podría terminar como Fernando De la Rúa. Pero se siguen lamentado por no poder evitar que un porcentaje considerable siga viendo al Presidente como un líder que gobierna para los ricos.
Por otra parte, si alguien que se supone capaz de cambiar las cosas para bien se demora tanto ¿no está corriendo Macri el riesgo de neutralizar una de sus principales cualidades vistas como positivas? "No entiendo por qué la gente sigue considerando que gobierno para los ricos si me llevo mejor con los representantes de los trabajadores que con los empresarios, la gente del mundo desde donde vengo", suele repetir Macri con las encuestas en la mano.
El problema es que sus asesores no le dan las respuestas adecuadas. Porque las respuesta adecuada significa que el jefe de Estado debería ser mucho más duro con los empresarios que aumentan los precios de manera injustificada y dotar de mejores herramientas a los trabajadores y las pequeñas y medianas empresas que de verdad mueven la aguja en la economía real del país.
Porque la respuesta necesaria es que así como los enemigos de Vidal están bien definidos y se los identifica como malos, los de Macri deberían ser los hombres de negocios ricos con empresas poco competitivas. "No te digo que pongamos a un (Guillermo) Moreno, con un revolver sobre la mesa, para empezar a conversar sobre precios, salarios y competitividad. Lo que sugiero es que, la gente que está ahí, en nuestro gobierno,
negociando, viene del palo de las empresas, sus hijos se encuentran con los hijos de la gente a la que tiene que controlar en el colegio, las fiestas y los cócteles. ¿Cómo la opinión pública no va a percibir cierta condescendencia y cercanía con los que están arriba de la pirámide social?", comentó esta semana un dirigente de la primera hora de PRO, pero que tiene tanta calle como cualquier intendente peronista del conurbano. ¿Macri está pensando en algún cambio de gabinete? No. El Presidente quiere llegar a fin de año con toda la planilla de objetivos suficientemente analizada. Conversará con las estrellas de su equipo económico largo y tendido sobre porqué los brotes verdes están tardando tanto tiempo en transformarse en algo más real.
Preguntará por el déficit, por la tasa de interés y las causas profundas que están impidiendo el crecimiento del consumo. Se meterá en el detalle de cada una de las grandes obras que se anunciaron. Repetirá que prefiere ministros y secretarios que se equivoquen pero hagan. Y, finalmente, con los números, los argumentos y las excusas en la mano, hará los cambios que deba hacer, pensando en las elecciones del año que viene.
"La tendencia firme de crecimiento de la economía se producirá un par de meses antes de las legislativas, antes no", explicó un secretario de una de las áreas más importantes de la economía. No parece una excelente noticia. Macri soñaba con levantar la copa de la esperanza cierta de que las cosas van a estar mejor antes de fin de año, cuando la gente se toma el tiempo para pensar y hacer el balance correspondiente.